Es la elipsis más convulsa de la historia reciente de España. Se ha construido década a década en torno a una plaza. Sus protagonistas fueron vecinos, bien y mal avenidos, que vivieron momentos históricos, los que ellos planificaron y sufrieron en carne propia. Los de un bando y los de otro. A un lado de la Plaza Elíptica, el franquismo, al otro, la violencia de Estado, la guerra sucia de los GAL y frente a ella el sufrimiento de las víctimas de ETA y las reivindicaciones de los familiares de sus verdugos y entre todos ellos, el primer Gobierno Vasco nacionalista que huyó al exilio tras la toma de Bilbao. Y por si eso fuera poco, el pañuelo urbanístico los situó en torno a una plaza que lleva el nombre de un alcalde que hasta por dos veces dirigió los designios de la Villa en tiempos de Primo de Rivera. La Plaza Federico Moyúa, en el corazón del ensanche de la capital vizcaína y que concentra en apenas unos metros cuadrados algunos de los episodios más dolorosos del último siglo.

Lo hace con un rosario de inmuebles emblemáticos en los que trabajaron, vivieron e idearon ataques y defensas unos y otros. Allí se levanta la sede de la subdelegación de Gobierno donde se planearon los capítulos más oscuros de la violencia de Estado de los años 80 por los  Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL). Frente a ellos el elegante hotel donde décadas atrás resistió el Gobierno de José Antonio Agirre el asedio de las tropas franquistas, antes de partir al exilio en París y sobre todos ellos, en el frontispicio del edificio de la sede de la Agencia Tributaria, una imponente águila imperial franquista que observa desde lo alto el devenir de la historia.

La Ley de Memoria Histórica había enfilado al símbolo desde hacía tiempo, pero ni los permisos municipales ni la disposición de la Agencia Tributaria habían dado pasos

No lo hará más. El águila dejará de vigilar. Tampoco recordará que un día el edificio que aún protege con sus garras fue la consecuencia de la suspensión de los fueros y la capacidad de Vizcaya y Guipúzcoa para recaudar impuestos. La Ley de Memoria Histórica había enfilado al símbolo desde hacía tiempo, pero ni los permisos municipales ni la disposición de la Agencia Tributaria –titular del inmueble- habían dado pasos. Ahora, y tras un informe técnico favorable, la Administración del Estado está decidida a cumplir la ley y a convertir en historia al águila franquista. Pedidos los permisos, prepara ya el expediente para suprimirla. Ni garras, ni cabeza, ni cola. Tampoco corona. A modo de puzzle, los técnicos apuestan por eliminar todas las piezas hasta dejar únicamente el escudo.

No es la primera ocasión en la que se ha solicitado su eliminación. El Consistorio de Bilbao, en manos del PNV, llegó a denegar el permiso argumentando un riesgo de “desvirtuar” la arquitectura. Tan sólo se accedió a suprimir el lema, “Una, grande y libre” que decoraba la cabeza de la rapaz. En su momento incluso se llegó a plantear como alternativa sustituir el escudo franquista por el escudo constitucional, alternativa finalmente desechada. Hace cinco años que el Parlamento Vasco había pedido la eliminación de este tipo de símbolos. El catálogo que se elaboró para dar cumplimiento a la Ley de Memoria Histórica llegó a cuantificar 68 calles en Euskadi con denominación franquista, además de una treintena de símbolos y escudos.

'Un forofo del Athletic, muy vasco y muy español'

El edificio fue obra del arquitecto Antonino Zobaran y su construcción se prolongó de 1942 a 1953. Hoy su nieto, Luis Eguiluz, es concejal del PP en el Ayuntamiento de Bilbao. Asegura que la eliminación del águila franquista no le provoca mayor problema, “es cumplir la ley”. Defiende el legado de su abuelo, “un forofo del Athletic, un poco malhablado, eso sí, pero muy vasco y muy español”. No sabría si encuadrarlo en el bando de los franquistas, “no sabría decirte si sí o si no” y añade que comenzó siendo socialista para hacerse después carlista. Subraya que era funcionario de Hacienda y que se limitó a cumplir con un encargo: “¿En una dictadura tú crees que alguien puede dudar? Te dicen que lo pongas y lo pones”, asegura en su defensa.

Eguiluz rememora una anécdota ocurrida durante la construcción del edificio y en la que su abuelo Antonino olvidó colocar el yugo y las flechas en una de las vidrieras: “Enseguida le llamaron de Madrid y le dijeron si quería ir desterrado a Canarias…¡Entonces no era un destino vacacional precisamente!”.

En el otro lado de la elipsis otro inmueble imponente oculta capítulos de la historia. Se trata del Palacio de Chávarri. Abrió sus puertas en 1892. Su belleza, su estilo flamenco obra del arquitecto belga, Paul Hankar, no dejan indiferente.  Declarado monumento histórico, refleja como pocos la bonanza industrial del País Vasco, en gran medida impulsada por quien fue su propietario, el empresario Víctor Chávarri. Pero sus salones versallescos y barrocos albergaron algo más que la vida plácida y de opulencia de una acomodada familia vasca. El inmueble fue adquirido por el Estado en 1943 y poco después se convirtió en la sede del Gobierno Civil, primero, y de la Subdelegación de Gobierno, después.

