Con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, María del Carmen García (nombre ficticio para garantizar su seguridad y la de su familia) narra en primera persona la realidad que golpeó su vida durante años. María del Carmen salió del maltrato, montó una asociación para ayudar a otras víctimas de esta lacra y hoy es una superviviente. El Independiente ha decidido respetar el relato pese a su crudeza.
Yo era una joven de 18 años cuando dejé mi casa. Vivía en una familia muy controladora, sufría represión y decidí irme a otra ciudad a comenzar una nueva vida. Allí conseguí trabajo, amores y algún ligue. Hasta que un día apareció un hombre. Me prometió cariño, comprensión y conocer el mundo. Todo lo que siempre busqué.
Al principio, me ofreció todo lo prometido, conmigo era buena persona y eso unido a la dura vida que me contaba, hizo que poco a poco me enamorara. Me convenció de que mi familia y amigos no me querían ni me comprendían, y fui creyéndolo hasta que llegó el momento en el que dependía emocional y económicamente de él. Estaba totalmente enamorada.
También me convenció para tener un hijo que afianzara nuestro amor y hasta montamos un negocio (en el que me dejaba con todo el trabajo de forma habitual mientras él se iba a divertir con sus amigos). Las cosas raras empezaron antes de que naciera mi primera hija. Estando yo embarazada de siete meses, la Guardia Civil apareció en mi casa y se lo llevó. Cuando al día siguiente fui a la cárcel a visitarlo y pedirle explicaciones, me convenció de que su ex mujer lo había denunciado en el pasado por tener un arma para su protección, y por ello había tenido que huir y estaba en busca y captura. Volví a creerle, para mí él no había hecho nada, seguía siendo una buena persona, me lo llevaba demostrando un año. Lo visité todas las semanas y le busqué un abogado (cuando salí del maltrato descubrí que era un mafioso y que su ex mujer lo había denunciado por varias palizas que casi le cuestan la vida).
Llegó el día de dar a luz y, al verme sola, llamé a mi madre. Ella nos acogió a mi hija y a mí, pero siempre me reprochaba que me hubiera ido de casa para estar con un 'mal hombre' que había acabado en la cárcel. Yo aguanté todos los ataques porque estaba sola con mi hija. Pero regresó un día, cuando ella tenía seis meses. Me dijo que había vuelto a por mí y que me sacaría del calvario y el control de mis padres. Me prometió que seríamos felices y que formaríamos la familia que él siempre necesitó. Me vi salvadora y salvada. Volví a caer en sus artimañas.
Los comienzos fueron muy bonitos, luchamos por una casa y él comenzó a trabajar. Yo, a pesar de la oposición de todos, creía que tenía lo que siempre quise: cariño, comprensión y una familia de verdad. Cuando mis padres aparecían me recriminaban todo lo malo que había hecho y él me convencía de que sólo querían separarnos porque nos veían felices. También, cuando surgía un problema con terceras personas, él demostraba su fuerza y sus malos modos.
Los comienzos fueron muy bonitos, pero amaneció aquel día en el que se dio cuenta de que sólo vivía para mi hija y para él, y comenzó a comportarse como era
Y amaneció aquel día. El que se dio cuenta de que sólo vivía para mi hija y para él, apartada de amigos y familiares. Sabía que me tenía manipulada y comenzó a comportarse como era, exigiendo la comida a su hora porque él era el que trabajaba y yo quien estaba todo el día en casa. Me daba miserias para ir a la compra porque yo gastaba mucho -según él-. También comenzó a exigirme mantener relaciones porque él trabajaba en la calle y podía tener a quien quisiera y me elegía a mí. Así durante años y años. Pero yo estaba ciega y creía que le debía todo por haberme sacado de mi familia y darme una propia. Eso sin contar que estaba convencida de que llevaba la razón. Toda mi vida me habían dicho que lo hacía todo mal y esta vez no iba a ser una excepción.
