El 12 de abril de 1985 había caído en viernes y los viernes siempre es más fácil llenar cualquier local de ocio, sobre todo en horario nocturno. Así, a las diez y pico de la noche hace ya horas que los trabajadores de El Descanso no dan abasto. Sus dos co medores de la planta baja y el tercer comedor del sótano, con 60 mesas en total, están completos y continúan llegando clientes a los que no parece importarles que no haya mesa disponible y que se los invite a esperar turno en la barra del bar-cafetería,
donde hay seis mesas más pequeñas, todas ocupadas también, o en la terraza, que esa noche no está abierta, aunque se había preparado y limpiado para usarse al día siguiente. Según de clararía Alfonso Sánchez, uno de los ayudantes de cocina, a las 22:20 o 22:30 podía haber entre 150 y 200 personas en el local. Su compañero Francisco Posado fue más rotundo: “Aproximadamente 200”, incluyendo a los 15 camareros que trabajaban esa noche.
La escena que precedió al incidente es fácil de imaginar, porque cualquiera ha estado una noche de viernes en un restaurante abarrotado: ambiente cargado, en parte por el humo del tabaco (en aquella época, recuérdese, todavía se podía fumar dentro de los establecimientos), tintineo de copas y cubiertos, olores a comida, ruido de fondo de voces y conversaciones, idas y venidas apresuradas de los camareros. A la vez, en la cafetería grupos de clientes cercaban la barra, dialogando o parlotean do entre trago y trago, entre calada y calada. Ignorado por los comensales que disfrutaban de la cena y la conversación, lento para los clientes más impacientes que todavía esperan mesa, veloz para los trabajadores del restaurante que van y vienen por los comedores o cumplen en la cocina o la parrilla, el tiempo iba discurriendo de forma lineal, despreocupadamente. Y entonces, alrededor de las 22:30, se produce la explosión.
La onda expansiva hizo vibrar ventanas y puertas de muchas viviendas situadas a cientos de metros y proyectó cristales y trozos de ladrillo y cemento hasta la calzada de la carretera de Barcelona. Algunos vecinos de Coslada, población cercana a Barajas y localizada a unos cinco kilómetros del restaurante El Descanso, escucharon la explosión mientras veían la televisión. En las proximidades, algunos transeúntes sintieron que el suelo se estremecía y retumbaba bajo sus pies y un testigo accidental que circulaba por la carretera cuando se produjo la explosión declaró haber visto “una luz blanca, como un destello” seguida de un ruido seco que atribuyó de entrada a un accidente de coche. “Fue entonces cuando vi la nube de polvo y supe que algo más grave había pasado”. Se hizo un silencio absoluto que pronto quedó roto por algunos gritos y por un segundo estrépito, similar al que produciría el choque de una de esas enormes bolas de acero que se utilizan para demoler edificios antiguos o defectuosos. “Vi como la fachada se desmoronaba hacia dentro y pensé que había sido un accidente de gas o algo similar”, relatará después otro conductor que pasó al lado del restaurante. El posterior informe de los bomberos especificará que la explosión reventó la estructura del inmueble, siendo esa la causa de que la fachada principal del restaurante y parte del suelo de las plantas baja y primera se desplomaran por la zona
donde estaban los lavabos, la puerta de acceso al local y la cafetería-bar. A las 30 personas que esperaban en la barra del bar se les vino encima el techo.
“Vi como la fachada se desmoronaba hacia dentro y pensé que había sido un accidente de gas o algo similar”
Los testigos a los que la explosión sorprendió en la cafetería afirmaron que lo primero que sintieron fue una especie de “calambrazo”, al que le siguió un resplandor o un fogonazo de color blanco azulado. Varios de los supervivientes coincidieron al referirse a una luz similar a la que despiden los flashes de las cámaras fotográficas, aunque quizá fueran los policías que les tomaron declaración quienes al volcar distintas descripciones al papel repitieron más de una vez las mismas palabras e imágenes. Tras la corriente eléctrica y la luz, una lluvia de cascotes, trozos de cemento, hierros, lámparas y otros objetos caen sobre los comensales y todo queda a oscuras.
Alguno de los declarantes informó de que no llegó a oír la explosión, mientras que otros recordaron con claridad haber escuchado un ruido “ensordecedor”, un fragor “seco y fuerte”, según otra descripción. “Pensé que un avión había chocado con el techo del restaurante”, declararía uno de los heridos. Félix López estaba en el primer comedor con otros cinco amigos cuando escuchó un “estruendo que provenía de la zona de la cafetería del restaurante”, el techo del comedor se vino abajo y el edificio, dijo, quedó “a cielo abierto”. Tras reponerse de la primera impresión, la misma persona pudo divisar un hueco entre las ruinas y salir a las inmediaciones de la puerta principal y allí encontró a sus acompañantes con quienes se fue de inmediato en su propio coche al Hospital de La Paz, donde ingresó con pronóstico leve.

