Pedro Sánchez como un comercial de piso piloto, María Jesús Montero como la madre de una recién casada / mudada, Moreno Bonilla como el cura de aquello (yo sigo llamándolo por su nombre de obispo, de árbitro o de opositor a Notarías)… Creo que en el acto había un cargo por cada llave o por cada balcón, como si el político no entregara una vivienda social sino la llave privada, íntima, obscena, de su bungaló playero o de su corazón picarón. Isabel Rodríguez como una anfitriona de té, pastas y gato persa; José Luis Sanz, alcalde de Sevilla, como un autobusero (le pasaba también a Zoido, los alcaldes de Sevilla devienen todos en autobuseros, me parece)… Y más gente, no sé si consejeros de la Junta, concejales de parterres o guardias de columpios. Yo creo que por eso no tenemos aún construidas todas las viviendas que Sánchez dejó en el aire como hiedras sin castillos, porque no hay cargos suficientes para ir entregando cada llave como si fueran las llaves de Granada.

Nueve cargos conté en la foto, nueve cargos como para nueve llaves, como siete novias para siete hermanos. Nueve cargos que fueron a un barrio sevillano para hacer visibles al menos una proa, un chaflán, un jardincillo de todos los cientos de miles de viviendas, con su remesa de millones, promesas y euforias asociados, que Sánchez lleva anunciando no sé cuánto tiempo. Eran nueve llaves simbólicas, quiero decir con el simbolismo como de musa de cada político que las da, unos políticos que también venían en múltiplos de tres, otro número simbólico. Tres administraciones como tres carrozas de los Reyes Magos, y tres embajadores cada una, entre monarcas y pajes, para hacer la alegoría perfecta de la providencia, sus profecías y sus edenes con familias evangélicas y evangelizadoras. En realidad, esta promoción de viviendas de alquiler asequible, que va teniendo la cosa título de montepío, sólo incluye 218, pero 218 es más que nada, o incluso es todo después de nada, y más todavía antes de otra nada. 

Sólo eran 218 viviendas, pero parecían jardines de Babilonia o toda Babilonia, una portada de testigos de Jehová o todo ese Cielo entre el pladur y el zoológico de los testigos de Jehová, ahí en la foto que veíamos detrás de los ufanos políticos tres veces trinos. Son 218 viviendas, pero deben de ser excepcionales o extraordinarias para que merezca esa conjunción, esa convención como de nueve magos uránicos de lo público. Es justo lo que resulta sospechoso, que 218 viviendas con resol de plástico y gotelé parezcan la inauguración de una pirámide o el recibimiento supersticioso de un eclipse. Sí, nos hace pensar que ya no se van a hacer más, o que las van a hacer como mucho cada cuatro años, como unas olimpiadas con podio o palco de olimpiada, que es lo que parecía el tablaíllo con tanto político con pose de pertiguista. Yo creo que lo de la política de vivienda es poco más que esto que hemos visto en esta entrega de llaves, algo entre olimpiadas eternamente prometidas, como las olimpiadas de Gallardón, justa medieval de feria de quesos y concurso municipal de bizcochos.

Sánchez no ha solucionado nada desde que es presidente de esas olimpiadas que nunca llegan. Es más, parece que acaba de descubrir el problema de la vivienda, a la vez que su solución

Lo que ocurre con la política de vivienda es que, simplemente, no funciona, o quizá, incluso, que no es aplicable como política. A pesar de compartir en Sevilla nublado, azafateo, promiscuidad y multiplicidad de patrocinios y autoridades, como una vuelta ciclista, Sánchez ha mostrado sus diferencias en política de vivienda con Moreno Bonilla, o Moreno Bonilla ha manifestado sus diferencias con Sánchez, que son diferencias insalvables o quizá intrascendentes. Sánchez ha llamado a que las comunidades autónomas cumplan la Ley de Vivienda, pero su cumplimiento allá donde se cumpla, que sólo se cumplirá a nivel de palquito, tampoco ha solucionado nada. Sánchez no ha solucionado nada desde que es presidente de esas olimpiadas que nunca llegan. Es más, parece que acaba de descubrir el problema de la vivienda, a la vez que su solución, un poco como Le Corbusier con su funcionalismo y su “máquina de habitar”, pero sin llegar a construir más que discursos simbólicos y llavines simbólicos, como de alcalde con cintas y tijeras. 

Nada le ha funcionado a Sánchez con la vivienda, ni tampoco al PP, claro. Aunque, menos que nada, funciona eso de salir con nueve llaves, que parece el título de unas carceleras, y con 218 viviendas ridículas y acolmenadas detrás, para decir eso de que la vivienda es un derecho y no un lujo, como hizo Sánchez. Si es cierto que es un derecho, desde luego su Gobierno de progreso o de cantinela no es capaz de satisfacerlo. O sólo es capaz de satisfacerlo simbólicamente, que por eso había nueve políticos como en nueve tronos planetarios, o nueve burócratas de los nueve círculos burocráticos del infierno, dando llaves más místicas que cerrajeras a familias más alegóricas que sustanciales. 

Eran 218 viviendas tan significativas, tan raras, tan únicas, que han tenido que ir tres administraciones con tres representantes cada una, entre la parábola y el trabalenguas, para aprovechar ese milagro casi con estrella de Belén. O eran 218 viviendas tan insignificantes que había que darles toda la importancia del mundo. La verdad es que nueve políticos como nueve musas sordas entregaban las llaves de 218 viviendas que resultan casi tan inútiles como ninguna. Si la vivienda es un derecho y el Estado no puede satisfacerlo, no es un derecho, sino otra cosa. Quizá es una entelequia, quizá es algo que no puede dar el Estado, como no puede darnos la felicidad, el sentido de la vida o siquiera el sustento, que de momento no existe el derecho a vivir del enchufe público, salvo para algunos. Eso sí, si resulta que la vivienda es un lujo, eso significa que vivimos en un país de tiesos. Y eso no se arregla con una ley, ni con una o tres administraciones haciendo la conga con agraciados y camareros, como si el bloque de pisos blanquísimo y casi marinero fuera un crucero regalado.