El orden político en las sociedades en cambio es el título en español de un libro que publicó Samuel P. Huntington –el vilipendiado autor del Choque de Civilizaciones– en 1968. Ahí se dice que "el orden político" depende en gran medida de la relación entre el desarrollo de las instituciones políticas y el ingreso en ellas de nuevas fuerzas sociales. Pero ¿qué son las instituciones y por qué son tan importantes? Como Huntington las define, son "pautas de conducta reiteradas estables, apreciadas" que reflejan los acuerdos preestablecidos entre la mayoría de actores con poder. Su finalidad es la gestión de los conflictos sociales mediante la asignación de todo tipo de recursos. En consecuencia, la institucionalización de la política sería el proceso por el cual adquieren valor y permanencia las organizaciones y procedimientos. Desde esta perspectiva y simplificando mucho, podríamos decir que la democracia es un conjunto de instituciones encaminadas al gobierno representativo y responsable -es decir que rinde cuentas- en el marco de un Estado de derecho.
Para Huntington, una sociedad con instituciones débiles carecería de capacidad para contener el exceso de ambiciones personales y parroquiales. Ve la política como un mundo hobbesiano –Homo homini lupus– donde la competencia entre las distintas fuerzas sociales es implacable y, por eso, señala que en una pugna por los recursos en la que no puedan hacer de mediadoras las organizaciones políticas –es decir las instituciones– se pierde la confianza entre personas y grupos porque no hay predictibilidad ni reglas. Por ello, sin instituciones políticas fuertes, las sociedades carecerían de medios para definir y llevar a cabo el interés común.
Esta explicación ha creado Escuela en la Ciencia Política. Es un clásico recurrir a la idea de la falta de consolidación institucional para explicar la debilidad de las democracias de, por ejemplo, América Latina. Y es que, a simple vista, parecía evidente que la diferencia de los países de esa región respecto al "orden político" de Estados Unidos o de las viejas democracias europeas radica en el grado de consolidación de las instituciones, algo que se reflejaría, además, en otros elementos, como el consenso sobre la legitimidad, una visión del interés público compartida entre dirigentes y ciudadanos, burocracias eficientes, partidos políticos bien organizados, control sobre los militares, regulación de la economía y mecanismos para frenar el conflicto político y controlar al gobierno.
Ahora bien, ¿cómo se explicaría lo que está ocurriendo en EEUU a partir de estos argumentos? Lo primero y más fácil sería decir que las instituciones no eran fuertes. Otra opción, también siguiendo a Huntington, apuntaría a la posibilidad de que no se hubiesen incorporado los intereses de nuevos grupos. Es plausible que haya mucho de lo segundo, pues no me cabe la menor duda de que las instituciones de ese país eran fuertes y, sin embargo, no están resistiendo al tornado provocado por la dupla Trump-Musk.
Las instituciones tienen la dureza del cristal. Es decir, los principios que las sostienen y el respeto que merecen pueden quebrarse con facilidad"
La cuestión de fondo es que las instituciones tienen la dureza del cristal. Es decir, los principios que las sostienen y el respeto que merecen pueden quebrarse con facilidad. De ahí que, ante la pregunta acerca de cómo se rompen las instituciones, una respuesta tentativa sea que esto ocurre cuando hay un actor con el poder suficiente para no someterse a las reglas de juego y que, a mayores, no corre el riesgo de que los otros jugadores puedan sancionarlo. Y éste es el caso de Trump, quien se ha hecho con el control de los tres poderes del Estado y que, además, tiene el apoyo de una plutocracia en la que sobresalen los broligarcas.
Aunque la teoría dice que los acuerdos institucionales se dan entre grupos, en realidad se dan entre élites y son las élites las que se someten a las reglas y velan por su cumplimiento. Sin embargo, a la vez, son las que pueden romperlas con mucha facilidad si quieren. Romper una institución es muy fácil. Basta con no cumplir las "pautas de conducta reiteradas, estables, apreciadas". Me dirán que para eso se pusieron mecanismos de control y que éstos serían los encargados de sancionar a los que quiebren el "orden político". Ahora, si controlas al controlador, cuentas con apoyo en la población, no te importan los consensos sociales y tienes mucho más poder que el resto de grupos, puedes evitar que los controladores y la instituciones funcionen, tal y como vemos que está pasando, día a día, en EEUU.
Este tipo de procesos han ocurrido y están ocurriendo en América Latina. En algunos países de la región, los gobiernos, secundados por sus élites y apoyados por la sociedad, han fracturado el "orden político". Ejemplos recientes serían el de Javier Milei, que se cargó la herencia del peronismo K con la misma facilidad con que éste se impuso y el caso de Nayib Bukele, quien no sólo ha acabado con los más mínimos criterios del derecho penal y procesal, sino que en un tiempo récord ha liquidado el sistema político salvadoreño surgido de los "Acuerdos de Paz".
En Venezuela se puso fin al modelo político-económico del "Punto Fijismo Rentista". Cabe recordar que, antes de la llegada de Hugo Chávez al poder, los más reputados politólogos escribían sesudos análisis valorando el alto nivel de institucionalización del sistema de partidos y la fortaleza democrática de Venezuela. Sin duda, Acción Democrática y COPEI eran partidos fuertes, pero no resistieron el embate del gobierno. Tampoco aguantaron medios de comunicación con peso nacional y regional, como Radio Caracas Televisión o Venevisión. También estuvieron los intentos de resistencia de PDVSA y sus huelgas petroleras que llegaron a paralizar el país. Ni siquiera pudo con Chávez el golpe de estado liderado por el presidente de Fedecámaras que el gobierno de Aznar se apresuró en reconocer como legítimo.
Visto así, parecería que lo difícil es que haya gobiernos que respeten las reglas, pero la evidencia muestra que hay países en los que esto ocurre. Dicho lo cual, la cuestión sobre cómo lograrlo no se contesta, en mi opinión, apelando a la consolidación institucional como si de una pócima mágica de Albus Dumbledore se tratara. Lo que creo que debe tenerse en cuenta es que las instituciones y su consolidación no son más que el paso posterior a la creación de consensos entre los grupos y las élites que los representan y es ahí donde debemos trabajar. Por el contrario, los populismos, la política antagonista, la polarización y, sobre todo, la falta de reconocimiento del otro –del que no piensa como yo– como titular de mis mismos derechos políticos han hecho saltar por los aires los consensos preexistentes y la convivencia.
Es necesario volver a crear lazos que partan de principios básicos aceptados por la gran mayoría. Uno de ellos podría ser "ningún gobernante puede instrumentalizar el poder para beneficio económico propio o de su grupo" y, desde esos consensos reconstruidos generar nuevas instituciones sin olvidar lo que James Madison, uno de los padres fundadores de EEUU, dejó por escrito en El Federalista n.º 51. "Para crear un gobierno que será administrado por hombres para regir a otros hombres, la mayor dificultad consiste en que hay que capacitar al gobierno para que pueda controlar a los gobernados y luego obligarse a controlarse a sí mismo". Ese es el reto, sobre todo, lo segundo.
Francisco Sánchez es director de Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer los artículos que ha publicado en El Independiente.
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