Remigio Badarago también estaba en uno de los comedores de la planta baja cuando escuchó el reventón y su siguiente sensación fue de vértigo, al desgajarse el suelo que sostenía su silla, cayendo al sótano con su acompañante. José Carlos Mora estaba aguardando turno de mesa en el bar y confesó no haber escuchado ruido alguno, pero si recordó otras sensaciones. El resumen de su testimonio resultó agónico en más de un momento: un resplandor inesperado le hizo llevarse los brazos a la cara, que elevó hasta la altura de los ojos, para protegerse la vista. Sintió como un calambrazo y creyó que su cuerpo esta ba fragmentándose, como si estuviera compuesto de carbón.
Cayó al suelo sobre el costado derecho y luego, cuando abrió los ojos, y sin poder precisar el tiempo transcurrido, se encontró cubierto por los restos del edificio derruido, con el pie derecho aplastado por una piedra o cascote e impedido de todo movimiento. En el pequeño habitáculo en el que estaba podía tocar a su amigo Andrés y a Nieves (su acompañante), que estaban a su lado. Como quiera que encima de él había una chapa metálica, empezó a golpearla con una piedra intermitentemente hasta que escucharon unas voces que decían que tuvieran tranquilidad, que los sacarían de allí, como finalmente ocurrió sobre la una de la madrugada. A continuación, fue trasladado por una ambulancia al Hospital de La Paz donde le descubrieron “quemaduras en el diez por ciento del cuerpo, rotura de los dos tímpanos, cuerpos extraños introducidos en partes de su cuerpo, dañado un nervio femoral y esquirlas de semifractura del tobillo”. Pero fueron muchas más las personas que no pudieron salir de la zona destruida por sus propios medios. Domitilia Quiza Lorente, asidua del restaurante y amiga de sus dueños, también esperaba mesa en el bar cuando quedó cegada por el destello producido por la explosión, sintiendo que se quemaba por el pelo y la espalda. Tras caer inmediatamente al suelo, recibió el impacto de los cascotes que la dejaron inmovilizada. Permaneció enterrada más de cuatro horas a las que sobrevivió gracias a un “pequeño agujerito” por el que entraba el aire suficiente para no ahogarse.
Dentro de lo malo, como se suele decir, hubo algo bueno, un pequeño milagro. Pues resultaría poco menos que milagro so que Mari Ángeles del Saz, embarazada de cuatro meses, no perdiera a Rebeca, su hija todavía no nacida, después de que los fragmentos desprendidos por el efecto de la explosión le golpearan el vientre. La prensa recogería su historia emocionante: El último recuerdo que tiene Mari Ángeles de El Descanso es su cielo, muy estrellado aquella noche, el olor a quemado y un fondo sonoro de gritos y sirenas que a ella le llegaba amorti guado por el daño en sus tímpanos. Su marido le hablaba, pero ella no podía oírlo. Un camarero la sacó de entre los cascotes y la tumbó en el patio junto a otros heridos y fallecidos. Solo recuerda mucho dolor y que miraba el cielo.

Lo siguiente que recuerdo es estar tirada en las escaleras y tocar a mi alrededor. Tocaba escombros y cuerpos. Fue horrible
“Estaba aquí esperando”, explica desde el rincón que hay al entrar a la derecha. “Y de repente fue como un calambre, como un terremoto, sentí un movimiento en todo mi cuerpo, una sensación muy extraña que ahora me vuelve. Lo siguiente que recuerdo es estar tirada en las escaleras y tocar a mi alrededor. Tocaba escombros y cuerpos. Fue horrible”.
Otros que pudieron contarlo, sin embargo, no tendrían la opción de celebrar su suerte con las personas con que acudieron al restaurante aquella noche. Francisco Javier Pavón Ruano, su esposa Cruz García Martín, su hijo Víctor y su amigo Martín Merino Asín se presentaron en el establecimiento sobre las 22:20. Iban a festejar el cumpleaños de Martín. Se los invitó a esperar en la barra del bar hasta que surgiera un hueco para ellos en alguno de los tres comedores. Pero como en el exterior había algunas mesitas decidieron esperar allí. Al poco de sentarse fuera, en torno a las 22:30, Cruz entró en el local para preguntar cuanto faltaba para su mesa y en ese instante ocurrió la explosión. Francisco Javier sintió que le retumbaban los oídos y salió despedido con gran fuerza, lejos de lugar donde estaba sentado en el exterior, igual que le sucedió a su hijo. Se reincorporó rápidamente y buscó con los ojos a su hijo Víctor y lo ayudó a levantarse. Volvió luego la vista a la fachada del edifi cio y la descubrió derruida en su mayor parte. Lo siguiente que hizo fue alejar a Víctor del local y ponerse a buscar a su esposa.
Una oceánica sensación de angustia debió de invadir a Francisco al ver que Cruz no aparecía por ninguna parte. Pasó horas sin saber nada de ella hasta que recibió una citación en el Instituto Anatómico Forense de Madrid donde se le comunicó que su esposa había fallecido. Francisco quedaba viudo, Víctor acaba de perder a una madre y Cruz se había ido de este mundo con 23 años. Su pérdida no había sido la única.

Extracto de Un extraño atentado: la matanza del restaurante El Descanso y el terrorismo internacional, publicado por Los Libros de la Catarata.
Luis de la Corte Ibáñez es director de Estudios Estratégicos e Inteligencia del Centro de Investigación en Ciencias Forenses y de la Seguridad de la Universidad Autónoma de Madrid y profesor titular de Psicología Social en la misma universidad. Es investigador especializado en materias relacionadas con seguridad y defensa, terrorismo, violencia política y criminalidad organizada. Es autor de varios libros y numerosas publicaciones académicas sobre tales temáticas.
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