El único vencedor en Siria es la muerte: nadie habla de otro tema. Todo es relativo e incierto. La única certeza es que la muerte tendrá el triunfo asegurado". La escritora siria Samar Yazbek retrata con palabras lo que está sufriendo Siria desde hace casi seis años en su libro La Frontera. La ciudad mártir de Alepo se ha convertido ahora en la metáfora de esa Siria donde vence la muerte.
Testigo en la distancia es Hadi, que sufre el calvario que padece su Alepo natal desde su patria de adopción, España. "Alepo, donde nací, es una ciudad mártir como Stalingrado, o peor aún porque estamos en el siglo XXI, porque lleva así cuatro años, y porque encarna la lucha de un pueblo contra un régimen opresor y sus aliados del exterior", dice Hadi. Este nombre es ficticio y no quiere que se dé a conocer su imagen.
"Temo por mi familia, no por mí. He visto cómo el régimen de Bashar Asad ha tomado represalias contra las familias de quienes les han criticado desde el exterior, incluso gente conocida como el músico Malek Jandali denunció una paliza contra sus padres al principio de las revueltas. No quiero causar daños a los míos", señala este sirio de Alepo, que vino a España mucho antes de que estallara la guerra para estudiar en la universidad.
Su madre y su hermana, Lina, aún viven en Alepo (Halab, en árabe; proviene de "halib", que significa leche). Tienen suerte, están en la zona oeste, la menos castigada por la guerra. "Padecen una tremenda escasez de productos básicos, de agua, de luz... y de vez en cuando caen bombas caseras. Mi hermana me contaba que hace unos días hubo muertos en una explosión en un mercadillo y ella había estado allí diez minutos antes. En el este es aún peor. Son bombardeos constantes. Tenemos amigos ahí", señala Hadi, que sigue día a día lo que ocurre en Alepo gracias a las informaciones por las redes sociales de diversos activistas y periodistas locales o a través de Facebook.
Su hermana Lina (también nombre ficticio) le relata casi a diario cómo luchan para sobrevivir. En la zona oeste de la ciudad, donde queda medio millón de personas aproximadamente, están los barrios más acomodados. En el este habitan los que tienen menos medios. Apenas quedan 40.000 personas que tratan de salir como sea del cerco al que les someten las fuerzas leales a Bashar Asad, apoyadas por milicias libanesas, iraníes, iraquíes y desde el aire por Rusia. Muchos se han refugiado en el oeste de la ciudad.
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La intervención de Moscú ha sido definitiva. "Han resistido como leones durante largo tiempo. Contra el ejército de Asad podían defenderse porque se trataba de su casa, de su barrio, de su colegio, y porque las tropas del régimen no están bien preparadas. Pero ahora es una guerra encarnizada del pueblo sirio contra potencias como Irán o Rusia", señala Hadi, nacionalizado español desde hace años. Confiesa que sigue vinculado al pueblo sirio, y que le da rabia que se presente el conflicto como una guerra fratricida. "No es una guerra civil como la española sino una lucha de un pueblo contra su régimen opresor y todos sus aliados", afirma. "Es un genocidio de un pueblo ante la pasividad de la comunidad internacional", añade el sirio, nativo de Alepo.
No es una guerra civil como fue la española, sino una lucha de un pueblo contra su régimen opresor y todos sus aliados"
Lina es funcionaria y con un sueldo que no llega a los 100 dólares lucha para sacar adelante a sus hijos. Hace un par de años secuestraron a su marido. Ignoran quiénes fueron, quizá una banda criminal que aprovechó el desconcierto de la guerra. Pagaron lo que les pidieron, pero nunca más volvieron a saber de él. "No sabe si está vivo o muerto. Supone que ha muerto, pero no tienen constancia. Esa incertidumbre es aún peor", relata Hadi, que ayuda en lo que puede a su familia.
"No quisieron salir cuando podían hacerlo y ahora no pueden. Ya es casi imposible salir de Alepo, y moverse a otro país, ahora aún peor que nunca. Quienes han salido, los refugiados, pese a su desgracia, aún viven mejor que los que aún están allí", comenta. "Nadie se acuerda de ellos. Los líderes mundiales, con el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, a la cabeza, se limitan a decir que 'están preocupados'... Ya suena a chiste", añade Hadi, en un español excelente. Cuando llegó, apenas conocía el idioma pero rápido se puso al día.
Relata cómo Alepo, cuyo casco antiguo fue declarado patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1986, hacía las delicias de los visitantes extranjeros hace poco más de un lustro. "La última vez que estuve en casa fue hace cinco años. Alepo tardó en despertar. Se unió tarde a las protestas. En la zona oeste hay muchos leales al régimen, incluso ahora. Lo justifican todavía. Y creen que los pepinazos que caen ahí son obra de los rebeldes. Pero ya no hay rebeldes allí y siguen cayendo", señala Hadi.
