Todo comenzó con la historia de Rokia, una joven de 16 años que murió porque no sabía que estaba embarazada. La casaron sin ninguna información sobre su propio cuerpo, sin saber cómo se gestaba la vida. Cuando llegó el momento de dar a luz, se enfrentó a un cuello uterino demasiado estrecho para un parto natural. Pero no había quirófano, ni cirujano. Su muerte no fue un accidente, sino la consecuencia de la inequidad de género y la pobreza extrema en una zona del planeta, el África Subsahariana, donde sólo el 40% de las mujeres son asistidas durante el parto por personal sanitario.
Hoy podemos contar la historia de Rokia porque medicusmundi desarrolla proyectos en Koulikoro, Mali (cuya responsable es precisamente Janeth Aguirre). Somos muy conscientes de que la mortalidad materna no es sólo un problema de acceso sanitario, sino que refleja desigualdades sistémicas: educación, autonomía económica y normas de género restrictivas que limitan la capacidad de las mujeres para decidir sobre su salud reproductiva.
El caso de Rokia ilustra una realidad generalizada: muchas mujeres y niñas se enfrentan a barreras insalvables para acceder a servicios de salud
El caso de Rokia ilustra una realidad generalizada: muchas mujeres y niñas se enfrentan a barreras insalvables para acceder a servicios de salud adecuado durante el embarazo y el parto. Estas barreras incluyen la falta de recursos económicos, la lejanía de los centros de salud y la escasez de personal sanitario capacitado.
En zonas rurales como en Koulikoro, los centros de salud son escasos y, cuando existen, carecen de equipamiento y personal capacitado. La atención prenatal es insuficiente, y muchas mujeres dan a luz sin asistencia profesional. Esta situación se repite en numerosos países con altos índices de pobreza, donde también la falta de inversión en salud materno-infantil sigue cobrándose vidas. Como dato, en África subsahariana sólo el 40% de las mujeres son atendidas durante el parto por personal sanitario, lo que refleja una falta de acceso y decisión sobre su atención sanitaria. Y aún disponiendo de asistencia y/o clínica, ésta no compensa las barreras culturales que juegan en su contra. Por poner un ejemplo, en Níger el 68% de centros tienen capacidad obstétrica, pero sólo 31% de partos son asistidos, según un estudio de Género de la Fundación Gates.
La desigualdad de género en la atención sanitaria se visibiliza en que las mujeres suelen ser infantilizadas y se les despoja de su autonomía a lo largo del embarazo y el parto. Tampoco pueden dar su consentimiento informado en procedimientos como episiotomías, cesáreas o inducciones, y se les impone decisiones médicas sin considerar las preferencias de la mujer. Esta violencia obstétrica se plasma en cifras: el 23% de mujeres en países de ingresos medios y bajos sufren este tipo de violencia (normalizada en sistemas patriarcales) durante el parto, lo que genera miedo y desconfianza en los sistemas de salud. También sucede en países de altos ingresos, donde las restricciones en el acceso a servicios de salud afectan de manera desproporcionada a las mujeres de bajos ingresos y a minorías, reduciendo su capacidad de decidir sobre su salud reproductiva. Incluso si se accede a la sanidad, no te asegura no sufrir violencia obstétrica durante el parto.
Normas y roles de género restrictivos
Janeth, y a través de ella medicusmundi, aprendimos por la experiencia de la comunidad local que la información sobre la salud sexual y reproductiva es "cosa de mujeres", pero sólo de las mayores. Las jóvenes como Rokia son privadas de conocimientos esenciales. En muchas culturas, las normas de género limitan la autonomía de las mujeres sobre sus propios cuerpos, e impiden que busquen atención médica o utilicen métodos anticonceptivos, lo que contribuye a embarazos no planificados y a una mayor exposición a riesgos durante el embarazo y el parto. Las decisiones sobre su salud son tomadas por maridos, suegros o líderes comunitarios. Sin educación y sin poder de decisión, las mujeres se ven atrapadas en un círculo de vulnerabilidad. Las mujeres con baja participación en decisiones de su propio cuerpo y domésticas tienen 3.2 veces mayor riesgo de omitir controles prenatales, y solo el 37% de mujeres en África Occidental pueden decidir sobre su salud reproductiva sin permiso conyugal. A esto hay que sumar restricciones legales y barreras administrativas que impiden su acceso a anticonceptivos y atención obstétrica sin el consentimiento de un tutor masculino.
