Es de dominio público que Sánchez le teme –y mucho– tanto a Junts (formación catalana liderada por Carles Puigdemont) como al Majzen (círculo oligárquico alauí que regenta Marruecos). No sabemos si le inquietan los dos por igual, o si le tiene más pavor a Marruecos (ya que no puede predecir ni el momento ni la magnitud de –lo que sea– que puede llegar a hacerle). De lo que no cabe duda es que, para continuar sirviendo al Majzen, Sánchez necesita estar en la Moncloa y, para evitar ser desalojado de la misma, no puede prescindir de Junts; de modo que el miedo a perder el apoyo de Puigdemont, retroalimenta el pánico que le infunde Marruecos.
Esto ha situado al presidente del Gobierno en el centro de una intrincada madeja que parte de la Moncloa y orbita –radial e incesantemente– entre el número 70 de la calle Ferraz, Waterloo y Rabat; con la que busca, desesperado, hilvanar equilibrios imposibles que –muchas veces– escapan a su control y acaban en un auténtico enredo cuya complejidad depende, en el plano doméstico, de las reclamaciones (rayanas en la inconstitucionalidad) de Junts; y en la esfera exterior, de lo que demanda Marruecos para: (1) imponer sus tesis de ocupación ilegal del Sahara; (2) encubrir la grave violación de derechos humanos que perpetra, reiteradamente, en las zonas ocupadas; y (3) ensalzar la monarquía alauí, ocultando su siniestra naturaleza de régimen policial y solapando las severas crisis sociales que se extienden por todo el reino, amenazando la endeble estabilidad de una nación que, desde hace años, está sumida en un vacío de poder, al ser maldecida con un rey enfermo y ausente.
El miedo a perder el apoyo de Puigdemont retroalimenta el pánico que le infunde Marruecos
Se puede afirmar que Sánchez, desde su viraje (ilícito e infame) en el tema del Sahara (en la primavera de 2022), está más pendiente de Marruecos (y de sus planes para prolongar y sofisticar la ocupación de la –antaño– provincia española 53); que de los asuntos de la propia España. Para complicar aún más esta situación de “disociación” en que se halla –Sánchez– con respecto al país, ha anclado en Exteriores a un ministro (José Manuel Albares) cuyo único mérito se reduce a una ciega devoción –no a España– sino a la persona del presidente. Albares, que ni siquiera es capaz de aplicar la diplomacia (concitar consensos, delegar…) en su propio Departamento, tiene al colectivo del servicio diplomático, en su conjunto, al borde de la rebelión, al abocarlo a la difícil tesitura de tener que elegir entre la inacción o la dimisión. Y cada cuestión de Estado que acomete (Gibraltar, relaciones Moncloa-El Mouradia, aduanas de Ceuta y Melilla…) si no se estanca definitivamente, termina en desacuerdo o en un clamoroso fracaso.
Pero todo esto a Puigdemont le tiene sin cuidado. Lo único que le preocupa es la amnistía que Sánchez le prometió a cambio de la presidencia del Gobierno. Y la amnistía está tardando en concretarse. Lo hace porque la Justicia (a diferencia de la Fiscalía, que aun siendo parte de la justicia “depende del Gobierno” como reconoció el mismo Sánchez ante toda España) por fortuna, tiene sus propios tiempos y sus propios plazos. Mientras espera la amnistía, Puigdemont, que, pese a estar en Waterloo (y tal vez debido a ello) también tiene “sus propios tiempos”, espolea a Sánchez para arrancarle más y más cesiones; emulando al insaciable vecino del sur, al que Sánchez, después de entregarle todo lo que tenía –y lo que no poseía– tan solo le queda, para rematar, cederle los muebles de la Moncloa.
Una de las exigencias más polémicas y recientes en la que Junts doblegó, una vez más, a Sánchez, es la relativa a la competencia en materia de inmigración y fronteras. Estaba en su punto de mira desde hace un año, y es que, al ser una competencia exclusivamente estatal que entraña no solo la seguridad nacional, sino también la europea al implicar el acceso al espacio Schengen, era muy codiciada por Puigdemont; y no iba a cejar en su empeño hasta conseguirla, aunque para ello tuviese que recurrir al uso de “armamento pesado”, amenazando a Sánchez con plantear una cuestión de confianza; petición ésta que fue retirada inmediatamente después de logrado su objetivo. Otra cesión de gran envergadura que (parafraseando a uno de los acólitos del presidente) constituye un enorme sapo que tuvo que tragar Sánchez, es la condonación de 17.104 millones de euros de la deuda catalana. Esta vez la claudicación es ante ERC (Esquerra Republicana de Catalunya) a la que también –como no podía ser de otra manera– hay que pagar por facilitar con sus 7 votos (el siete es un número que le persigue a Sánchez en sus sueños y pesadillas) la investidura y por hacer viable la legislatura. Puigdemont (demostrando que es un hábil negociador que apunta siempre a la baza más alta) aspiraba a la condonación total de la deuda de Cataluña pero, al obtener la competencia en inmigración (vital para él, dado su carácter intrínsecamente estatal) supo que ello bien le compensaba y dio su visto bueno a la quita pactada con ERC.
