Fueron ladrones de recuerdos, ejercieron como recolectores de dolor y sembradores de miedo y tristeza. Su legado trabajó cada día, pero sobre todo, cada noche. Desde entonces su herencia de muerte aflora un día, y otro, y otro más... Lo hace recordando que fueron ellos los que les privaron de su compañía, de su calor, de sus risas y de sus consejos. Cada día, cada noche. Les obligaron a vivir haciéndose preguntas sin respuesta, forzándoles a imaginar cómo sería él hoy, qué diría, qué pensaría... Cada día, cada noche. El túnel oscuro en el que un día ETA les sumió fue clareando con el paso del tiempo pero aún hoy es sombrío. Y se oscurece más el día en el que reviven aquella fatídica mañana, aquella tarde maldita en la que alguien decidió que su padre, que su madre, merecía morir de un disparo.
Hoy ETA se habrá desarmado. Pero a ellas les dará igual. Nada habrá cambiado. Su padre no volverá. Su madre tampoco. Cruzar aquella calle, esa esquina seguirá haciéndose demasiado duro. Volverá a ser mejor rodear. El Día del desarme, el 8 de abril de 2017 será negro. A las ‘hijas del dolor’ que ETA dejó huérfanas se les hará casi imposible ver la televisión. Escuchar la radio tampoco será plato de gusto. Y las redes sociales no dejarán de bombardear comentarios y vivencias de medio siglo de terrorismo. Pero ellos seguirán sin estar. Se los arrebataron.
La banda terrorista ha sembrado de huérfanos la sociedad vasca: 1.035. La mayoría en atentados ocurridos en Guipuzcoa (536), seguidos de los crímenes en Vizcaya (447) y, después, en Álava (78).
Sólo en Euskadi, la banda terrorista ETA ha sembrado de huérfanos la sociedad vasca: 1.035
Son hijas e hijos del dolor como Tamara Paredes Moreno. ETA le prohibió conocer a sus padres. También a su hermana. Hace sólo dos días que ha pasado el que es el peor día del calendario para ambas. El 6 de abril de 1990 la banda terrorista decidió que había que asesinar a sus padres, Miguel Paredes y Helena Moreno. Y su sentencia de muerte incluía una acusación que les ha perseguido de por vida; los mataba por toxicómanos. Falso. No lo eran. Los análisis toxicológicos lo acreditaron. Pero eso ha marcado las vidas de las dos niñas de 5 y 7 años que quedaron huérfanas tras el atentado de la calle San Lorenzo de San Sebastián por la que Tamara evitar desde entonces pasar.
"En clase me decían: Te jodes"
ETA sentenció y ejecutó, pero hubo quien a aquellas niñas quiso rematar y marcar de por vida. “En clase había quien me solía decir ‘te jodes’ por lo que les pasó a tus padres. Tuve un compañero que siempre me lo decía, un día y otro. Pero no sólo tuve que aguantar eso. Después estaba la gente que hablaba a tus espaldas diciendo que eran toxicómanos y que si no hubieran hecho lo que hacían…”. Fueron los tiempos en los que ETA se erigió como ‘madre protectora’ de la juventud vasca a la que las drogas empezaba a torcer y desviar de sus filas. Los atentados vinculados con asuntos de droga proliferaban y los errores fatales, también. “No era cierto, pero incluso aunque lo hubiese sido, eso jamás hubiera justificado que los matasen”.
Tamara tiene ahora 32 años, casi la edad que tendría su padre, un humilde carpintero, y mayor que lo que sería su madre, ama de casa. No tiene recuerdos de ellos, apenas unas fotos y relatos de familiares. ETA decidió que no los conociera. Ni cumpleaños, ni bodas, ni días del padre… ni de la madre: “En todos esos días siempre piensas en ellos. De niña lo pasaba mal. En clase preparábamos cosas para los padres, las madres y a nosotros siempre nos decían, vosotras para vuestras abuelas… Eso te marca”.
ETA asesinó a los padres de Tamara acusándoles de toxicómanos. No lo eran
Ambas se han criado con sus abuelas. En ocasiones fantaseaban sobre cómo hubiera sido su vida si sus padres hubieran vivido. Incluso sobre cómo serían físicamente. “Yo a mi padre me lo imagino como mis tíos”. "Hoy tendría 60 años y me lo imagino como mis tíos, calvo, algo más gordito y con menos pelo. Mi madre tendría hoy 54 años”, recrea ilusionada. Su hermana, dos años mayor que ella, lo vive peor. Transcurridos 27 años de aquel 6 de abril en el que los gritos de un tío suyo le despertaron: “¡Los han matado, los han matado!” Aún no se ha recuperado del todo. Hoy es madre de tres hijos, pero la tartamudez e inseguridad que le quedó como secuela le sigue recordando que ETA le cambió la vida que le correspondía vivir cuando sólo tenía 7 años.
