Podemos quiere renacer, aunque aún no sabemos si como franquicia familiar de bares pegajosos o como franquicia familiar de carguitos pegajosos (seguirá siendo franquicia familiar de todas formas, como unos Rockefeller sovietistas). Sin salir de su cueva o bodeguilla, ni de las zurrapas de las encuestas (andan, en las mejores, sobre el 4’5% de intención de voto), Podemos ha visto otra oportunidad histórica, otro fin del mundo para su milenarismo de profetas sandalios e iracundos. Ya no están los mochileros con vigilia de farola del 15-M, pidiendo democracia de casapuerta, pero sí las nuevas guerras mundiales y el desinflamiento de Yolanda Díaz, que ahora es como una animadora con el chicle de fresa estallado en la boca y las coletas. Los de Podemos no son pacifistas sino derrotistas, como buenos hijos de Lenin más que de Putin. Y tampoco es que puedan decir mucho contra esa izquierda que no sabe qué hacer en el Gobierno, que justo por eso Pablo Iglesias terminó yéndose para anunciar jabón verde ideológico en su podcast de falsa posguerra. Simplemente, han visto una ocasión propicia para relanzar su negocio decadente, como si volvieran los videoclubs.
Podemos, reducido a un carrusel deportivo con latiguillos, tabernero e hinchada creyente y exigua, como de futbito, quiere renacer de las cenizas de serrín en las que se quemaron ellos solitos (no hizo falta ninguna conspiración fachosa, bastó con que se dieran a conocer en los escaños, los ministerios y las cheslones tal como eran). Sin embargo, su decadencia se ha visto consolada o vigorizada por la decadencia del orden liberal, socavado por los populismos y autoritarismos, y sobre todo por la decadencia de Yolanda Díaz, que ahora se nos aparece descolorida en su colorido como una flor chuchurrida, como una acuarela aguada, como una princesa llorosa. Sin embargo, la crítica de Podemos a Yolanda, desde el libro / venganza de Iglesias a los discursos de Ione Belarra, que tienen algo de provocaciones de velada de boxeo, es puramente instrumental. Quiero decir que si estar en el Gobierno no es lo mismo que tener poder, como repite tanto Pablo Iglesias, y por tanto es imposible una verdadera “acción transformadora” de izquierda desde allí, no sé qué le piden a la pobre Yolanda.
A Yolanda, ya con máscara trágica o impertérrita indistinguible del rostro, como una geisha; a Yolanda, que quizá nunca supo hacer nada, incluso antes de pensarse si podía hacer algo en el Gobierno, no es que le exijan que consiga lo que no consiguió ni Pablo Iglesias, el mesías que se rindió. Ni más que su Magdalena dolorosa, Irene Montero, que sólo consiguió rebotar hasta el gallinero del Congreso, y luego hasta Europa, después del batacazo de la aciaga ley del ‘sólo sí es sí’. No, a Yolanda, que no ocupa un lugar ideológico sino meramente físico, el lugar que quiere Podemos, sólo le exigen que se vaya para volver ellos. Pero si no es para estar en el Gobierno, en el que, insisto, la izquierda pura, azote de disidentes, dice que no puede hacer nada, ¿para qué vuelve Podemos?
Siguen sacando a Iglesias y a Montero, que parecen reyes en el exilio, más amargados que convencidos, más tristes que combativos
Yolanda, desde la casita de pájaros de su regazo o de su cabeza, al menos intenta seguir gobernando, que ya es algo. Algo, quizá, suficiente para que la considere traidora la izquierda que quiere otra cosa. Quizá Yolanda ya es sólo socialdemócrata con ensueños, o comunista posibilista, o sólo otra mediocre acomodada en la política como en una barandillita. Se desangre Sumar pétalo a pétalo o cambie al final de líder o de imagen, y sea lo que sea Yolanda, Podemos no quiere su puesto en el Gobierno, que ya nos dice que no le sirve para nada, sino su cuota de poder o de mercado, que quizá es lo mismo. ¿Para qué sirve la política si no se gobierna, para qué sirve la política todavía más que para gobernar, antes incluso que para gobernar? Pues sí, para subsistir si hay mala suerte y, si hay buena suerte, para prosperar. Aquí lo sabemos.
Podemos quiere renacer, se rearman contra el rearme, vuelven a gritar “OTAN no, bases fuera”, que sigue sonando, como en los 80, a chancleteo, a ligue sindicalista y a comerse la boca de eslogan, porro y tintorro. Podemos quiere renacer y ataca a Yolanda, que no hace nada en el Gobierno sino mirarse en los espejos, como Sánchez, y esto a la vez que su gurú defiende que el poder no reside en el Gobierno. Podemos quiere renacer y señala a los izquierdistas aburguesados, rendidos al bipartidismo o al capitalismo, mientras ellos montan negocios que nunca son negocio sino lucha contra el fascismo. Quizá son las dos cosas, la lucha contra el fascismo convertida en negocio, lo que pasa es que aún les falta clientela, una clientela que se lleva Yolanda a su casita de chocolate, en vez de ir a la Taberna Garibaldi.
Podemos quiere renacer, aunque ni siquiera se plantean la autocrítica, la renovación, el cambio. Siguen sacando a Iglesias y a Montero, que parecen reyes en el exilio, más amargados que convencidos, más tristes que combativos, como herederos portugueses, con un discurso también como portugués. Tal es su ego o tal es, quizá, el diseño de la cosa, el de la franquicia familiar, con Iglesias y señora como dueños de una camisería. Sí, la izquierda es como un videoclub que sigue defendiendo el VHS, que siempre fue una mierda, pero además un VHS del siglo XIX. Aunque a mí me parece que Podemos ya es sólo una tapadera para el verdadero negocio, que no es la revolución en sí sino hablar constantemente de la revolución, en sus tabernas y en sus medios, esa revolución de gollete caliente, cenicero caliente, saliva caliente y monedas calientes.
No piden votos, ni justicia, ni paz, sino sitio. Más sitio, un sitio más grande, donde quepan más clientes. En eso insistía, más que en otra cosa, Pablo Iglesias en su bar, al lado de un botellero, como en un tapiz báquico, mientras los camareros servían cerveza a la vez que heroicidad, esa heroicidad ridícula de beber cerveza. ¿Para qué quiere volver Podemos? ¿Para qué piden crowdfunding a su incansable parroquia, curtidos beatos de guerrilla de camiseta y traslúcidas beatas de pelo azul? Son como los que piden para el santo o para la ermita. Son una franquicia con cepillo.
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3 Comentarios
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hace 1 día
Esta secta de suelta violadores y pederastas está muerta, pero no se dan por enterados de momento.
hace 1 día
Si Garibaldi resucitara, Iglesias sería fusilado. Y lo sabe.
hace 1 día
Luis, reconozco que aunque soy conceptista, leo tus artículos tan culteranos siempre con un literario placer.
La ironía, la hipérbole y tu admirable acierto al etiquetar al personal con imaginativos sobrenombres, me hacen sonreír como a la mayoría de tus lectores.
Hoy lo de calificar a Podemos como franquicia familiar es de nota. 👍