Aunque Sánchez está sumamente atareado –y comprometido– con todas las encomiendas que llegan de Waterloo, no por ello desatiende sus “obligaciones” para con el Majzen
En el otoño de 2023, cuando Carles Puigdemont (con solo 7 escaños de los 350 que componen el Congreso) dejó claro que, sin amnistía para Cataluña, no habrá investidura; Sánchez que ya solo pensaba (entonces como ahora) en eternizarse en la Moncloa y no podía imaginarse la vida fuera de ella, transigió y aceptó el “trueque” que le proponía Junts, renegando de lo que antes decía. Para justificar su indignante –y fraudulenta– actitud recurrió al argumento peregrino de que lo hacía “para solucionar el problema de la convivencia en Cataluña”. Más tarde, perdería por completo la vergüenza y, en plena sesión del Congreso, cuando Feijóo insinúa que él nunca se hubiera rebajado como lo hizo Sánchez ante Junts; éste, riéndose a carcajadas y mofándose de él (y de todo el Hemiciclo) le da a entender, con sorna, que “no ofende quien quiere sino quien puede”; indicando con eso que, no solo no se arrepiente de su indecente proceder, sino que está orgulloso de haber engañado y ofendido al intelecto de todos.
Igual que justificó en aquel entonces (sin convencer a nadie) el planteamiento de la amnistía con la improvisada excusa de “mejorar la convivencia en Cataluña”; hoy, el Gobierno de Sánchez, para justificar la condonación de la deuda catalana, alega que está dispuesto a extender la quita al resto de comunidades del régimen común. Y es más, este mismo argumento también es aplicable a la cesión de la –sensible– competencia en materia de inmigración. El Gobierno ya ha declarado que está dispuesto a “estudiar” las peticiones de las comunidades que estén interesadas en esta competencia (cuya constitucionalidad, en opinión de los juristas, está en entredicho). Fíjense hasta donde llega el poder de Puigdemont sobre Sánchez: Para normalizar enteramente lo que antes era considerado casi un tabú, basta con que a Junts se le antoje exigirlo. Por esta regla de tres, si mañana Pugdemont reclama (no oculta que ese es su horizonte) un referéndum vinculante para Cataluña, Sánchez no podrá impedir que todas las comunidades sigan su senda. En suma, Junts dicta las normas y Sánchez (con tal de permanecer en la Moncloa) las refrenda.
Aunque Sánchez está sumamente atareado –y comprometido– con todas las encomiendas que llegan de Waterloo, no por ello desatiende sus “obligaciones” para con el Majzen. Son, para él, tan importantes –o más– como lo son las de Junts. Pero a este respecto, el presidente se ha permitido darse un respiro al percatarse de que todo (lo propagandístico y lo amoral) referente a Marruecos lo puede delegar tranquilamente en “los dos magníficos del Majzen”: Los José (José Luis Rodriguez Zapatero y José Bono) que, por la negrura de su alma, son la antítesis del verdadero José (lo que los convierte en idóneos para esta misión). Estos dos personajes, uno expresidente, que, desde hace años, es merecedor del repudio y la repulsa de todos y ya no engaña a nadie con su ratonil sonrisa artificial; y el otro, exministro de defensa y expresidente del Congreso, es una especie de coctelera humana en la que, lo peor del conservadurismo caduco y lo más detestable del socialismo, aderezado con un rancio catolicismo ateo; esconde, bajo una falsa solemnidad y un deje pausado en el que arrastra la g, su personalidad real, mezquina y siniestra.
Zapatero y Bono, el primero con una lealtad más que demostrada –desde siempre– a la Corona alauí, pero que se vio singularmente reforzada a partir de los atentados del 11-M; y el otro, primero detractor acérrimo de la dictadura marroquí y posteriormente su más ferviente servidor; hoy por hoy, son tan leales a la monarquía majzení, que se diría que por sus venas corre la sangre sucia del linaje alauí. Estos dos desaprensivos, valiéndose de su trayectoria política (que tampoco es para tirar cohetes) y esgrimiendo los cargos que ostentaron en el pasado en el Estado español como carta de presentación, no dudan en ponerse al servicio del aparato de propaganda de Marruecos para encubrir sus crímenes de lesa humanidad y alentar la ocupación ilegal del Sahara y el genocidio de su pueblo. No solo mancillan el honor de las instituciones estatales que dirigieron (en tiempo pretérito) y dinamitan la reputación de su propio país, sino que se convierten en cómplices directos de un crimen contra un Territorio No Autónomo cuya potencia administradora (por mandato de la ONU) sigue siendo España. Se han convertido en contumaces “terroristas mediáticos” contra la causa saharauis. Pero ahí están. Sánchez les ha concedido una “patente de corso” y nadie los puede parar.
