Los esfuerzos por analizar un tema con los asépticos instrumentales del saber técnico correspondiente están destinados al fracaso por el ruido de los sesgos ideológicos. A cada estímulo identificable con carga valorativa la respuesta al modo del perro de Pavlov no se hace esperar y nubla los matices y argumentaciones que permitan aclarar la cuestión. Al intento de análisis que sigue le aguardará ese destino.
Si esto es habitual en muchos ámbitos, en el educativo es particularmente pernicioso, pues en la administración y configuración de un sistema de instrucción pública de calidad y eficaz se juega la continuidad social, económica, cultural y política de una sociedad y las posibilidades de prosperidad de los menores como futuros ciudadanos y sujetos de derechos. Del derecho, para empezar, a aprender, estudiar, formarse en los saberes del acervo común, ensanchar y enriquecer sus horizontes vitales y ganar una cierta independencia personal gracias al desarrollo de sus capacidades.
Bajo el mantra innovador de la digitalización, se dejaron las puertas de los colegios abiertas indiscriminadamente a los aparatos electrónicos
Todo eso, que en buena lógica es un beneficio para el individuo y por extensión para toda la sociedad, un verdadero capital humano de incalculable valor en el cual invertir a largo plazo, se pierde desde hace décadas al vaciar la escuela pública de su función social. Las groseras disputas ideológicas distorsionan las lógicas materiales que operan en los sistemas escolares y las posibles soluciones correctoras que las evidencias científicas, la experiencia didáctica y el saber clásico ofrecen. Por eso, si fuera posible poner entre paréntesis la titularidad de las medidas propuestas, podrían ser evaluadas desde el rigor técnico.
Confundir saber con uso
El caso que aquí se trata de analizar, con este afán, es el del comunicado emitido por la Consejería de educación de la Comunidad de Madrid sobre “el uso individual de dispositivos digitales en los colegios”.
Desde antes incluso de la pandemia, algunas voces intentaron alertar sobre los riesgos de la introducción temprana en los centros escolares de los dispositivos con pantallas interactivas. Bajo el mantra innovador de la digitalización, que el mentado comunicado afirma respetar en lo tocante a la llamada competencia digital, se dejaron las puertas de los colegios abiertas indiscriminadamente a los aparatos electrónicos. La Pedagogía Oficial decretó la necesidad de formar a los jóvenes en las "Nuevas tecnologías", acaso al servicio de intereses menos confesables. La argucia de confundir saber con uso, experto con usuario, coló hasta el punto de que se encontró un ariete más con el cual seguir destruyendo la autoridad docente: la condición de nativos digitales de los infantes, a los cuales nada podría enseñar un obsoleto profesor incapaz de manejarse en los arcanos de Tik Tok o Instagram.
La propuesta va en la dirección de la conocida como literatura "antipedagogista", que viene reclamando una enseñanza de calidad basada en conocimientos más que en subjetividades emocionadas, en la autoridad docente al servicio de la formación del alumno más que en su ilusoria felicidad. En fin, en formar e instruir, es decir, en lograr que el alumno (al que se alimenta) haga suyo lo que es de todos, como dicta el clásico. Y uno de los aspectos cruciales del aprendizaje es la lecto-escritura, convertido en problema crónico por ciertas metodologías constructivistas en la enseñanza de la lectura y el abandono de la escritura a mano por el uso de las pantallas. Nunca antes aparatos de vanguardia tecnológica tan sofisticada habían estado al alcance cotidiano de sujetos tan jóvenes, inermes ante su carácter adictivo e hipnótico, con los cuales la concentración del individuo es delegada.
Cesión de la inteligencia
Primero se aprenden los rudimentos de las matemáticas, después se aprende el uso de la calculadora. Con los dispositivos digitales, la secuencia se invierte: se pone el arado antes que los bueyes. La pantalla acumula la atención que el usuario pierde al pasar de un estímulo visual a otro en un parpadeo acelerado que le paraliza. La concentración que un texto en papel o un papel en blanco exigen se volatilizan ante el teléfono inteligente, al que se le cede la inteligencia…
Si algo cabe reprocharle a la propuesta es que deja sin regulación la etapa de la ESO, con alumnos de 11 y 12 años en sus dos primeros cursos, tramo que necesitaría también una regulación. En todo caso, el éxito de estas medidas dependerá de su aplicación según criterios técnicos, ni neólatras ni neoluditas, y de la acogida que entre los profesores más cercanos a los fetiches de la innovación pedagógica y las familias reciba. El impacto, por tanto, será seguramente muy relativo a medio plazo, pues depende de factores como la variable exposición a pantallas en el ámbito doméstico, condicionante de las brechas escolares que la escuela se ve incapaz de paliar.
De hecho, la medida ha recibido la oposición inmediata de centros concertados (sostenidos con fondos públicos) que apelan a su "libertad" para decidir al respecto. Pero esa supuesta libertad en realidad es el poder que las administraciones dan a los centros y que, en consecuencia, deben restringir según criterios didácticos objetivos con vistas al bien común y a las funciones de la escuela pública. ¿Qué "libertad" habría en enseñar la inferioridad de la mujer o el valor de la cliteridoctomía ritual? No es libertad poner en peligro la formación de los infantes por moda pedagógica o intereses económicos.
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2 Comentarios
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hace 10 horas
La medida es muy buena,
Si la regulación educativa está ideologizada, solo hay que mirar a Cataluña y PV
Las familias cada vez más en contra del uso de pantallas, incluido en el ámbito familiar. Da pena ver a un bebé o niño pequeño embobado con un móvil en un parque .
Lo de las escuelas concertadas , se refieren a que ha sido una medida adoptadas sin su concurso o consulta , nada más.
hace 16 horas
Están las universidades llenas de tarugos que no saben leer ni escribir sin tropezar cada poco