No es un asunto menor que José Luis Ábalos haya decidido emprender una campaña para defender su imagen de quienes le atacan; gente siempre de poca talla y existencia menos novelable. Se siente agraviado el diputado del Grupo Mixto y ha remitido escritos de rectificación a varios medios. Los ha mezclado con algunos ataques personales a sus directores que apuntan incluso a cuestiones lúbricas, en uso de la Ley del Talión. Sobra decir que está en su derecho, al igual que en su día don Emilio Rodríguez Menéndez, entonces popular y ahora, anónimo luchador.
Hará cuatro o cinco años, estuve en su despacho, en un pisito de la calle Manuel Texeira, entre el Paseo de la Castellana y Bravo Murillo. La secretaria fumaba como un carretero y al fondo del pasillo, entre la bruma que formaba el sahumerio de esa señora, se apreciaba la figura de una limpiadora mientras retumbaba una lavadora. No se parecía aquello mucho a la sede de Cremades de Jorge Juan, pero tampoco don Emilio era el típico abogado mercantil. Era más fácil asociarle con letrados de otro perfil, cuya definición omitiremos. Me fijé en que a la entrada había un retrato suyo, en sepia, cuyo cristal protector estaba partido por la mitad, a la altura de la boca de la figura. Del figura, mejor dicho.
Esperé diez minutos de pie hasta que el abogado terminó con una clienta sudamericana que lloraba por su drama, mientras él gritaba: “calla la boca, que esto es así y así”. Hablamos de la revista Dígame, que refundó en los 90 para contraatacar a quienes le hostigaban por sus causas pendientes, a quienes definía como conspiradores. De redactor jefe de aquella publicación eligió a Antonio David Flores, quien a lo mejor alguna vez aspiró a ser Martin Baron. No duró mucho el invento. España no suele respaldar a los grandes editores, como país cainita e ingrato que es. Por alguna razón, recordaba este episodio estos días atrás, al leer los tuits de Ábalos contra sus enemigos, por su honor y por sus sobrinas.
La cuestión de Colombia
Se defendía el exministro en uno de ellos de las afirmaciones que incluye el informe que ha elaborado la UCO sobre su patrimonio, a instancias del Tribunal Supremo. Afirmaba Ábalos -con toda la santa razón- que la Guardia Civil le atribuye un inmueble en Tuluá (Colombia), cuando en realidad lo que se compró en 2003 fue un terreno rústico. Añade que nunca construyó allí una vivienda y que lo vendió en 2013 por 2.500.000 pesos colombianos; no por esa cantidad en dólares, como afirma la Benemérita. Eso equivale a unos 750 euros. Es normal que Ábalos se sienta agraviado por el error tan grueso de los investigadores, aunque hay algo que chirría aquí ligeramente.
Porque entenderá don José Luis que resulten un poco extravagantes algunas de sus decisiones, dado que en el momento de adquirir el terreno era un mero concejal de la oposición en el Ayuntamiento de Valencia y diputado en las Cortes, y la zona de Tulúa estaba afectada por el cruento enfrentamiento entre las FARC y Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Este último grupo paramilitar -inflado por el narcotráfico para poder controlar la actividad en territorios de interés- estaba debilitado en esa fecha, pero todavía controlaba aquella localidad.
Por alguna razón que seguro es muy sencilla de explicar, don José Luis Ábalos, concejal valenciano, adquirió una parcelita en la montaña de un territorio en conflicto, quizás con una esperanza similar a la de quienes, en 2025, pudieran comprar dos o tres hectáreas de terreno en Jalisco o en la Franja de Gaza porque esperan que la inversión se revalorice. Resucita el conde duque de Olivares una y otra vez; y a lo mejor no lo hace con tanta intensidad, pero este milagro, inspirado en la parusía, merecería una mayor atención.
Sobrinas
En lugar de atender a lo importante, perdemos el tiempo en sospechas y en el análisis de esa lista de sobrinas que le han descubierto a Ábalos, algunas bien colocadas en empresas públicas en su día; y todas con nombres que podrían aparecer varias veces en los documentos de Recursos Humanos de modas Berska. Jessica tal, Melissa, cual; Nicole.
Hay otras cuestiones que hemos malinterpretado, con aviesas intenciones, como la auditoría encargada el año pasado por Óscar Puente sobre la compra de mascarillas en el primer estado de alarma, que ilustra sobre el clamoroso trato de favor que recibió Soluciones de Gestión y Apoyo a Empresas desde el ministerio de Ábalos. Esa empresa, casualmente, estaba comandada por Víctor de Aldama, quien, también por casualidad, organizó la visita de Delcy Rodríguez a España y quien, también por puro azar, viajó a México en 2019 en las mismas fechas y al mismo lugar, que era Oaxaca. Ya digo: quizás hemos desconfiado demasiado de todos estos asuntos y, en realidad, son meras coincidencias.
Es cierto que existen varios indicios los que llevan a pensar que existe cierto apego de don José Luis por Latinoamérica, tierra, sin duda, de grandes oportunidades. Aldama se asoció allí (Pronalab) con una persona con la que Ábalos se fotografió en Fitur en 2020 por pura casualidad. Es Jorge Brizuela, un exitoso empresario al que el FBI investigó -ver Guacamaya Papers- por ser espía venezolano y por sus nexos con el crimen organizado, pero sobre el que tampoco conviene hacerse grandes preguntas, a riesgo de contribuir a engordar la campaña injustificada de descrédito al que se le está sometiendo a don José Luis y a todos esos que no conocía o había dejado de reconocer, como el protagonista de Memento.
Quizás, a fin de cuentas, este ilustre compatriota nunca prejuzgó a quienes le venían a ver y eso provocó que se hiciera fotos con quien no tenía un currículum -digamos- ejemplar. ¿Y por qué un terrenito en Colombia? Seguramente, porque disponía Ábalos de una mente inquieta y, hastiado por la vulgaridad de la actividad política, gris y arenosa, compró en 2003 una parcela en la montaña tropical para construir ahí su imperio espiritual, entre verdes valles, gente sencilla y el canto de las aves. A lo mejor se entregó a Soluciones en pandemia porque, más allá de lo que hubiera detrás, su labor era atender al ciudadano; y esa empresa era la que más vidas iba a salvar. Y lo de sus sobrinas, ¿qué ser humano de bien no haría todo lo que estuviera en su mano por su familia?
Se está a lo mejor prejuzgando a un inocente. Por eso es comprensible su reacción, que, por alguna razón que no sé explicar, recuerda un poco a la de don Emilio. El cual, por cierto, también se conectó con Sudamérica llegado un punto.
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1 Comentarios
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hace 2 horas
Vaya articulito lleno de parcelitas y de sospechitas, de tiro la piedrita y escondo la manita.