Se publicó una columna en un diario español, a la muerte de Mario Vargas Llosa, cuya autora coronó con la siguiente frase: “Se encendió el teléfono y el primer mensaje decía: Buenos días. Hemos acertado en la necroporra”. Suele ser recomendable la elegancia en esos casos, aunque tampoco es obligatoria. Defiendo la libertad de opinión en la vida y en la muerte, aunque el mandoble al vencido sea generalmente igual de ilustrativo sobre lo que le deben al firmante que sobre lo que dejó a deber el finado. Para mal... y para bien. En la hemeroteca de La Vanguardia se conserva un artículo necrológico que Gregorio Morán -al que admiro- le dedicó a Dolores Ibárruri que es tan cruel que cualquiera que quisiera declarar odio eterno a un enemigo debería memorizarlo. Es brillante dentro de su dureza; y lo redactó alguien que conocía a la perfección el Partido Comunista de España.

Quien pontifica con pluma o de viva voz quizás no tenga que hacer méritos para entrar en el cielo, al contrario que a un papa. A un escritor no se le debe exigir ser una buena persona ni juzgar por lo contrario. Tan sólo por cómo redacta y cómo ahonda, algo que difícilmente se consigue al encabezar un artículo con una boutade sencillita de grupo de WhatsApp. Me preguntaba también esta mañana qué es necesario para que te concedan la distinción de ‘tertuliano televisivo’ y no llegaba a una conclusión clara. Acertar en los análisis no debe ser un requisito, como tampoco la finura.

No citaremos nombres porque el fenómeno ha sido bastante generalizado, salvo excepciones que merece la pena resaltar, como la de Begoña Alegría en TVE, que ha reaccionado al fallecimiento del papa Francisco con celeridad y acierto, como una buena corresponsal. Mientras hacía su trabajo, una contertulia abundaba desde el canal de al lado en el carácter “machista, racista y homófobo” de la Iglesia.

No se refería ni a lo doctrinal ni a lo dogmático, ni siquiera al papa (al que defendió), sino a una serie de opiniones que había seleccionado, seguramente, para confirmar su sesgo, al igual que otro -un fenómeno- que subrayaba la ideología peronista de Bergoglio con una vehemencia que hacía pensar que a lo mejor esa afirmación la había exagerado. Se diría que esto no aportaba al ciudadano gran cosa sobre la realidad de la Iglesia, sobre sus retos y sobre la labor de Francisco durante los últimos 12 años al frente de la institución, pero a la empresa que le pagaba -ay, las televisiones…- le servía. A él también, por supuesto.

Marcar el perfil siempre es útil para que te llamen para más programas de info-entretenimiento. Para facturar más. Para decir lo que toca. Lo que conviene. Lo de siempre. Lo obvio y lo cutre. Zafio si hace falta, aunque siempre bien retribuido. Así que a una muerte le han seguido varios graznidos. Sin brillo y con una amplitud lírica que no ha sido superior a la de un eructo ni más sesuda que el lema de una pancarta en varias partes de la mañana y en programas de diferentes cadenas.

Marcar el perfil siempre es útil para que te llamen para más programas de info-entretenimiento. Para facturar más. Para decir lo que toca. Lo que conviene. Lo de siempre. Lo obvio y lo cutre. Zafio si hace falta, aunque siempre bien retribuido.

Está claro que el Sumo Pontífice no era ‘uno y trino’, pero en la mañana del lunes le han situado aquí y allá. Como progresista y retrógrado a la vez, lo que ofrece una buena panorámica sobre la intención de las mesas de tertulianos, que no era la de analizar, sino la de acercar al fallecido a su territorio o desterrarlo.

Hubo un día en que Francisco afirmó: “Es feo cuando la mujer quiere hacer de hombre”. Vociferaron las feministas contra él. Al poco, subrayó: “Sin las mujeres no existiría la Iglesia”; y le aplaudieron. Criticó el aborto y la eutanasia y volvieron a darle la espalda. Una conocida tertulia mañanera clamó hace unos meses contra el papa cuando le atribuyeron la siguiente afirmación sobre los seminaristas homosexuales: “Ya hay mucho mariconeo”. El tono era esta mañana bastante diferente, cuando algunos miembros del Gobierno y periodistas satelitales le han dedicado elegías que le equiparaban prácticamente con el Che Guevara. “Era más de izquierdas que tú, ¿eh?”, le decía un presentador a su tertuliana más histriónica, en un intento desvergonzado de transformar a Francisco en una especie de papa sanchista.

“Fue el primer papa americano”, subrayaba uno, antes de aventurar que quizás la Iglesia elija próximamente al primer “asiático” para encabezarla, quizás suponiendo que San Pedro era natural de Almansa o de Jumilla. Son cosas del directo… y de la sorprendente escasez de vaticanistas en los medios de comunicación españoles, que han llevado a dar por buenas expresiones como la del “derecho canónigo” (vertical, pues) que regula la curia. Por fortuna, no lo ha pronunciado un contertulio que el domingo por la noche era especialista en el Atlético de Madrid y el lunes por la mañana (y por la tarde… ay, las televisiones…), en asuntos eclesiásticos.

¿Y qué es la verdad?

Recordaba al escuchar todo eso el momento del Evangelio de Juan en el que Jesús y Pilato reflexionan sobre la verdad. "¿Qué es la verdad en este mundo?" ¿Y cuál es la verdad sobre la obra y la persona de Francisco? ¿La del papa de izquierdas que reivindicaban los mejores periodistas de España o la del “papa montonero” y “comunista” con el que se desgañitaba algún miembro de la ‘derechita punki’ en sus redes sociales este lunes, equiparando a Bergoglio con el “anticristo”? Un eurodiputado, que hoy es periodista, confirmaba también su sesgo al escuchar las loas de Félix Bolaños y compañía hacia el fallecido, como queriendo decir: os lo dije, era un rojo.

Que tienen todos menos vergüenza que atrevimiento no parece asunto de debate, como tampoco que acumulan más capital del que les correspondería por talento y por merecimiento. Cuesta más resolver la cuestión relativa a la ascendencia que tienen en la opinión pública, pese a la pérdida constante de protagonismo e influencia del periodismo televisivo durante los últimos años. Todavía es predominante, pero nunca antes han existido más alternativas, incluso audiovisuales.

Cabría desear, en cualquier caso, que este manicomio no sea observado por quienes quieran saber, dado que en el info-entretenimiento sólo hay sesgo, roles, cuotas, filias, fobias y realidades en clave derecha-izquierda. Incluso conspiración o invenciones. Unos hablan de reptilianos. Otro, del número 33. Otro, divo televisivo, productor y colmado de galardones, se vanagloriaba de haberle entrevistado y no haber cedido a la presión del escenario, o sea, del Vaticano, "efectista y grandilocuente".

Diría que ni siquiera sabía el significado de esos términos o que los empleó al buen tuntún, en un ejercicio de 'burricie argumental' que suele ser habitual, para el pro y para el contra, al hablar de la Iglesia, institución que, por suerte, sigue sus tiempos y no los que convienen al directivo televisivo o editorialista de turno, sin duda, mucho más peligrosos para las almas contemporáneas.