Parece ser que en España (como en otros lugares) los gobernantes tienen predilección por la polarización de la política, y, para más inri, tienden a enrocarse, precisamente, en el extremo que proyecta la imagen más deplorable del propio país: Aquella que difumina y ensombrece los fundamentos y la solidez del Estado de derecho, y refleja la opacidad, la incoherencia, la fragilidad y la falta de resolución del gobierno de turno.

Así, cerrando el ciclo de la España belicista (seguidista de George W. Bush) de la foto de las Azores y de las armas de destrucción masiva; irrumpió (como pájaro de mal agüero, en medio de la tragedia del 11-M) el Gobierno servil y zalamero de Zapatero. De ahí, se pasó al liderazgo dubitativo, ineficiente e inseguro de Mariano Rajoy que, tornado en presa fácil, allanó el camino para el desembarco en la Moncloa, a uno de los peores gobernantes de la historia reciente de España: Pedro Sánchez, una suerte de virrey venido a menos –con ínfulas de mayordomo real– al servicio de la Corona alauí.

Pedro Sánchez ha convertido a España, prácticamente, en un “felpudo” para Mohamed VI

Gracias a él, España pasó de ser la metrópoli de la última colonia de África a ser el primer país europeo colonizado por Mohamed VI y Carles Puigdemont.
José María Aznar tiene muchos defectos, igual que todos (como reza el sabio proverbio árabe “es sobrado de nobleza aquel cuyos yerros se pueden contar”) e, ideológicamente, está en las antípodas con respecto a mucha gente. No obstante y, sin ánimos de reivindicar (para nada) su, para muchos, pésimo legado, hay que reconocerle que (en julio de 2002) situó a España en lo más alto, al enfrentarse con dignidad y valentía al régimen majzení, frenando en seco su intento de atropello a la soberanía nacional con aquel amago de ocupación de la isla de Perejil. Esta acción audaz, nos viene a la mente, irremediablemente, no por devoción a Aznar, sino por el contraste brutal que en sí supone, con la postración impúdica que está mostrando Sánchez –20 años después– ante la dictadura alauí, llegando a convertir a España, prácticamente, en un “felpudo” para Mohamed VI. 


Por si esto fuera poco, para continuar sirviendo al Majzen y eternizarse en la Moncloa, le brindó a Puigdemont una “legislación a la carta”. El líder de Junts, aprovechando esta oportunidad inigualable que se le presentó cuando menos lo esperaba, no se conformó con cesiones razonablemente modestas, sino que optó por exigirle a Sánchez (poniéndolo despiadadamente en evidencia) las leyes que mejor sirven a sus intereses (amnistía, condonación de la deuda catalana, competencia en materia de inmigración y fronteras…). Y, naturalmente, por muy polémicas que éstas sean y por muy cuestionada que fuera su constitucionalidad, Sánchez no dudó en refrendarlas. 
Para justificar estas leyes creadas ad hoc para Junts, Sánchez recurre a argumentos endebles e inverosímiles que, además de no convencer a nadie, revelan su incongruencia y la oquedad de su discurso. 


Fijémonos, por ejemplo, en la improvisada condonación de la deuda catalana. El Gobierno está dispuesto a extenderla al resto de comunidades, y no se cansa de pregonar que “beneficia a todas”. Hace hincapié en los términos “condonación” y “quita”, y de ahí no lo mueve nadie, porque es consciente de que esas son las palabras atractivas y fáciles de asimilar que agradan a la ciudadanía. La otra lectura –al ser más transparente– podría enrarecer el ambiente y por consiguiente es mejor obviarla.
La explicación que el Gobierno elude, es que la deuda, al igual que la energía, se transforma pero no desaparece.
Es decir, esa deuda que se le condona a la comunidad no va a esfumarse por arte de magia, simplemente cambia de sitio.

Antes era una deuda de la comunidad (que ésta tenía que pagar); y ahora, al hacerse efectiva la quita, la deuda pasa a ser del Estado, por lo que tendremos que pagarla todos (vía impuestos o emitiendo más deuda). Que la comunidad salga beneficiada o no depende de si la deuda que se le conmuta es superior a la parte que le tocará pagar de la nueva deuda estatal acumulada. Ahora bien, en opinión de los expertos, lo que sí está garantizado (y esto es lo que cuenta para Sánchez) es que la comunidad catalana será la más favorecida.

