En los últimos meses la agenda de Romano Prodi (Scandiano, 1939) echa humo con innumerables congresos y reuniones. Admite que las celebraciones por el 60 aniversario de los Tratados de Roma, firmados el 25 de marzo de 1957, están siendo "fatigosas". Dos veces primer ministro de Italia (en 1998 y en 2006, encabezando coaliciones de centroizquierda) y presidente de la Comisión Europea entre 1999 y 2004, Prodi conserva la esperanza, pero se lamenta también "por todo lo que no se ha hecho".
Esos años al frente de la Comisión fueron los años en los que comenzó a circular el euro (2001) y cuando se amplió la UE al Este (2004). Sus recuerdos más vivos son "la primera retirada de efectivo en euro en un cajero de Viena, con el canciller austriaco Wolfgang Schüssel y la fiesta en Dublín para la entrada de los países de Europa del Este".
A este economista católico, nacido en un pueblo del norte de Italia donde siempre ha gobernado el Partido Comunista, ahora le preocupa la robotización y las crecientes desigualdades. "Todavía no hemos encontrado las recetas políticas para invertir la tendencia", afirma a El Independiente, que se reúne con Il Professore en el centro histórico de Roma, donde suele hacer escala entre un viaje y otro. Su último libro se llama Misión incumplida y trata sobre los desafíos a los que Italia y Europa se enfrentan, aún, sin éxito.
Pregunta.- Los Tratados de Roma de 1957, por los que se crearon la Comunidad Económica Europea y la Comunidad Europea de la Energía Atómica, tenían como objetivo el bienestar de sus ciudadanos. Hoy, muchos europeos ven la Unión como causa de sus problemas.
Respuesta.- Se empezó a construir Europa por el ejército [la Comunidad Europea de Defensa en 1950]. Era un proyecto muy ambicioso. Luego, frente a los nacionalismos, se dio prioridad a las cuestiones económicas, más simples de resolver y con un beneficio inmediato. Más tarde se empezó a decir que Europa era "de los banqueros". Europa nació sobre la política más profunda, pero ha tenido que adaptarse a las circunstancias. Se han dado grandes pasos hacia adelante, pero hemos dejado todo a la mitad.
La regresión empieza con el 'no' francés a la Constitución en 2005, fomentado por el miedo a la inmigración y a la crisis económica"
P.- Desde la firma del Tratado de Maastricht, en 1992, han pasado 25 años. Entonces se pedía más Europa, hoy se reclaman más fronteras. ¿Qué ha pasado?
R.- Es el miedo. Cuando era presidente de la Comisión (1999-2004) el clima era electrizante. La ampliación de la Unión Europea a los países del Este, el euro… El siguiente paso era la Constitución. Cuando el pueblo francés la rechazó en el referéndum de 2005 saltaron las alarmas. El proceso de regresión empieza ahí, fomentado por el miedo a la inmigración y a la crisis económica.
P.- Como presidente de la Comisión, ¿no tenía la percepción de que se estaba produciendo una fractura entre los ciudadanos y el proyecto europeo?
R.- Hicimos todo lo posible para que no fuera así, pero el referéndum provocó un desplazamiento del poder de la Comisión -una institución supranacional- al Consejo, que representa los Estados. Cambió la naturaleza de Europa. Antes de 2005 los poderes nacionales estaban equilibrados. Desde entonces la gestión de los grandes problemas pasó de las instituciones europeas a los gobiernos nacionales, entres ellos, el más fuerte: Alemania. Durante mi etapa se hablaba de la Europa de las minorías. Hoy hay un país líder y los demás obedecen. Cuando estalla el caso griego, no se resuelve con un encuentro en Bruselas, sino en Berlín.
P.- La entrada de los nuevos miembros en la Unión Europea rompió el equilibrio entre los países fundadores. ¿Se hizo de forma apresurada la ampliación?
R.- Con el fin de la Guerra Fría los países del Este se quedaron en vilo. Ha sido una decisión valiente acogerlos bajo el paraguas europeo. Hemos impedido que en Polonia y Hungría se produzca lo que está pasando en Ucrania. He sido presidente de la Comisión con 15 y 27 países, no había mucha diferencia. La única línea alternativa siempre ha sido la británica.
Con el fin de la Guerra Fría los países del Este se quedaron en vilo. Fue valiente acogerlos bajo el paraguas europeo"
P.- ¿Se podría haber evitado el Brexit?
R.- Los alemanes no querían dejar el marco, pero al final entraron en el euro. El Reino Unido siempre ha sido ambiguo. Entró en la Comunidad Económica Europea por necesidad, porque el EFTA [Acuerdo Europeo de Libre Comercio entre los países del norte Europa] no funcionaba, pero siempre ha mantenido una relación paralela con el otro lado del Atlántico. El Brexit responde a esta lógica. Me acuerdo cuando los periódicos británicos ridiculizaban cualquier cosa que tuviera que ver con Europa.