Nació mi segunda hija, esperando que todo mejorase, pero fue una sensación efímera. Luego, la tercera (un descuido del que me hizo responsable humillándome). Pero lo peor estaba por llegar. Mi pequeña de 8 años acusó a su padre de haberla violado y de que éste la había amenazado con meterla en un internado si hablaba. En un principio intenté separarme, pero mi familia me negó el apoyo por haberme ido dos veces de su casa y, finalmente, él me convenció de que lo que decía mi hija era un sueño, que era mentira. Entre unos y otros me volvieron loca y ya no sabía qué hacer ni qué decir, así que decidí seguir luchando por mi marido y decirle a mi pequeña que todo había sido un mal sueño.
Hubo un tiempo en el que él pedía perdón a diario e intentaba conquistarme a mí y a mis pequeñas. Pero todo volvió a enfriarse y volvió a su maltrato familiar, económico, psicológico y sexual. Imponía a las niñas castigos muy duros, las recluía en las habitaciones semanas enteras, las dejaba veranos enteros sin salir. No podíamos tocar sus cosas, ponía medidas a sus geles u otras cosas para controlar si las tocábamos, y ante cualquier reclamo, la frase era: "Se hace lo que yo digo".
Mi hija mayor tuvo que acudir a psicólogos por su cuenta, ya no había dudas. No había sido un sueño. Él la había violado. Cuando ella cumplió 17 años, le planteé que nos divorciáramos. En ese momento, se levantó y me cogió por el cuello. Me dijo que una mujer no le dejaba. Comenzó a ahogarme y mis hijas, que muchas noches estaban alerta por las trifulcas, se despertaron al oírme. Al verlas paró y se fue de casa. Esa noche me di cuenta de que tenía que dejarlo de otra manera o me mataría.
Me pasé un año buscando información y cogiendo valor para irme. Lo tenía todo atado. Así que me levanté una mañana y le dije a mis hijas que era el día, que nos íbamos. Metieron lo que les entraba en una mochila y nos fuimos al Instituto de la Mujer. Denunciamos tanto mi hija como yo. Nos metieron en un coche de Policía y nos llevaron a otra ciudad, a un piso de acogida, donde no podíamos salir ni comunicarnos con nadie por nuestra seguridad. Mientras, él realizó varias llamadas a toda la familia y amenazó con matarnos a todas. Decía que si me mataba a mí lo mandarían a la cárcel, pero que si nos mataba a las cuatro lo darían por loco. Acabó encontrándonos y nos tuvieron que esconder en otra ciudad más alejada de la nuestra.
La incomprensión de mi familia, la injusticia de la justicia y las carencias de las administraciones me llevaron a montar una asociación junto a varias compañeras
Un año después se celebró el juicio y me concedieron la orden de alejamiento, la vivienda para mis hijas y a él lo condenaron por maltrato a una multa de mil euros -que nunca pagó, al igual que la manutención-. A su vez, le otorgaron un régimen de visitas para mis dos hijas menores. El juez desestimó el juicio de mi hija mayor por violación porque después de tantos años no había pruebas y su lenguaje era muy maduro, por lo que parecía preparado por mí.
Las cuatro tuvimos que comenzar de cero. Mi hija mayor empezó a trabajar para sacar a la familia adelante mientras yo me recuperaba con un psicólogo. Mi experiencia me llevó a quedar varias veces con compañeras de las casas de acogida. Todas teníamos en común la incomprensión de nuestras familias, la injusticia de la justicia y las carencias de las administraciones. A todas nosotras nos habían metido en un coche de Policía, nos habían encerrado y escondido, y habíamos tenido que comenzar de cero sin ninguna ayuda de nadie. Nos llegamos a sentir las delincuentes, ya que nuestros maltratadores estaban impunes, con libertad y recursos.
Por todo ello, para dar respuesta a las verdaderas necesidades de la mujer y menores víctimas de la violencia de género decidimos formar la asociación Miriadas. Fue creada el 25 de julio de 2002 por 40 mujeres que habíamos vivido esta lacra. Hoy ya somos 758 socias.
Con el tiempo, la ayuda y comprensión de mis hijas me he ido recuperando y perdiendo el miedo, aunque reconozco que nunca lo perderé del todo. Nunca estaré recuperada en su totalidad. Pero salí. Se puede. Sin ayuda de la familia, ni de la justicia, pero salí. Hoy en día soy una superviviente.
La violencia machista ha segado la vida de 865 mujeres en los últimos trece años en España.
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