A tenor de las imposiciones de Puigdemont, cabe, inevitablemente, plantearse lo siguiente: si Junts, con solo siete escaños, ha logrado marcarle el rumbo a Sánchez forzándolo a tomar decisiones que, claramente, rozan la ilegalidad, ¿cómo es posible que el llamado bloque de la investidura (Sumar, ERC, Bildu, PNV y BNG) que apoya plenamente la causa saharaui, no sea capaz de hacer valer sus ¡50 escaños! para impedir que Sánchez (en nombre de España) se posicione al lado de Marruecos en su ocupación ilegal del Sahara, infringiendo la legalidad internacional plasmada en sendas resoluciones de Naciones Unidas? 
O sea, Puigdemont, con 7 escaños, logra que Sánchez, actuando con dolo, tome decisiones cuya constitucionalidad está en entredicho; y el bloque “progresista”, con 50 escaños (y formando parte del Ejecutivo) no puede evitar que Sánchez incurra en la ilegalidad al apoyar la ocupación de un territorio que hasta ayer formaba parte de España. 
Con los 50 escaños de que se dispone (que constituyen casi el 30% de todos los votos con los que cuenta Sánchez, descontando los 7 de Junts) no solo se puede revertir el posicionamiento promarroquí del presidente, sino que se puede alcanzar el reconocimiento de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD); lo cual, además de ser un acto de justicia y reparación, redunda en beneficio de España al enmendar la incoherencia que desluce el reconocimiento del Estado de Palestina.

Para ello, solo necesitan darse dos condiciones: uno, voluntad política, y dos, ser consecuente con los principios que uno abandera. 
No sabemos si, ante la mención de estas dos condiciones, el bloque de la investidura se da por aludido o no. Lo que sí se puede intuir, es que su inacción lo hace cómplice de las decisiones que toma este Gobierno, al consentir la deriva errante que Sánchez se empeña en seguir, teniendo –el bloque mencionado– en sus manos la posibilidad de evitarlo. 


Todos hemos visto cómo el bloque de investidura le plantó cara a Sánchez cuando éste, a principios de marzo, dio a conocer su intención de elevar el gasto en Defensa al 2% del PIB, forzándolo a explorar otras vías que le permitan aprobar el incremento del gasto militar sin pasar por el Congreso. Esto es a lo que nos referimos. En algunas cuestiones, se muestran firmes e inamovibles.

Todos hemos visto cómo el bloque de investidura le plantó cara a Sánchez cuando éste, a principios de marzo, dio a conocer su intención de elevar el gasto en Defensa al 2% del PIB

El ¡NO A LA GUERRA! siempre está presente, sin embargo el ¡NO A LA OCUPACIÓN DEL SAHARA Y AL GENOCIDIO DE SU PUEBLO! gritado por el pueblo español brilla por su ausencia en los reclamos que se hacen al Gobierno. Cuando se trata del asunto del Sahara, la reacción del “bloque de los 50” lejos de ser contundente, es tibia, complaciente y cómplice; a pesar de que el tema del Sahara es un asunto de Estado de máxima relevancia, y el vínculo de este territorio con España es tal, que sin él no se entendería la historia contemporánea española.
A veces, para justificar esta pasividad –u omisión del deber moral– en lo relativo al Sahara, se recurre a la burda excusa de que “la política exterior es competencia del presidente del Gobierno”.

Pues justamente por eso –por razón de su cargo– procede, más que nunca, exigirle al presidente ser ejemplar y escrupuloso en el cumplimiento de las resoluciones de la ONU y de la normativa que regula los tratados y convenios internacionales que España firmó; y abstenerse de actuar al margen de la legalidad. A menos que en España tengamos otro Trump convicto y fuera de la ley, que hace lo que le viene en gana.

Sabemos que el reconocimiento de la RASD por el Gobierno español es un horizonte lejano, pero ya han pasado tres años de aquel giro traicionero de Sánchez en el que asumió los postulados de Marruecos en detrimento del Sahara. Es un largo trienio plagado de tiranteces, crisis e intrigas, que las continuas cesiones y la sumisión constante no logran aplacar y que arroja un saldo más que nefasto: Deshonra, descrédito, dependencia y cuantiosas pérdidas en lo moral y lo material. Esto sería más que suficiente para hacer recapacitar a cualquiera, porque nunca es tarde para hacer lo correcto. También sabemos que Sánchez no lo hará. No tiene el valor suficiente para liberarse de las cadenas del Majzen. Quien sí puede –y debe– obligarlo a rectificar, insisto, es el bloque de investidura que tiene siete veces más escaños que los que tiene Junts, que, repito, con solo siete votos obtuvo de Sánchez todo cuanto quería.

