A Pedro Sánchez, al que han llegado a aplaudir en el Congreso como a un matador con rabo y gallina en las manos y cuajarones de cristo en las rodillas, ya lo revuelcan como a un bombero torero en todas las votaciones, que son un cachondeo, una rifa, una cucaña. Ya no es sólo el aumento en el gasto de defensa, que ha dividido otra vez a las izquierdas por su eterna costura utópica e interesada (la izquierda es pacifista con sus camaradas pero guerrillera y guillotinera con sus enemigos). No, es todo, esa barahúnda de gallera, reyerta, subasta o rentoy que hay en el Congreso, que ya huele como a lonja de pescado, a billetes entre charcos y tripas, a matanza regada con manguera. El Gobierno es un caos, votando por facciones. La coalición de investidura es un caos, con todos pidiendo todo y los socios votando por putear o por presionar. El Congreso es un caos, o ya una farsa, porque en realidad no sirve de nada con un Gobierno dispuesto a gobernar sin leyes, sin presupuestos, sin mayorías, sin ganas, sólo con el salseo de las tertulias y la mano de porcelanosa de Sánchez.
En el Congreso, que está entre la naumaquia, la carnicería y el carnaval, no se votaba nada decisivo ni nada vinculante. Pero los socios o mutualistas del Gobierno de Sánchez no dejan de posicionarse, de amagar, de amenazar y pavonearse desde sus escaños balconeros, desde sus balcones plazueleros, desde sus plazas aristocráticas como palcos (fue en Venecia, en el siglo XVII, donde empezaron a diseñar los teatros a semejanza de las plazas, con los palcos imitando los balcones de las casas nobles). Sumar, aunque a veces parezca ir ideológicamente en chancleta, sigue estando en el balcón de los señoritos. Así que, entre el juego de la identidad, el del tacticismo y el de la supervivencia, decidió darle el disgustillo a Sánchez votando contra el rearme europeo y, ahí es nada, por la salida de la OTAN. Sólo era una propuesta folclórica del BNG, nada que nos vaya a dejar con bongos en vez de tanques ni nada que vaya a dejar a Yolanda Díaz sin escaño de lapislázuli. Pero hasta Yolanda, como Junts, sabe que hay que votar que no para que luego Sánchez te pague el votar que sí.
El Gobierno es un caos, votando de espaldas, dividido por fetiches ideológicos o sólo oportunistas, tembloroso entre la necesidad de la continuidad y la necesidad de la diferencia
El Gobierno es un caos, votando de espaldas, dividido por fetiches ideológicos o sólo oportunistas, tembloroso entre la necesidad de la continuidad y la necesidad de la diferencia. Yolanda tiene que diferenciarse del PSOE o Podemos le va a quitar a los parroquianos eternos de su izquierda, que como los del bar de Pablo Iglesias son parroquianos de melancolía y amargura y se van a ir con quien les dé mejor melancolía y amargura. Lo militar es una baza icónica que no se puede desperdiciar en esta lucha iconográfica, iconoclasta o iconoplasta. Y lo de la OTAN ya es el recurso a la nostalgia, como recurrir a Chanquete. Pero, además, el revolcón a Sánchez, que ya se lo da cualquiera, hasta Yolanda con su cosa de Penélope Glamour, es una baza negociadora.
Sánchez se lleva muchos revolcones porque los revolcones se pagan luego bien. Sánchez es un vanidoso y, aunque hay humillaciones que siempre estará dispuesto a sufrir, porque si no se quedaría sin la vanidad principal de ser presidente príncipe, por supuesto quiere minimizarlas. Así que, tras el revolcón, que es un pellizco o un guiño, suele llegar el acuerdo de progreso y los besos de chicle de fresa. Claro que uno sigue pensando que lo mismo un día Sánchez se harta y se retira definitivamente a gobernar con decretos luisinos detrás de un guardia, un publicista y un paje. Yo creo que es lo que quiere, pero aún no se lo puede permitir. Por eso intenta controlarlo todo, el Estado vertical como una mina, los medios de comunicación, los empresones heráldicos y los vaticanos de los jueces. Cuando tenga todo eso, quizá pueda convertir el Congreso en una pinacoteca para traer a los mandamases de la OTAN a que miren musas, vajillas y escritorios con pata de león.
A Sánchez lo mismo lo mantean que lo aplauden en el Congreso, y no cree uno que la cosa signifique mucho en sí. También aplaudieron en el Congreso a Fernando Simón, que era como el falso médico con nariz de payaso y mentirijillas sobre las agujas que nos pusieron para que lo político pareciera científico y la incompetencia pareciera inevitable. Como personaje político, o como político sin más, Simón se llevó el aplauso político. Pero la verdad es que la platea política, como el tendido taurino o el palco de ópera, es muy voluble. El problema no es la volubilidad, es que la materia de discusión, de polémica, incluso de guerra, ya no es la política.
El Congreso ha visto ovaciones, gestas, pañoladas, humillaciones, comedias y funerales, pero hasta ahora sabíamos a qué atenernos. Conocíamos las ideologías, los principios, los fetiches y tabúes de todos, y se podía hacer política, que es verdad que no deja de ser una manera de hacer teatro, pero hasta el teatro tiene sus reglas. Sánchez ha acabado con las reglas, o sea con la política. El caos del Congreso no es un caos de desorden o jaleo, sino de despropósito. El conchabeo, el negocio, la compraventa, el intercambio de favores, privilegios e impunidades ya sólo atienden a las leyes del mercadeo, de la oferta y la demanda, o de la fuerza y el chantaje, como con Trump. O sea, todavía más piratería que comercio.
Si Sánchez necesita el aumento de gasto militar, que lo necesita para poder seguir yendo a Europa como al hipódromo, lo conseguirá. Y si Yolanda necesita seguir ahí, de vicepresidenta florero y de guerrillera acolchada, que lo necesita, se entenderán (Sánchez ya afea el concepto de “rearme” y habla más de cambio de paradigma tecnológico, o semántico, o algún palabro de los suyos). Y no, no hará falta acuerdo con el PP. Antes, Sánchez se retiraría a firmar decretos desde un despacho con diván de desmayos y mesa de pata de león. El caos no es por la dificultad en llegar a acuerdos, sino porque ahora se puede acordar casi cualquier cosa. El Gobierno es un caos, pero Sánchez es el caos. Así puede que sobreviva él, pero no la política ni España.
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