Matrimonios y embarazos en adolescentes
Rokia no tuvo oportunidad de elegir. La casaron joven y poco después se quedó embarazada sin saberlo. En Mali, y en muchas otras regiones del mundo, el matrimonio infantil sigue siendo una práctica común. Las adolescentes embarazadas, al no estar todavía desarrolladas físicamente, afrontan riesgos de salud muy elevados, como las fístulas obstétricas, una lesión devastadora que afecta la salud y el bienestar de las niñas. Sin acceso a anticonceptivos ni atención médica adecuada, las complicaciones durante el embarazo y el parto se multiplican, por lo que aumenta la mortalidad en el embarazo en adolescentes. Las niñas de 10 a 14 años tienen entre 5 y 7 veces más probabilidades de morir durante el parto en comparación con mujeres de 20 a 24 años.
En Mali, y en muchas otras regiones del mundo, el matrimonio infantil sigue siendo una práctica común
También provoca un gran impacto en su salud mental y emocional, generando altos niveles de ansiedad y depresión, y a nivel social puede llevarlas al aislamiento al ser arrancadas de sus comunidades y círculos sociales. Por no hablar de su forzoso abandono escolar…
Falta de educación y empoderamiento
El matrimonio y el embarazo precoz suelen interrumpir la educación de las niñas, reduciendo sus oportunidades futuras de autonomía económica. Además, la educación es fundamental para que ellas comprendan y ejerzan sus derechos reproductivos. La falta de acceso a educación limita el conocimiento sobre prácticas saludables durante el embarazo y el parto, así como sobre la importancia de la atención prenatal y postnatal. El empoderamiento de las mujeres a través de la educación contribuye a una toma de decisiones más informada y a mejores resultados en salud materno-infantil.
Nuestra experiencia en Mali (a través de las palabras de Janeth): “Cuando comenzamos este proyecto, nos dimos cuenta de que muchas mujeres no asistían a las formaciones porque sus maridos o suegros se lo prohibían. Decidimos invitarlos. Les enviamos cartas oficiales y los tratamos como lo que eran para la comunidad: los jefes. Y, para sorpresa de muchos, también ellos desconocían cuestiones fundamentales sobre el embarazo y el parto. A través de la educación, no solo empoderamos a las mujeres, sino que involucramos a los hombres en la protección de la vida. Hoy, gracias a estos esfuerzos, miles de familias en Koulikoro han aprendido a cuidar y salvaguardar la vida desde su concepción”.
Hablar de inequidad de género es hablar de pobreza. Rokia no murió por ignorancia, sino por la imposibilidad de acceder a lo básico
Algunas de las mujeres con las que trabajamos nos contaron historias de violencia doméstica y sexual que las dejaron embarazadas sin su consentimiento. Y en muchos casos no eran conscientes de ello. La violencia de género, en muchos casos, no solo les impide acceder a atención médica, sino que también las sumerge en un ciclo de miedo y sumisión. En este contexto, muchas mujeres no buscan ayuda hasta que es demasiado tarde, lo que incrementa las tasas de mortalidad materna e infantil.
Pobreza y condiciones socioeconómicas adversas
Hablar de inequidad de género es hablar de pobreza. Rokia no murió por ignorancia, sino por la imposibilidad de acceder a lo básico: información, atención médica y recursos. La desnutrición, la falta de infraestructuras sanitarias y la ausencia de apoyo gubernamental configuran un entorno donde la vida de las mujeres embarazadas y de sus hijos pende de un hilo.
La independencia económica de la mujer es básica para que puedan desarrollar una vida plena. Conscientes de ello, desde medicusmundi en Koulikoro trabajamos el empoderamiento de la comunidad femenina través de actividades generadoras de recursos que incluyen: capacitación en actividades productivas, alfabetización en francés y bambara, y talleres sobre liderazgo y emprendimiento, creación de cooperativas agrarias y asociaciones femeninas.
En Koulikoro, hemos reducido la mortalidad maternoinfantil en un 50%, pero aún queda mucho por hacer. Hemos creado un programa integral de formación sobre concepción, embarazo y primera infancia. Presentamos a la administración regional familias que han aprendido a traer hijos al mundo con dignidad y equidad.
Tras más de 15 años aprendiendo también de estas comunidades en Koulikoro, hacemos balance (también con palabras de Janeth Aguirre): “Aprendimos que el desarrollo será eficaz en la medida en que se haga desde las propias realidades y fuentes de sabiduría de cada comunidad. Y, sobre todo, aprendimos que con el hombre llegamos más lejos, pero que es la mujer quien, con su inteligencia y energía, determina cómo mejorar la calidad de vida para ella y para las generaciones futuras”.
Janeth Aguirre es hermana franciscana y responsable de proyectos de medicusmundi en Koulikoro (Malí).
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