Va a haber que tener un ejército para la guerra, no para llevar caramelos a los niños o tiza a las escuelas, cosa que, la verdad, hacíamos muy bien, con nuestra vocación de maestro raído o monja de hospicio. En este nuevo mundo gobernado por piratas atómicos no se pueden tener ejércitos de recortable o de plástico, como los que uno compraba de pequeño en esos quioscos que eran como grandes pajareras para tebeos, con el pajarero de dentro siempre un poco loco. Lo malo, claro, es que Pedro Sánchez parece hacerlo todo precisamente de recortable o de plástico, salvo lo que les concede a los indepes y demás acreedores, que es de metal duro y de política dura. Para lo demás, sea vivienda pública, resiliencia heroica o apocalipsis carboníferos, los millones son como dientes de leche que se le caen de la boca y se pierden por el suelo o los bolsillos. Ahora toca rearme mundial y, aunque pueda haber una política de relato, no sirven los ejércitos de relato. Atrapado entre la ruina nacional y sus alardes bailones, lo mismo Sánchez va a tener que volver a la puta mili.
A Sánchez lo han llamado los de Podemos "señor de la guerra" (Putin debe de ser para ellos el Príncipe de la Paz), a pesar de que aquí sólo tenemos ejércitos de misioneros o ejércitos de ballet, de guardiamarinas de escalinata, y de que a Ucrania apenas hemos mandado cuatro tanques rellenos de arena, como macetas de regalo, y chalecos acolchados para domingueros de la guerra. Sánchez ha prometido en Europa aumentar el gasto en defensa, pero la verdad es que aquí también ha prometido aumentar el gasto en todo, aumentarles los millones a todos, dejar contentos y ahítos a todos, pobres del sur y señoritos del norte, identitarios de derecha e identitarios de izquierda, racistas de derecha y racistas de izquierda, y todo a la vez no va a poder ser. Pero una cosa es querer ser nacionalista y constitucionalista, demócrata e iliberal, federal y confederado, pacifista y atlantista, de izquierda y de Puigdemont, y otra cosa es querer ser pobre y temible, algo que quizá sólo hemos conseguido en el fútbol y no sé si conseguiríamos en lo militar.
Ahora toca rearme mundial y, aunque pueda haber una política de relato, no sirven los ejércitos de relato. Atrapado entre la ruina nacional y sus alardes bailones, lo mismo Sánchez va a tener que volver a la puta mili
El equivalente militar al relato, al pavoneo, al despechugue y a la gloriosa ruina sanchistas sería la puta mili sanchista. Tendríamos que renunciar (quizá ya lo hemos hecho) a cualquier concepto de ejército moderno y volver al ejército de chuscos y chusqueros, de escobas y sargentos de cocina, de labriegos y estudiantes, de chinches y barrigazos, con una élite de lejías y paracas de mucho buche y mucha boquilla, y todos con munición de porro mojado y cerveza caliente. Quizá habría que admitir que aquí no podemos aspirar a un gran ejercito profesionalizado, como no podemos aspirar a una gran política profesionalizada. Pero podemos tirar de currito, de gañán, de pícaro, y hasta del friki que puede llevar la base de datos de los repuestos de artillería, como yo. Todo esto me parece capital humano que está perdiendo Sánchez, que así ahorraría para lo importante, o sea privilegios medievales para los socios, policías de la raza y sanchismo despatarrado por las instituciones y por los jacuzzis.
Una mili, muchos dirían que nos hace falta una mili, que el personal no puede gestionar la frustración de estar sin wifi o sin TikTok, a ver qué harían sin madre, sin novia, sin agua caliente, sin intimidad, sin libertad, sin domingos, con todo eso sustituido por un tío con bigote de pasamanería que te grita. Sí, muchos dirían que nos falta una mili, que al personal el mecanismo de un arma le parece extraño como el de una vaca (si acaso han visto una vaca), y desmontar el arma como desmontar una vaca, algo que no es tan importante en sí, salvo para entender la simpleza y la irreversibilidad del mecanismo de la muerte. Pero no, en realidad la mili era una putada, una pérdida de tiempo y una condena a ser mandado, casi siempre, por la estupidez y la arbitrariedad. También se aprende de la vida en la cárcel y no por eso vamos a pedir cárcel para los jóvenes, claro. Es al sanchismo al que le hace falta la mili, como ahorro y como tropa, y yo creo que se lo está pensando. Una mili o varias: para los jóvenes, para los jueces, para los periodistas...
El mundo ha cambiado porque los más fuertes han devenido también en malvados y eso convierte a los pacíficos en víctimas inevitables. Los nuevos dueños del mundo se creen con el derecho a tomar países, pasos, recursos, islas de hielo o de lantánidos, a través del chantaje económico o de la fuerza bruta, y ya nadie está seguro con el derecho ni con las alianzas. Así que nos piden un ejército para la guerra, no para dorar trombones al sol ni para acarrear mantas y tetinas. Pero aquí a Sánchez, entre socios y buitres, pacifistas y ultras, mamandurrias y pelotazos, no le da ni para bloques de ladrillo visto, le va a dar para portaviones atómicos.
Lo mismo un día Sánchez nos anuncia el regreso de la mili, la puta mili sanchista, que de repente será progresista como Puigdemont, pacifista como Otegi y aún más barata que el dinero de Sánchez, que nunca pone él. Con la puta mili sanchista, las madres volverían a dejar a sus hijos en las estaciones, de nuevo niños con miedo de todo el mundo, y las novias volverían a despedir a sus novios en los descampados, con promesas o mentiras de soldado antiguo y novia antigua. Agonizarían los simples, llorarían los débiles, se malearían los macarras y sobreviviría el resto, que es lo que pasaba en la mili. A Putin no le impresionaría nada y a la OTAN no le ayudaría en mucho, pero Sánchez podría seguir funcionando en España y bailoteando en Europa. Quizá la puta mili sanchista es la única forma de que tengamos ejército para la guerra y sanchismo para la rapiña. Sin duda, Sánchez se lo está pensando.
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