Simón Pérez es un ciudadano español que recibió hace unos días la visita de unos amigos. Supongo que le notarían algo desmejorado. No tiene cejas y se ha rapado toda la cabeza. O casi toda. Conserva una especie de flequillo a modo de visera, como Ronaldo en el Mundial de 2002. Su tripa está hinchada, camina con dificultad, tose constantemente y su boca emite sonidos pantanosos, como si su saliva tuviera la viscosidad del pegamento. Su encuentro con sus “compadres” se emitió en directo por Twitch. Hablaron un rato de las deudas que Simón tiene con una persona. Espera saldarlas cuando reciba la transferencia de una casa de apuestas. "Esto tarda una semana", repetía.

Los penosos días de este hombre se emiten por internet ante una comunidad de 32.000 espectadores que observa un plano secuencia sobre la autodestrucción de un individuo. Es un programa de televisión un tanto rompedor. Las cadenas convencionales nunca se lo ofrecerían a sus espectadores. Jamás han llegado tan lejos, ni siquiera cuando mercadeaban con Belén Esteban sin que nadie pareciera demostrar cierta compasión y respeto por el problema que confrontó. Lo grave sucedía allí fuera de plano. En la sala de estar de la casa de Simón se desarrolla en vivo y en directo. Su mesa no es muy diferente a la de un profesor de química. Agrupa los restos de mezclas de todo tipo.

La audiencia dona dinero a Pérez y él se lo gasta en latas de Monster, en casinos online y en ‘bocadillos de pollo’. Estos últimos a veces los mezcla con bicarbonato, los cocina y se los fuma. Cuando la papelina llega llena, lo celebra ante el respetable, aunque nunca parece estar satisfecho. Su existencia es una búsqueda constante. Navegar é preciso viver não é preciso.

Le acompaña en esta desventura su pareja, Silvia Charro, quien fuera su compañera en aquel vídeo viral que grabaron en el plató de televisión de Periodista Digital hace unos años. Hablaron del mercado hipotecario bajo los efectos de la cocaína. El vídeo se hizo viral. Ahora, mezclan esa sustancia para hacer una especie de crack y en alguna conversación incluso recuerdan cómo aquel documento audiovisual, que se hizo público en diciembre de 2017, les costó el trabajo. A partir de ahí, empezó una decadencia imparable. Del luxury real estate a deber dinero a un proveedor hay tan sólo un puñado de malas decisiones.

Ellos son conscientes. No hay nadie más consciente de su decadencia que quien la padece. El gran desespero de quien rueda cuesta abajo es la plena certeza de su error, de la velocidad de caída y del resultado. Simón pedía hace unas horas -antes de que le cerraran la cuenta por quinta vez- consejo sobre un entrenador personal. Era una forma de reconocer que necesita un salvavidas, aunque nadie dé un duro porque lo agarre si alguien se lo lanza. En el ojo del remolino, falto de voluntad, parece difícil incluso conservar la vertical. Eso sí, la cabeza no deja de funcionar y a veces gira a una mayor rapidez que el vórtice.

Humillación en directo

Algunos de sus seguidores humillan a la pareja y le donan dinero a cambio de que uno y otro completen algunas pruebas. El otro día, él lanzó su impresora por la ventana a plena luz del día. El trasto cayó a pocos metros de un tipo vestido de blanco que andaba por allí.

Otro día, Simón salió a la calle en plena noche, disfrazado, y comenzó a vociferar. Hay quien le trata como al personaje de un videojuego: desde su pantalla, le impulsa a hacer cosas, como si tuviera la capacidad de activarle por control remoto. Las adicciones suelen conducir hacia esa carretera oscura. Hace 40 años, la generación perdida robaba el anillo de bodas a su madre para poder comprar heroína o dejaba a su familia sin televisor. Lo que se ve en el canal de Twitch de Silvia y Simón es similar a lo de la película Réquiem por un sueño. Si la inercia se mantiene, es bastante sencillo adivinar el final.

Simón aseguraba hace unas horas que le había pedido un arma a uno de sus amigos “por si le hiciera falta”. Parece que teme más a otros que a sí mismo. Mientras tanto, se juega lo que ingresa en interminables partidas en internet y se droga sin parar. El otro día, afirmó que en agosto salió de un centro de desintoxicación, pero que todo se había vuelto a torcer demasiado pronto. Su audiencia era de algunos cientos de espectadores en ese momento. No parece que haya una mano amiga dispuesta a frenar su espiral de decadencia. Forma parte del guión en esos casos: la paciencia del entorno nunca es infinita. A partir de ahí, el círculo mengua y se limita a gente que compra, gente que vende, gente que amenaza, gente que pide y gente que tiene problemas.

Ya sabíamos que los focos queman. Hay pieles demasiado sensibles que no son capaces de resistir a la elevada exposición a esta luz blanca. La lista de rostros conocidos que terminaron calcinados, en la indigencia o la locura, es larga. Lo que quizás no habíamos previsto es que internet iba a ampliarla de forma exponencial. No es infrecuente el suicidio de un influencer de Youtube u OnlyFans. Tampoco los comentarios afilados durante sus emisiones.

La degeneración

Las redes son vertederos de frustración. Es de suponer que Freud deduciría que el individuo contemporáneo escapa de sus neurosis soltando humo en la caja de comentarios de Facebook o YouTube. Hay una lucha entre el ego frágil del que crea y la capacidad de incisión de quien insulta. Esto alcanza un grado de psicopatía sorprendente en el caso de Simón Pérez y Silvia Charro. Hace poco, alguien supeditó una donación a que él le insultara a ella. Hay quien disfruta con ello. Luego, les dona dinero para sus drogas. Sabe que las necesitan y que estarían dispuestos a muchas cosas para lograrlas. Incluso a acciones que hace un tiempo considerarían impensables.

Mientras tanto, Simón juega y juega sin parar. Bebe latas, fuma, habla como un papagayo y reclama a la "peña" que le done algo para continuar con su espiral. ¿Se había visto antes este show de Truman de la autodestrucción? Quien observa todo eso, al terminar la emisión, continúa con su vida, oculta su sadismo y seguramente camufle sin mayores problemas la degeneración que despliega en su habitación, a puerta cerrada, mientras maneja a las cobayas en las que se han convertido dos yonquis con los que su entorno parece haber perdido la fe, pero que merecen compasión y necesitan una mano amiga. Todo eso se emite en directo, en internet, entre partidas de videojuegos, debates sobre fútbol y relatos sobre Ozempic, famoseo o el más allá.