Trump ha alterado las reglas del juego. El orden liberal internacional basado en reglas parece que llega a su fin y, emerge con fuerza uno nuevo donde el choque entre dos gigantes, EEUU y China, estará marcado por la ley del más fuerte.

Ante este escenario, en el que muchos quisieran convertir a la Unión Europea en actor secundario, hay que actuar con cabeza fría y evitar pasos en falso. No es el momento de alinearse con uno de los grandes bandos sino de mantener una autonomía estratégica que, lejos de significar aislamiento, nos dará capacidad para diversificar nuestras relaciones geopolíticas y económicas, ser un interlocutor válido con ambos bloques y mantener nuestra independencia en defensa de nuestros intereses y, sobre todo, de nuestros valores.

Es indudable que la administración Trump es una amenaza para Europa y que algunos miembros relevantes del gobierno de EEUU, como el vicepresidente J.D. Vance, manifiestan una especial inquina y desprecio por todo lo que somos y representamos. No obstante, esto no puede hacernos olvidar que el ascenso de la República Popular China como actor mundial nos enfrenta a retos que amenazan a las democracias en todo el mundo, también a las europeas. China no es nuestro bando en esta nueva lucha de gigantes. 

Es evidente que el Partido Comunista no comparte los mismos valores que las democracias europeas puesto que es el gran pilar que sostiene el régimen chino. Una dictadura que se vuelve cada vez más represiva en el plano interno y más agresiva en el internacional. Su objetivo: demoler el actual orden internacional liberal basado en normas, el multilateralismo y la gobernanza mundial. 

Por ello la Unión Europea ha considerado China como un rival sistémico y, el Parlamento Europeo ha reiterado en numerosas ocasiones que nuestras relaciones con China deben guiarse por el principio de cooperar cuando sea posible, competir cuando sea necesario y enfrentarse cuando sea inevitable. En este sentido, el fomento, la protección de la democracia, los DDHH y el Estado de Derecho deben ocupar un lugar central en las relaciones entre la UE y China.

Es por ello llamativo que en la reciente visita del presidente Sánchez a China no haya habido una sola referencia a la defensa de los principios democráticos y a los Derechos Humanos que nos representan como espacio político. Esto me parece especialmente grave en el actual contexto, ya que podría lanzar un mensaje equívoco de que en estos momentos de emergencia estamos dispuestos a relegar nuestros valores en defensa de nuestro intereses.

Nuestras relaciones con China deben guiarse por el principio de cooperar cuando sea posible, competir cuando sea necesario y enfrentarse cuando sea inevitable

El Gobierno Chino es el padre del relativismo de los DDHH. Para Xi Jinping los derechos humanos no son universales sino interpretables dentro de la diversidad cultural y política. Esta es su teoría para justificar que la represión brutal de estos derechos y libertades en su territorio, especialmente en Xinjiang, el Tíbet y Hong Kong, son tan sólo la expresión de una cultura milenaria y de un régimen político tan respetable como cualquier otro. 

Lo conozco bien porque la pasada legislatura 2019-2024 formé parte de la Subcomisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo que fue especialmente activa en pedir la aplicación de sanciones, en particular la congelación de activos extranjeros y las restricciones de visados, para las personas implicadas en violaciones de los derechos humanos, incluidos los responsables políticos en China.

Denunciamos la implacable persecución de la disidencia política y de las minorías. Manifestamos la preocupación por las denuncias de extracción forzada de órganos de presos en el sistema de trasplantes como también ha denunciado Naciones Unidas. Pedimos la prohibición de los productos realizados con trabajo forzoso, así como la implementación de los principios rectores de las empresas y de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.

Denunciamos el alto número de ejecuciones que, en 2022, superó al de todos los demás países que aplican la pena capital en el mundo, y solicitamos la abolición de la pena de muerte. 

Dimos altavoz a los activistas en pro de los Derechos Humanos y de la democracia en China, pidiendo la libertad de los activistas encarcelados y torturados y el cierre de los campos de detención. También exigimos el fin del hostigamiento que el Gobierno Chino lleva a cabo contra las comunidades en la diáspora, en especial con el control de los medios digitales y el cierre de las denominadas "Comisarías de Policía" chinas ubicadas en la UE, que sirven al régimen para espiar a estudiantes y a ciudadanos chinos en territorio europeo. Por todo ello, solicitamos a los Estados Miembros cualquier acuerdo de extradición con el Gobierno chino y la protección de manera efectiva a los ciudadanos chinos acosados y perseguidos otorgándoles un "visado salvavidas". De la misma manera, intentamos que se conociera la persecución de las minorías, la represión en el Tíbet, las violaciones sistemáticas del pueblo Uigur y el intento de desguazar la democracia en Hong Kong.  

Todo esto provocó que el Gobierno chino sancionara a la Subcomisión de Derechos Humanos y directamente a algunos parlamentarios por sus declaraciones en la eurocámara. Algo inédito y que demuestra que nuestras denuncias se convirtieron en algo intolerable para el régimen.  

Es llamativo que en la reciente visita del presidente Sánchez a China no haya habido una sola referencia a la defensa de los principios democráticos y a los Derechos Humanos que nos representan como espacio político

Hemos sido firmes en apoyo a la democracia, también en Hong Kong. China se comprometió con el principio de "un país, dos estados" y lejos de respetarlo aprobó la Ley de Seguridad Nacional el 30 de Junio de 2020, desmantelando las garantías democráticas en Hong Kong y tomando duras políticas de represión contra la oposición política y sus familias.

China es un gran mercado, sí. Sin embargo, el espejismo de más de un millón de consumidores dispuestos a comer jamón esconde otra realidad: la de la mayor industria del mundo dispuesta a inundar nuestros mercados de productos a bajo costo. Asimismo, el mercado del gigante asiático adolece de importantes deficiencias estructurales, como la falta de protección de datos, de la propiedad intelectual y las transferencias forzosas de tecnologías.

Tras este mercado se encuentra un régimen político cuya violación sistemática de los DDHH no permite que ninguna democracia que se considere como tal pueda guardar silencio. 

Con China hay que dialogar para conseguir unas relaciones comerciales recíprocas, equilibradas y condiciones más justas para el acceso al mercado chino de nuestras empresas, pero a su vez debemos mantener la defensa de la democracia y los Derechos Humanos en el centro de nuestro de nuestras relaciones, porque es evidente que no estamos en el mismo bando.   

Mantener hoy un dialogo con China en defensa de los intereses europeos es más importante que nunca, pero entender que la defensa de nuestros intereses incluye la defensa de nuestras democracias lo es aún más.