Solo un bufón como Zapatero puede adornar y maquillar la usurpación de un territorio
No importa que, desde hace cuatro años, todos los lunes, semana tras semana, el Movimiento por los Presos Políticos Saharauis (MPPS) se manifieste ante el Ministerio de Asuntos Exteriores, para recordarle a Sánchez y Albares que los Derechos Humanos que fingen abanderar, no son las soflamas huecas que lanzan en sus mítines, ni los discursos vacíos que pronuncian en salones relucientes. Son las manos que los hombres honestos y valientes tienden a los que agonizan en las cárceles del régimen sanguinario y corrupto que tenemos aquí al lado (y que Sánchez considera “socio y aliado estratégico”).
Tampoco importa que los titulares de los diarios se llenen de noticias que informan del trato que se dispensa a los parlamentarios españoles y europeos, periodistas, observadores e incluso ciudadanos comunes, que intentan acceder a las ciudades ocupadas del Aaiún o Dajla, y que son objeto de maltrato en el mismo avión o a pie de pista e inmediatamente expulsados, porque el Sahara Occidental es una zona de silencio informativo en la que no se permiten testigos incómodos.
Igualmente, tampoco importa que en las bases del mismo partido que lidera Sánchez se haya constituido una plataforma (“Socialistas por el Sahara”) que aboga por los derechos legítimos del pueblo saharaui y está en contra de todos los despropósitos y desmanes, que él y sus secuaces cometen en nombre del PSOE y de España.
Pero todo esto, lejos de persuadir a estos sujetos despreciables, los incita a redoblar sus esfuerzos para solapar una realidad tangible que cada día emerge con más fuerza.
Así, a mediados de febrero, tenemos a José Bono que, con la excusa de la presentación de un libro con discursos suyos en el Congreso (que leerán –si llega a leerlo alguien– los incautos que no le conocen) invita a la embajadora de Marruecos Karima Benyaich a la presentación, que se celebra en el Congreso de los Diputados.
La misma embajadora que, en la crisis de mayo de 2021, antes de abandonar Madrid, amenazó, airada (“Hay actos que tienen consecuencias”) a Sanchez. Cuatro días después, Zapatero es elegido para prologar un esperpento en forma de libro (editado en Suiza) en el que se alaba la ocupación del Sahara. Una elección excelente: Un bufón escribiendo el prefacio de un cuento macabro. Solo un bufón puede adornar y maquillar la usurpación de un territorio, plasmando en un preámbulo de dos páginas las fantasías y delirios de su amo y señor y las suyas propias: Zapatero en el país de las maravillas. Una semana más tarde, Zapatero y Bono –prestos e incansables– junto con el resto de esbirros que conforman el lobby marroquí, participan en un encuentro en Las Palmas, organizado por el movimiento fantasma (cuyo cabecilla y único militante es un conocido traidor saharaui) creado por los servicios secretos marroquíes.
Mientras toda esta camarilla de impresentables corría de un lado para otro para encadenar, en apenas quince días, esta serie de eventos denigrantes para impresionar a los canallas de su pelaje; el monarca al que ellos rinden pleitesía, invoca a sus súbditos a abstenerse de celebrar la fiesta del sacrificio. En el reino no se dispone de ganado suficiente para hacer frente a esta festividad, una de las más señaladas y sagradas del calendario musulmán. Y, aunque todavía restan más de tres meses para ese gran día, la economía del país tampoco está en condiciones de importar una docena de miles de cabezas de ganado, para no menoscabar la dignidad de la nación y de los ciudadanos.
¿Dónde quedó la economía boyante, el crecimiento acelerado, las inversiones millonarias, la riqueza de la que se alardea día y noche? En nada. Todo es pura ensoñación. Pura propaganda, como los eventos consecutivos (de Zapatero y José Bono) que se sucedieron en dos semanas (para los que sí hay dinero). La última vez que aconteció algo similar en Marruecos fue el 8 de octubre de 1981. Ese día, que corresponde a la fiesta del sacrificio del año 1981, Hasan II, solicitó a los marroquíes, lo mismo que hoy –44 años después– solicita su hijo. La decisión de Hasan II estaba motivada por el enorme impacto que tenía la guerra del Sahara –en su sexto año– en las arcas del Estado. La guerra del Sahara en la era de Mohamed VI está en el umbral de su quinto año. Tal vez esté ahí la clave de la repentina decisión del –cada vez más ausente– rey de Marruecos.
Abderrahman Buhaia es intérprete y educador saharaui.
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