Explica que los rebeldes atrincherados en Alepo eran primero los desertores del ejército de Asad, el llamado Ejército Libre de Siria, y a ellos se fueron uniendo activistas y un elenco variado de opositores. Nada que ver con los yihadistas del Daesh, cerca del este de la ciudad, o el caso de otros actores que combaten en Siria como las fuerzas de Al Nusra, antes ligadas a Al Qaeda.
Alepo fue en su momento la ciudad más grande de Siria, con 2,3 millones de habitantes. Era el centro industrial y financiero. Su ciudadela, del siglo XIII, y su gran mezquita, del XII, eran una parada segura para los visitantes. Presume de ser la ciudad más antigua aún habitada. Las protestas estallaron en otras localidades como Homs y Dar'a mucho antes que en Alepo, que se convirtió en un campo de batalla en julio de 2012. Desde entonces, muchos de sus habitantes han huido, y los que se han quedado agonizan poco a poco.
"Lo que está pasando en Siria se veía venir desde hace tiempo. La vida ya era muy difícil antes de la guerra si no tenías contactos en el gobierno, o no los tenía tu familia. Me vine a estudiar pero ya sabía que Siria era una olla a presión. Vivía cerca de un cuartel y aún recuerdo los gritos de los torturados. El miedo nos atenazaba a todos", señala Hadi.
La estela de odio y sangre de la matanza de Hama, perpetrada por el padre de Bashar Asad, y su hermano Rifaat Asad, en 1982, marcó a generaciones de sirios, que vivieron bajo el temor de que se repitiera esa barbarie. Los Asad vencieron un intento de golpe de los Hermanos Musulmanes de Siria y después persiguieron, encarcelaron y mataron a miles de sirios.
Hadi aún se estremece al contar cómo se vivía en Siria en aquellos años marcados por el recuerdo de Hama. Es ese miedo a la larga mano de la familia Asad lo que aún le impide mostrar su rostro y hacer público su nombre. "Nunca volveré a Siria si los Asad siguen en el poder. Jamás. No volveré si no triunfa la revolución porque con los Asad no hay libertad", comenta y concluye sobre un futuro que ve poco esperanzado: "Siria va a ser otro Irak, un país en guerra continua, un foco permanente de inestabilidad".
El activista y defensor de derechos humanos Ismaeel Barakat da cuenta desde la ciudad mártir de los detalles de la evacuación. Al Farouk Abu Bakr, jefe de las negociaciones de los rebeldes, acusaba el sábado a Irán de haber impedido la operación de salvamento de civiles. "El Comité Internacional de la Cruz Roja nos informó que no puede enviar convoyes si no tiene garantías de que sean objetivo de ataques", dice Barakat, desde algún punto de Alepo.
Apenas unos pocos miles de personas lograron salir esta semana con destino a Idlib. "La vida es terrible en el este. Falta todo lo básico para sobrevivir", comenta Barakat, que teme que la guerra se traslade luego a Idlib. En un mensaje desde esa guerra tan cercana en el mapa y tan lejana de nuestros corazones dice: "Nunca olvidaremos cómo el mundo forzó a la población de Alepo a elegir entre la muerte en masa o el desplazamiento forzado en masa".
Nunca olvidaremos cómo el mundo forzó a Alepo a elegir entre la muerte en masa o el desplazamiento forzado en masa"
Carole Alfarah también es siria y vive en España. De Damasco. Nunca quiso ser fotógrafa de guerra, pero retrata lo que sucede en su país. Recuerda el día que entendió que Siria estaba enferma en enero de 2012 cuando estalló una bomba en un barrio de Damasco. "Lo que vi allí estaba más allá de mi capacidad de comprensión. Aún siento el olor de la carne quemada. No quería fotografiar cuerpos mutilados. Sirios que matan a otros sirios. Era el principio y el final de la guerra", contaba Carole Alfarah esta semana en una charla en La Casa Encendida. La imagen de aquel día era una mancha de sangre en el asfalto.
La periodista Mónica García Prieto, coautora junto a Javier Espinosa de Siria, el país de las almas rotas, conoce bien el conflicto y aún se rebela contra lo que sucede ante nuestros ojos sin apenas provocar respuesta. "En medio de toda la locura está la población civil. Siria se ha convertido en un símbolo de la crisis de valores que vivimos. El silencio de Occidente es cómplice porque alimenta a las partes sedientas de sangre", señala.
García Prieto, que ha viajado a Siria en repetidas ocasiones, se extraña de que aún nos preguntemos de qué huyen los millones de personas que han salido del país. "Han salido de sus hogares 11 millones, entre refugiados y desplazados. Siria era un país de acogida y ahora es un país en la diáspora. Hay 250.000 sirios que han huido a Irak, un país en guerra también. Oriente Próximo les ha acogido de forma más solidaria que Europa. En España sólo hay 128 refugiados. Y es una obligación no ya moral, sino legal brindarles protección", agrega la reportera.
La frase de Averroes, el sabio andalusí, nos ha de hacer reflexionar. "La ignorancia lleva al miedo, el miedo al odio y el odio a la violencia. Ésa es la ecuación". En Alepo, en Madrid y en Nueva York. En el siglo XII y en el siglo XXI.
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