El viraje político que pretende la Comisión Gestora del PSOE va a tener, está teniendo ya, un elevado coste. La infausta caída de Pedro Sánchez no ha sido el punto final de una guerra interna en la que, esencialmente, lo que se debate no es sólo la posición respecto a la investidura de Mariano Rajoy, sino algo más profundo: la estrategia que debe adoptar un partido que quiere seguir siendo socialdemócrata, lo que incluye también la manera en la que se decide su liderazgo.
Javier Fernández, el hombre elegido para hacer este difícil tránsito, apela a la sensatez y al sentido práctico para lograr una unidad de acción que se antoja imposible. Dice que ir ahora a elecciones sería lo peor que le podría ocurrir al PSOE, lo cual, aún siendo cierto, supone el reconocimiento de una debilidad que fortalece no sólo al PP, sino a Podemos. Por otro lado, la Gestora aplaza sine die el Congreso que habrá de decidir quién será el nuevo secretario general, con lo que abre un periodo de larga interinidad, tal vez bueno para la persona que aspira a ese puesto (Susana Díaz), pero muy malo para el partido.
La posición de Fernández es tan inestable que el propio Mariano Rajoy ha tenido que salir en su ayuda, al afirmar que no pedirá nada a cambio de la abstención del PSOE en la investidura. Hasta el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, está echando una mano en la salvación del soldado Fernández, lo que es tanto como salvar la investidura de Rajoy.
La ejecución de Sánchez ha sido mal planificada, penosamente ejecutada y puesta en práctica a destiempo, justo cuando está a punto de vencer el plazo para una investidura que una mayoría de militantes socialistas no quiere. Que nadie se sorprenda ahora de sus desastrosas consecuencias.
El PSOE, tras el vergonzoso Comité Federal del 1 de octubre, ha entrado en la UVI y tardará meses en salir de ella, si es que sale vivo. A pesar de sus múltiples errores, Sánchez tenía detrás la legitimidad de haber sido elegido por las bases. Aunque ahora cuenten con mala prensa, las primarias fueron esgrimidas por los socialistas como una conquista democrática que restregaban con orgullo en la cara del PP. Lo que hay ahora en la cabeza del partido es un órgano salido de un Comité Federal dividido en dos y cuya primera misión debería ser, no sólo restañar heridas, sino restablecer la normalidad democrática con la convocatoria de un Congreso extraordinario con primarias. Las últimas noticias apuntan a que la celebración del mismo (ya veremos si con primarias o no) se retrasa hasta final de la primavera o principios del verano de 2017.
Parece como si ese calendario hubiera sido diseñado para amoldarse a la agenda particular de Susana Díaz y para debilitar las posibilidades de Sánchez. "Cuanto más tiempo pase, menos se acordará la gente de él", dice una fuente cercana a Ferraz.
Si de la guerra interna hubiera salido un consenso político, un liderazgo consensuado, el PSOE podría superar en pocas semanas su amarga pesadilla. Pero no. Lo que queda ahora es un PSOE antiguo, en el que han ganado las viejas familias, lideradas por un resucitado Felipe González ¿Acaso creen los inspiradores del golpe que este Partido Socialista será capaz de encandilar a la juventud?
La presidenta de la Junta de Andalucía parece representar los intereses de los grupos de poder a los que ella, a su vez, ha cortejado para lograr su objetivo: llegar a controlar el partido como paso previo para alcanzar algún día instalarse en el palacio de La Moncloa.
Al PSOE le esperan días de sangre, sudor y lágrimas. El bueno de Fernández no sabe bien la que le ha caído encima ¿O tal vez sí?
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