Yo creo que el juez lo ha tenido fácil, porque lo de Luceño y Medina, con nombre de pareja de la Guardia Civil, no puede ser nunca estafa sino gloria nacional, industria nacional e historia nacional, como nuestros futbolistas de Tigretón, nuestras folclóricas de destape o nuestros tontos de hornacina, que casi nunca son tontos. Y me parece que va a pasar lo mismo con el novio de Ayuso, que ahora miro el nombre. O sea, que el juez también va a terminar diciendo, quizá con una reverencia de alguacilillo, que esta gente no hace negocio, ni trampillas ni estafas, sino arte o artesanía, tradición u homenaje, goyerías de majo, mantas maragatas, jamones calatravos, violines picassianos, canciones en alpargatas de Julio Iglesias, raps de Lola Flores, infinitos buscones eternos de infinitos ciegos eternos… No somos un país de artistas con lamparón, de funcionarios con reloj de arena ni de pobres con clavel, somos un país de listos con pelotazo. El listo con pelotazo, aquí, no es que se merezca la absolución o un monumento con barquito marinero, sino que se merece molinos y almazaras para dar grano y sangre puros de la tierra.
Nuestra industria es el listo con pelotazo, más que la morena con relicario, con picón o con aceitera. Más que la tonadillera con lágrima en la liga como un puñal de cigarrera. Más que nuestro futbolista con la calva incompleta y emblemática, como una huella de vaso de tubo en la barra (ya se acabaron esos futbolistas con pinta de fontanero, ahora son todos como de una boy band). Más que nuestros toreros, que en realidad ya no hay casi toreros o parecen alabarderos antiguos o samuráis a medio vestir o desvestir (el torero está siempre a medio vestir o desvestir entre el amor y la muerte). Más que nuestros cantantes latinos, que son latinos de horno más que de Roma, de aquí o de Miami (Julio Iglesias es el latino de horno por antonomasia, hecho como una galleta de monja, de paciencia, devoción, repetición, mito y ausencia). Más incluso que los políticos, y me refiero al político puro, morrocotudo, empeñado en hacer como industrialismo ideológico. Otra cosa es el concejal o ministro dedicado a hacer bodegones de vino y putas con lo público, que sí entraría en nuestro santoral de listos con pelotazo, que es un santoral barroco y castizo como una corrala.
Luceño y Medina podrían ser diseñadores sevillanos, pero son algo así como dos angelitos esquineros de la España eterna, produciendo o mereciendo oraciones y siestas, sueños y perezas, el dinero de Jauja con el que siempre sueña el españolito
Luceño y Medina podrían ser diseñadores sevillanos, podrían ser humoristas de sala de fiestas, podrían ser una pareja de centrales con calva y bigote de los que nos salían en los cromos, a la vez corrientes y pintorescos, como cuando te sale un dos de la baraja. Pero son algo así como dos angelitos esquineros de la España eterna, produciendo o mereciendo oraciones y siestas, sueños y perezas, el dinero de Jauja con el que siempre sueña el españolito, que es más lotero que fabril, más pillo que inteligente, más suertudo que sudado. Y, sobre todo, más adaptable que constante. El pelotazo español ya existía cuando Mariano Rubio o Mario Conde (en realidad, también cuando el duque de Lerma), pero el concepto ha tenido versiones financieras, neoyorquinas, agropecuarias o ferrallistas, porque el listo con pelotazo sabe adaptarse a la época y a la oportunidad. Eso es lo que lo define, la oportunidad, el acecho, más que la carrera, el oficio, el ramo en el que se mueva. Por eso los pelotazos, que antes salían de opas o de recalificaciones, ahora salen de mascarillas.
Luceño y Medina, y el novio de Ayuso, que ahora miro el nombre, y hasta el hermano de Ayuso, que luego lo miro también, y Koldo y la banda de Koldo, que son como los apandadores de Tío Gilito, son todos de mascarilla. O sea, son todos del pelotazo puro, del pelotazo sin marca, del pelotazo que da la época, que es el único y auténtico pelotazo, el pelotazo español como el beso español, siempre distinto y siempre el mismo, arquetípico, alegórico y folclórico. El listo con pelotazo, sean Luceño y Medina con su niki o sea Koldo con su zurrón, están siempre en el lugar correcto, un lugar como de apoderado de los toros, a mitad de camino, en este caso entre la política y el dinero. El político en realidad suele entrar luego, se corrompe luego, pero el pelotazo nace del español que está fuera, esperando el pelotazo como el español que espera la quiniela. Señoritos tiesos, algarrobos bien posicionados, aguilillas de náutico y derrape, hombres de negocio de sien y solapa plateadas, contables de sanitarios que terminan como en contables suizos… Todos se igualan en el igualitario concepto del pelotazo español, que no distingue clases.
De lo español sólo nos va a quedar el pelotazo. Se van perdiendo los majos, los joteros, los toreros, los tunos, los donjuanes y hasta los artistillas con lágrima de café con leche igual que la lágrima de espina de la folclórica, pero el listo con pelotazo permanece. Luceño y Medina, y el novio de Ayuso, que ahora miro el nombre, y Koldo y su banda de furgoneta, e incluso Rubiales y Piqué, que si no han entrado en las mascarillas es porque lo único que permanece junto al eterno pelotazo español es el eterno fútbol español… Ellos son amorcillos del pelotazo como amorcillos de espejo, hidalgos del pelotazo como hidalgos con yeguada o sólo con humedades. No se trata de una categoría jurídica ni moral, sino antropológica. Ellos son gloria nacional, industria nacional e historia nacional. El pelotazo español es como el garrotazo español o como el vino español, ese vino eterno que es de los romanos, de Velázquez y sus borrachos, de Quevedo y sus moscas, y de Julio Iglesias y sus hijos, que somos todos.
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