En determinados despachos del Palacio de Chávarri se fraguaron muchos de los planes y acciones que poco después dieron lugar al nacimiento del GAL

Ya en los 80, el Palacio de Chávarri vivió blindado por la Guardia Civil. A sus puertas no faltaban tanquetas y furgones policiales, además de agentes protegidos hasta los dientes vigilando día y noche. Eran ‘los años de plomo’ en Euskadi y había que defenderse de la acción terrorista de ETA. Pero en sus estancias algunos altos mandos de Interior de la época quisieron ir más lejos. Al parecer, en determinados despachos se fraguaron muchos de los planes y acciones que poco después dieron lugar al nacimiento del terrorismo de Estado, a la guerra sucia de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) con el que aspiraban a contrarrestar la brutal actividad de ETA, con cerca de un centenar de asesinatos por año.

En el diseño del ojo por ojo participaron, entre otros, quien fuera Gobernador Civil en Vizcaya, Julián Sancristobal, quien residía en el Palacio de Chávarri, y el secretario general del PSE en Vizcaya, Ricardo García Damborenea, apoyados en otros cargos policiales de la capital vizcaína. Testigos de aquellos años llegaron a afirmar que algunos comunicados de los GAL se escribieron en sus despachos y que determinados movimientos y decisiones se tomaron en su interior. Durante los cuatro años que se prolongó la guerra sucia (1983-87) a los GAL se les atribuye el asesinato de 27 personas, entre ellos a Lasa y Zabala o el secuestro, por error, del ciudadano francés Segundo Marey.

La historia reciente de Euskadi también reserva un episodio a las puertas del Palacio. Durante años, semanalmente, las concentraciones de familiares de presos de ETA reivindicando el final de la dispersión han sido constates frente a las puertas del inmueble. También las manifestaciones y marchas que situaban a la subdelegación de Gobierno en el recorrido para denunciar detenciones de etarras, acusarles de la muerte de alguno de ellos o simplemente para amedrentar. La misma ruta que en otros muchos casos, desde los torreones del Palacio, permitieron ver cómo decenas de miles de personas exigían la liberación de un secuestrado, condenaban el ultimo crimen de ETA o simplemente reclamaban paz.

Hotel con historia

Sin abandonar esta céntrica plaza de Bilbao, otro de sus extremos guarda uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. Un inmueble que también oculta un pasado agitado y oscuro. El Hotel Carlton, obra del arquitecto Manuel María Smith Ibarra, data de 1926. De estilo francés, fue el centro neurálgico de la resistencia política de las instituciones vascas al asedio del ejército de Franco a Bilbao. Durante casi dos años, el Hotel Carlton ocultó al primer Gobierno Vasco.

Lo hizo en plena guerra, desde 1936 y hasta la toma de la ciudad el 19 de junio de 1937. En sus salones se habilitó, en plena ofensiva, la sala de reuniones y operaciones, así como despachos donde el Ejecutivo que lideraba José Antonio Agirre, junto a una decena de consejeros, algunos de sensibilidad no nacionalista, intentaban resistir. En los sótanos del inmueble un búnker servía de refugio. Los respiraderos son aún hoy visibles en el acceso del hotel, donde una placa recuerda los días en los que albergó la sede provisional del Gobierno.

A todos ellos, excepto al socialista Alfredo Espinosa, que fue fusilado, les esperó el exilio en París. Cinco de los miembros de aquel gabinete nunca más regresarían a Euskadi. Entre el hotel y la sede de Hacienda con el águila franquista aún observando, una escultura de bronce del lehendakari Agirre recuerda la labor del primer dirigente de un Gobierno vasco.

Es la elipsis más convulsa de la historia reciente de España. Se ha construido década a década en torno a una plaza. Sus protagonistas fueron vecinos, bien y mal avenidos, que vivieron momentos históricos, los que ellos planificaron y sufrieron en carne propia. Los de un bando y los de otro. A un lado de la Plaza Elíptica, el franquismo, al otro, la violencia de Estado, la guerra sucia de los GAL y frente a ella el sufrimiento de las víctimas de ETA y las reivindicaciones de los familiares de sus verdugos y entre todos ellos, el primer Gobierno Vasco nacionalista que huyó al exilio tras la toma de Bilbao. Y por si eso fuera poco, el pañuelo urbanístico los situó en torno a una plaza que lleva el nombre de un alcalde que hasta por dos veces dirigió los designios de la Villa en tiempos de Primo de Rivera. La Plaza Federico Moyúa, en el corazón del ensanche de la capital vizcaína y que concentra en apenas unos metros cuadrados algunos de los episodios más dolorosos del último siglo.

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