Oriol Junqueras, presidente de Esquerra Republicana y vicepresidente de la Generalitat, se está convirtiendo por méritos propios en la gran incógnita del frente independentista catalán. De los tres tenores del soberanismo institucional, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ha asumido el papel de ariete contra el Estado, y la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, es la gran víctima propiciatoria en la batalla judicial contra el independentismo, mientras Oriol Junqueras permanece aparentemente en un segundo término.
El vicepresidente y consejero de Economía de la Generalitat se expone poco y, cuando lo hace, opta por comparecencias ligadas al ámbito económico o social, marcando distancias con las embestidas del President. A modo de ejemplo: en la última semana, Puigdemont ha fustigado al Rey en la entrega de los premios de Fomento del Trabajo y a Gas Natural por la muerte de una anciana en Reus, se ha erigido en portavoz del Banco de Alimentos para reclamar voluntarios para la campaña de Navidad y hasta ha utilizado el cargo para promocionar el último libro de un europarlamentario de Convergència.
En algunos ámbitos comparan ya a Junqueras con Rajoy y su parsimonia para dejar que los problemas se resuelvan solos
Mientras, Junqueras se ha ido a Catalunya Ràdio para advertir al Gobierno de que no aceptarán un déficit inferior al 0,5% tras anunciar un aumento del gasto social superior a los mil millones de euros en las cuentas que actualmente negocia con la CUP. En algunos ámbitos ironizan con esa postura moderada del líder republicano, al que empiezan a comparar con Mariano Rajoy y su reconocida parsimonia para dejar que los problemas se resuelvan solos y los rivales políticos se estrellen merced a sus propios errores.
Junqueras parece haber apostado por la flema gallega en un escenario político, el catalán, más volátil incluso que el español, convencido de que juega con ventaja. El número dos del Gobierno catalán cuenta en estos momentos con la marca electoral mejor valorada del fragmentado espectro político catalán. Y él mismo se ha convertido en el líder mejor valorado según el último Barómetro del CEO, con un aprobado de 5,29 que le sitúa por encima de sus más directos rivales, Carles Puigdemont y Xavier Doménech.
Impaciencia republicana
En algunos sectores independentistas, los menos, esa actitud conservadora recibe críticas, máxime cuando los sondeos de opinión muestran a una ERC reforzada como líder del ámbito independentista, mientras la antigua Convergencia intenta recuperar el espacio perdido tras el caso Pujol y su transformación en PDCat –el partido ha pasado de los 15.019 militantes con que se cerró CDC a apenas 10.000 inscritos en octubre, muy lejos de los 50.000 asociados de los tiempos de Jordi Pujol-. Con estos datos, algunos militantes republicanos se impacientan y se preguntan por qué Junqueras no rompe ya la coalición con la ex Convergencia para provocar unos comicios autonómicos que aparentemente situarían a ERC como primera fuerza en Cataluña.
Pero la estrategia del líder republicano es exactamente la contraria: buscar la máxima estabilidad en el Gobierno para poder completar su auténtica asignatura pendiente, la de aparecer como partido de gobierno fiable tanto ante los electores como los sectores económicos e institucionales. De su paso por el tripartito, ERC salió con la imagen de ser una formación poco fiable que ahora Junqueras quiere superar.
Interlocutor preferente en Madrid
En ese empeño, Junqueras se ha convertido en el principal interlocutor de la Generalitat con el Gobierno, tanto para los ministerios económicos –aunque la relación es mucho mejor con Luis de Guindos que con Cristóbal Montoro- como con Soraya Sáenz de Santamaría. En los mentideros barceloneses se comenta con sorna que el conseller de Economía pasa más tiempo en la capital de España que en la catalana, pero tras la sorna se esconde la aprobación en la mayoría de las ocasiones.
La paciencia de Junqueras tiene aún un último argumento: no puede arriesgarse a ser quien rompa la unidad del frente independentista, tan laboriosamente tejida por Artur Mas antes de las últimas elecciones autonómicas. De hecho, el temor a aparecer como el responsable de romper esa unidad independentista explica que Junqueras se sometiera finalmente a la voluntad de Mas entrando en la coalición JxS. El líder de ERC sabe que cualquier maniobra ahora para poner en valor el peso de Esquerra podría desembocar en una ruptura igualmente traumática, por lo que ha optado por esperar pacientemente a que se cumpla el calendario aceptado por Puigdemont.
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