P.- Cuestiones como la inmigración, la rigidez del vínculo presupuestario del 3%, estaban sobre la mesa ya en 1992, cuando se firmó el Tratado de Maastricht. ¿Por qué no se ha hecho nada en estos años?
R.- Se han hecho progresos, pero nos hemos quedado en la mitad del camino. Considero el límite del 3% del déficit una estupidez. Las cuentas tienen que estar en rojo o en negro dependiendo de las circunstancias. Puede que se necesite un déficit del 6 o 7%, en caso de una gran depresión económica. La mía no es una cruzada contra este parámetro, pero digo que es un error. No se quiso delegar en las instituciones europeas la autoridad para decidir caso por caso qué hacer cuando un Estado no cumple con los criterios presupuestarios. Se optó por un parámetro igual para todos, para limitar la intervención de la política. Es lo que quiero decir cuando insisto en que Europa está a medio hacer.
P.- ¿Qué faltaría por hacer?
R.- Tenemos objetivos indispensables para el futuro, porque los Estados solos están agotados, incluida Alemania, pero no actuamos de la manera en que deberíamos para estar a la altura de China o Estados Unidos porque el miedo y el nacionalismo nos han hecho ir hacia detrás. Las empresas protagonistas de la globalización, como Amazon, Google, Apple, Ali Baba, por decir algunas, no son europeas. ¿Sobrevivirá Europa hasta la próxima generación si sigue así?
La tragedia en que estamos inmersos no es porque haya demasiada Europa, sino porque hay poca Europa"
P.- ¿Cómo se construye Europa si sus ciudadanos no creen en ella y los partidos euroescépticos ganan peso?
R.- La tragedia en que estamos inmersos no es porque haya demasiada Europa, sino porque hay poca Europa. La moneda única fue el primer paso hacia la armonización fiscal, que no hemos terminado por el miedo. Si en Francia es fuerte la candidatura de Marine Le Pen, en Alemania hay un candidato abiertamente proeuropeo. Martin Schultz ha sido presidente del Parlamento Europeo y de momento tiene buena aceptación. Quizá no gane, pero Alemania no se alejará de Europa. Espero que en Berlín entiendan que hay que reconstruir un poder colectivo europeo, porque los Estados por sí solos ya no bastan.
P.- En la última década Alemania y Francia han estado solas al mando de Europa. Italia y España, a pesar de ser la tercera y cuarta economía del euro, han estado al margen de las grandes decisiones.
R.- Nunca he entendido por qué España e Italia, con intereses parecidos y en parte compartidos por Francia, no se han unido para pedir una política económica más inclusiva, que tuviera en cuenta los intereses colectivos. Alemania tiene 300.000 millones de euros de superávit comercial, lo que equivale al PIB de Bélgica. Si aplicamos las reglas europeas, esto también es una violación. Hoy en día nadie respeta las reglas europeas, los países fuertes van por su cuenta. Pero si Alemania diera el paso hacia una política económica más compartida, Europa la seguiría.
P.- La llamada "Europa a dos velocidades", ¿es la única solución para mantener el proyecto europeo en pie?
R.- Como mal menor. O second best, como dicen los ingleses. Llevo años diciendo que se llegará a una Europa con diferentes velocidades. Si no podemos ir adelante todos juntos, que siga por lo menos un grupo dispuesto a integrarse más, que quiera formar un ejército común o una política social común. Eso sí, hay que dejar la puerta abierta a quien quiera sumarse. Hay quien entiende 'Europa a dos velocidades' como una división entre países del norte y del sur, pero sería el final de Europa.
P.- ¿Qué objetivos debería tener el núcleo avanzado de los países europeos?
R.- La defensa común siempre me ha parecido un objetivo inalcanzable, pero con la salida del Reino Unido sólo queda un país con el arma atómica y derecho de veto en la ONU: Francia. La coordinación y la formación de un comando unificado sin gastos ulteriores podría ser más fácil. Si se aumenta la eficiencia, el ejército común contaría con el apoyo de muchos países. Luego está la política energética: una coordinación más estrecha en la producción, el transporte y comercialización para suavizar los picos de demanda. La política científica y la social también, aunque creo que hay que dejar a las instituciones más cercanas a los ciudadanos las competencias sobre el estado de bienestar.
P.- ¿Qué se necesita para que los europeos vuelvan a creer en Europa?
R.- Más políticas. Más batallas políticas entre líderes europeos de diferentes países e ideologías. Sólo con una batalla política común es posible sentirse parte de una única patria.
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