A Marruecos (el reino del sur adorado por la cúpula del PSOE y particularmente por su secretario general) le cuesta asumir el severo revés diplomático y jurídico que sufrió en Europa. A lo largo de más de dos décadas, invirtió sumas millonarias (generalmente de forma opaca y oscura) en las instituciones y en países (España, Francia) de la Unión Europea, y contaba con Europa para perpetuar y consolidar la ocupación del Sahara. Cuando la Justicia europea dejó al desnudo sus maniobras y maquinaciones y vio, con amargura, que toda la cobertura y el respaldo que creía asegurados y bien atados, de la noche a la mañana, resultó ser un espejismo, se revuelve contra España y Francia (sus principales valedores en Europa) reclamándoles que lo secunden en su huida hacia adelante, propagando falsedades y disfrazando de “relación excelente y armoniosa” con la monarquía alauí, lo que siempre fue una relación de hostilidad y recelo mutuo.

Otro asunto que trae de cabeza al régimen de Mohamed VI es cómo desviar la atención de la infinidad de escándalos en el que se ve envuelto continuamente en Europa y en el mundo; el último de los cuales es el concerniente al lobby danés (pagado por Marruecos) que denunciaron eurodiputados escandinavos y que persigue, al igual que el resto de tentáculos del Majzen (como la agencia Acento dirigida por José Blanco, exsecretario de organización del PSOE) normalizar la ocupación del Sahara y encubrir la represión que se vive en las ciudades cercadas por el muro defensivo (de 2.720 kilómetros) en el que los más de 100.000 soldados malviven (bajo la presión diaria de los bombardeos del Ejército de Liberación Saharaui) hacinados en agujeros cavados en medio del desierto y rodeados de minas de todo tipo (cautivos, ellos también, de la estrategia defensiva de su rey).

Clausurando el año 2024, Sánchez presentó en la Moncloa su “plan” enfocado a África para el período 2025-2028. Se trata de un extenso documento elaborado por el Departamento de Albares bajo el título de España-África 2025-2028 Trabajando juntos a través de una relación estratégica. 
Hace siglos alguien me prestó un libro que tenía como título La casa del gato jugando a la pelota, de Honoré de Balzac. A primera vista, lo desdeñé por –a mi parecer– lo banal de su portada y solo accedí a leerlo cuando me percaté del nombre de su autor y porque, en el lugar donde me hallaba, escaseaban los libros. Resultó ser una novela fascinante, igual que todas las obras de Balzac. 
Aprendí entonces que un libro no se puede juzgar por su portada, igual que una persona no puede ser juzgada por su apariencia.
 Con este documento de Albares me pasó algo similar, pero en sentido inverso. Es un texto amplio con un título ostentoso, pero su contenido no puede ser más pésimo. Diríase que cuando Albares lo redactó tenía delante el retrato de Mohamed VI (omnipresente en todos los dominios del reino y obligado en todos los hogares de Marruecos).
 Más que un documento que contempla la estrategia, la cooperación, el desarrollo y la relación España-África de cara al período 2025-2028, es un folleto de propaganda destinado a complacer y halagar a Mohamed VI centrándose, básicamente, en los dos puntos arriba señalados: crear una cortina de humo para solapar la frustración y la derrota jurídica que sufrió Marruecos en Europa y alejar los focos de los numerosos escándalos que acompañan al Majzen en todas partes, esté donde esté.

A lo largo del dilatado –y a la vez vacío– documento se alaba y se ensalza a Marruecos como socio primordial (en todos los ámbitos) de España en África.
 El Sahara Occidental, hasta 1976 provincia española 53 y que está a tiro de piedra (30 minutos en avión) del archipiélago canario, pendiente de descolonización y cuya potencia administradora sigue siendo España, no se menciona en ningún momento en este documento que –se supone– está dedicado a la relación España-África.
 Sí se alude ligeramente a Guinea Ecuatorial, que se independizó de España en 1968 y es uno de los países más pequeños del continente africano, con una extensión (28.052 Km2) que representa poco más del 10% de la extensión (266.000 Km2) del Sahara.
 En este pasquín, Sánchez y Albares se acuerdan de Guinea Ecuatorial y reniegan del Sahara.

¿En nombre de quién lo hacen? Todos saben que semejante infamia solo pueden hacerla en el suyo propio; y Guinea Ecuatorial también lo sabe y seguro que los aborrece por incluirla en un libelo cuyo único objetivo es elogiar a la narcomonarquía alauí.
 El Sahara Occidental es el único territorio del mundo árabe que oficializó como segunda lengua el idioma de Cervantes, pero ni siquiera por razones culturales Sánchez osa mencionar el Sahara en este documento. No puede hacerlo porque, en lealtad al reino alauí, convirtió España en un país colonizado por Mohamed VI y, por ende, el Sahara Occidental es un nombre prohibido en las zonas ocupadas del Sahara y en el Palacio de la Moncloa.


Abderrahman Buhaia es intérprete y educador saharaui