La Jesi nos ha dado plantón, a todos, que las novias de Ábalos son novias de España como novias de torero o novias del Emérito. Las novias de Ábalos lo mismo vienen todas como en un tren de soldados, con cargamento de pueblo, sueño, tabaco, hambre y jaleo, que no viene ninguna, esa potestad de las novias de apabullar o de no aparecer, como las monarquías. La Jesi no vino, dejando ese perfume que tiene la ausencia de la mujer o de lo femenino, con evocación y poderío de eclipse. O sea que se quedó el Senado sin musa patriótica, sin patrona de los ferrocarriles, las bodegas y las mantas zamoranas, y se quedó España sin novia, en el andén de los desengañados, en el guateque de los solitarios, en la mili de los feos. Las novias de Ábalos no son sólo de Ábalos y no son sólo novias, que son como ninfas de fontana municipal, como fragatas con nombre femenino, como reinas de la vendimia, como colegiatas con sus trenzas de una piedra que parece pan: patrimonio nacional, presupuesto nacional, cultura nacional, mitología nacional. La Jesi no vino y no es como si no viniera una novia, sino como si no viniera la primavera o como si no viniera la maestra.

La Jesi nos ha dado plantón, nos ha dejado el corazón roto como un reloj de estación (el corazón se rompe como un reloj de estación, en un segundo preciso, catastrófico, insalvable, parando tu tiempo pero no los trenes, o sea la vida). España no esperaba a la Jesi en el Senado para verla hacer de aparición o de estatua de sal, como la exmujer de Koldo, que era como una ninja enferma o un espadachín resfriado, o como un poeta muerto dentro de la bufanda igual que un leve gusanito de seda. No, España esperaba a la Jesi para saber qué somos, qué queremos ser, si queremos ser ministro con querida o querida con ministro, si queremos la novia subvencionada o la vida subvencionada, si queremos el enchufe o el amor, la política o el mangazo, la rubia o la morena, que uno en realidad aún no sabe si la Jesi es rubia o morena porque la confunde con otras novias de Ábalos o quizá con la misma, con pelo real o peluca atornillada. La Jesi no es para el español un ligue, una diversión ni un amor, sino un destino.

La Jesi nos ha dado plantón, nos ha roto el corazón como se rompe una foto (el corazón se rompe como una foto, para siempre y para nada). Yo creo que la Jesi era la novia de todos los feos, la Ninette de todos los señores de Murcia, la novia de futbolista de todos los fondones, la patria de todos los políticos sin patria, el ángel de alcoba de todos los descreídos de los ángeles. La Jesi también era la odontología de las falsas odontólogas y los estudios de las falsas estudiantes, y sin duda la mujer que no quieren ser las mujeres salvo las que quieren, claro, que ahí está la contradicción y por eso también se rompe el corazón feminista igual que el corazón de cualquier calvete enamorado o encoñado. O igual que el corazón del votante, que es difícil de romper, como una gruesa y antigua guía telefónica, pero también se rompe y entonces suena a acordeón rajado, lo único más lastimoso que un acordeón entero.

Por supuesto no se trata de la Jesi, lo que haga la Jesi o lo que cobre la Jesi, sino de que para producir a la Jesi se necesita una sucesión de dineros, jerarquías y planes públicos

La Jesi nos ha dado plantón, a todos, a los feos sin novia, a los políticos con envidia o con aspiraciones, a los moralistas ya desfondados, a los demócratas ya derrotados hace mucho, a las feministas un poco perdidas, a los mirones de culos y a los tocones del presupuesto. Todos querían o queríamos ver a la Jesi como a una sirena, oír a la Jesi como una psicofonía de Whatsapp, evaluar a la Jesi en lo que tiene de explicación de España, de sus deseos, de su pereza, de su política, de su obscenidad, del triunfo de la vulgaridad o de la vulgaridad del triunfo, del saqueo de lo público o de lo público como saqueo. Por supuesto no se trata de la Jesi, lo que haga la Jesi o lo que cobre la Jesi, sino de que para producir a la Jesi se necesita una sucesión de dineros, jerarquías y planes públicos casi como para producir un submarino o un anestesista. Y luego, ni siquiera se presenta a que le tiremos rosas, besos, gorras o tomates.

La Jesi nos ha dado plantón, nos ha roto el corazón como un paraguas (el corazón se rompe como un paraguas, dejándonos los huesos desnudos y esa cara de tonto del que desafía a la catástrofe, a la inevitabilidad o a los dioses con un mondadientes o una escobilla). Queríamos ver a la Jesi, que nos explicaba la vida como una pitonisa, que nos explicaba el mundo como una tabernera, que nos explicaba la política como la mejor azafata. Pero la Jesi no vino y ahí nos hemos quedado, con el ramo llovido, con el sombrero anegado, sin amante o sin política, o con la amante o la política robadas por otro, en este caso ese estraperlista de estación de tren que parece Ábalos.

La Jesi no es la Jesi, ni son todas las novias de Ábalos, que vienen como en carretón a pedir enchufe para la plancha de pelo y la tiara de princesa. La Jesi no son todas las novias que tienen o no tienen los españoles, como las novias que tienen o no tienen los tunos. La Jesi no es, ni de lejos, el más obsceno exceso al que se atreven nuestros políticos. Ni, mucho menos, el más triste chasco o plantón que se han llevado o se llevarán los votantes, tan enamoriscados, ingenuos y ciegos. La Jesi sólo es la novia de hoy y enseguida la olvidaremos, ya verán, con la siguiente musa o la siguiente tentación.