En un anuncio memorable de la agencia Sra. Rushmore, un niño, desde el asiento trasero de su coche, dejaba sin palabras a su padre, sorprendido por su pregunta a bocajarro: "Papá, ¿por qué somos del Atleti?". Corría el año 2001 y el Atlético de Madrid, un equipo entonces casi centenario, iba a iniciar su segunda temporada consecutiva en la Segunda División, su segundo año en el infierno. En esa misma temporada, el otro equipo de la capital iba a conseguir su novena Copa de Europa, la tercera en apenas cuatro años. Puede ser exagerado decir que, ese año, el Atleti corría el riesgo de desaparecer. Pero lo que es indiscutible es que en ese momento el equipo tocó fondo, tanto en términos absolutos como en relación a los éxitos de su rival, y era lógica la frustración, casi desesperación, del niño y el sin palabras de su padre ante esa desilusión. Paradójicamente, ese anuncio tuvo un efecto decisivo sobre el estado de ánimo de los seguidores rojiblancos, y pronto ese nuevo estado de ánimo contagió a todo el equipo. La clave fue que, pese al desastre de los resultados, el anuncio apelaba a los sentimientos y al orgullo de pertenencia al equipo colchonero.
Salvando las distancias, quince años después, el Partido Socialista Obrero Español, un partido centenario con una historia cargada de luces, aunque también de algunas sombras, se encuentra sumido en una crisis inédita, con una importante fractura interna que le puede poner al borde de la desaparición. Resulta evidente que la raíz de los problemas del PSOE está en sus malos resultados electorales, no sólo en términos absolutos sino en relación a su principal adversario político, un partido golpeado por la corrupción, que ha arrastrado los pies frente a los avances conseguidos en las libertades y la igualdad, y que ha tenido una discutible gestión de la economía y la política. Los dos gráficos a continuación presentan los resultados del PSOE en todas las elecciones democráticas desde 1977, tanto en miles de votantes como en porcentaje de voto.
Sería injusto achacar a Pedro Sánchez, secretario general desde 2014, la responsabilidad de esos resultados desde 2011. Pero tampoco es razonable decir que los resultados recientes son “históricos”, por positivos, simplemente porque mejoraron las últimas encuestas publicadas antes de los comicios. Esa actitud impidió un debate en profundidad sobre qué es lo que le ocurre al PSOE desde hace años y cómo es posible que no sea capaz de remontar, pese al hartazgo de una buena parte de la sociedad con el presidente Rajoy y sus políticas o falta de ellas. Por eso, la gran crítica que debe hacerse a Pedro Sánchez no es tanto esos resultados como el haber hurtado el debate de ideas en el partido, y haber excluido e incluso perseguido a los que ponían en cuestión esa interpretación tan optimista de los resultados.
Haber impedido la celebración del Congreso Ordinario tras las elecciones del 20 de diciembre, basándose en la gestación de una supuesta alternativa de gobierno que no tenía ninguna posibilidad de prosperar, fue un grave error. Un grave error, no solo de la Ejecutiva saliente, sino del propio Comité Federal que se lo permitió. Y algo parecido ocurrió tras las elecciones del 26 de junio. Toda esta tensión interna acumulada ha explotado tras las elecciones vascas y gallegas.
Esta vez no había lugar a interpretaciones discutibles. En apenas tres meses, el partido ha perdido casi la cuarta parte de sus votos en ambas comunidades. Y de estos resultados sí que son responsables Pedro Sánchez y su equipo, porque han influido decisivamente en la elaboración de las listas y en la estrategia de la campaña. Los militantes queremos saber las raíces de este último resultado: ¿es una consecuencia del “no es no”, como dicen algunos? ¿Es un problema de identidad territorial? ¿O se trata simplemente de un escalón más de la tendencia iniciada en 2011, y cuyo diagnóstico y posibles soluciones se han hurtado a los votantes y militantes por ese Congreso una y otra vez demorado?
Los militantes del PSOE estamos muy tensos. Por eso hay que evitar expresiones del tipo “si pasa esto o lo otro, me doy de baja”. No. De aquí no se da de baja nadie, porque ésa sería la forma de destruir y desangrar definitivamente al partido, que es lo que quieren muchos. De aquí salimos todos juntos, y con un proyecto de futuro para nuestro país y para la Europa a la que pertenecemos.
También debe evitarse el asociar esta crisis a la posición sobre la investidura. No es verdad. No es cierto que sea un “golpe de los abstencionistas” frente a los del “no es no”. Si lo fuera, estaría condenado al fracaso a medio plazo, porque la crisis, como decía antes, tiene unas raíces mucho más profundas que una decisión que, pese a su trascendencia, no deja de ser coyuntural.
Mas allá del procedimiento utilizado para desalojar al secretario general de su puesto, que para mí es bastante discutible, lo cierto es que el Partido Socialista necesita un nuevo liderazgo. Un nuevo líder y un nuevo equipo integrador que cierre la fractura interna creada en estas semanas, que supere el espíritu cainita y el rencor que se ha instalado en muchas sedes desde el 20 de diciembre, y que abra ese debate de ideas que tiene pendiente nuestro partido desde 2011, como también lo tiene buena parte de la socialdemocracia europea. Pero, sobre todo, casi lo más importante en esta tesitura, un nuevo líder que sea capaz de despertar esos sentimientos, esa emoción y ese orgullo de pertenencia a nuestro centenario Partido, a lo que ha representado y lo que tiene que seguir representando en la sociedad española, y a los que me refería al principio de este artículo. Porque, para salir del hoyo con fuerza, es el momento, en efecto, de preguntarnos: “Papá, ¿por qué somos del PSOE?”.
*Miguel Sebastián es ex ministro de Industria, Turismo y Comercio, y profesor de Macroeconomía en la Universidad Complutense de Madrid.
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