Sigue siendo incapaz de leer el sumario en el que se detalla el caso del asesinato de sus padres. Tamara en cambio sí ha podido armarse de valor. De su lectura no saca la respuesta que lleva toda la vida buscando: ¿Por qué? Tampoco quién. “Sólo aparece un nombre, un tal Balerdi Ibarguren, que era del comando pero que no fue el autor material. Debió entregar el arma y seguro que sabe quién fue”. Se refiere a Francisco Balerdi Ibarguren, un miembro de ETA condenado por participar en cinco asesinatos y que salió de prisión hace menos de cuatro meses tras 24 años encarcelado. “Nunca nadie nos ha pedido perdón. No me serviría de mucho, pero sí me gustaría preguntarle por qué y quién fue. No quiero nada más, no quiero que me pida perdón. Además, a los autores materiales ya no se les pude meter en la cárcel, ha preescrito”. Como otras muchas víctimas, Tamara asegura que prefiere que no les acerquen a Euskadi, que no les den ningún tipo de beneficio penitenciario. “Por lo menos a ellos se les puede visitar, nosotros no podemos hacerlo”.
El abuelo al que no dejaron conocer a 15 nietos
Hoy por la mañana Paz Prieto no encenderá la televisión. Si pone la radio será para escuchar música. “No me interesa, que se disuelvan y que contribuyan a esclarecer los 300 asesinatos que quedan. Ellos saben quiénes son. No podemos hacer un borrón y cuenta nueva”, asegura dolida. El relato vital de Paz se asemeja en muchos aspectos al de Tamara. También ella es una de las muchas hijas del dolor que ha dejado ETA antes de desarmarse.
Hay un recuerdo que no puede borrar. Se marcó a fuego en su memoria la tarde de aquel sábado, cuando se preparaba para salir en Pamplona, con sólo 19 años. Lo recuerda con más precisión de la que desearía. Incluso la hora: las 19.50. El recuerdo de las sirenas aún le inquieta. En los años de plomo eran un eco demasiado inquietante. Y el 21 de marzo de 1981 las escuchó cerca de casa: “Salía del portal y un vecino me dijo que avisara en casa que mi padre había tenido un accidente”. Lo acababa de asesinar ETA a 300 metros de distancia cuando salía de misa acompañado de su mujer.
Paz, la pequeña de siete hermanos, no tiene duda alguna de que ese día su vida cambió para siempre. El dolor buscó refugió en el corazón y ahí sigue, 36 años después: “Me da rabia cuando dicen que el tiempo lo cura todo, no es cierto. Sigues viviendo, sí, pero vives otra vida”. Su padre, José Luis Prieto era jefe de la Policía Foral de Navarra, militar y español, “la única razón por la que lo mataron”.
Me da rabia que digan que el tiempo lo cura todo, no es cierto. Sigues viviendo, sí, pero otra vida"
No perdona a ETA que le arrebatara a su padre de la madurez que empezaba a adquirir, “cuando ya puedes hablar y conversar con tu padre”, y menos aún que le privara a sus hijos de conocer a su abuelo, “es lo que más pena me da, que esos nietos no hayan podido conocer a su abuelo”. Tampoco olvida la pena en la que sumieron a su madre, mujer de gran fe que no dudó en perdonar a los asesinos de su esposo incluso ante su féretro: “Lo hizo desde el mismo momento en el que estaba junto al cadáver de mi padre. Los perdonó y rezó por ellos todos los días de sus largos 28 años sin él. Para mí ha sido un ejemplo. En casa nunca no inculcó ningún sentimiento de odio ni venganza”. Ella prefiere no revelar si ha dado el paso de su madre, “¿Si les he perdonado o no? Me lo guardo para mí, es algo muy personal”.
Echó de menos a su padre cuando se licenció como arqueóloga, cuando no pudo llevarle al altar o cuando su ausencia se hizo más grande con el nacimiento de cada uno de los 15 nietos que nunca conoció. Todo por decisión de ETA. Le dejaron su dignidad, el recuerdo más vivo que conserva de él. “Los terroristas no te la quitan ni en vida ni con la muerte. Es el ejemplo fortísimo que tengo de él. No cambio ni un ápice de su modo de pensar”.
Recuerda como el miedo a sufrir un atentado sobrevolaba en casa pero él siempre lograba atenuarlo. Incluso cómo en alguna ocasión le tocó a ella, siendo una adolescente, escuchar las amenazas telefónicas que de vez en cuando perturbaban a la familia. “Bastaba con el listín de teléfonos para saber dónde vivíamos. Con todo los cómplices y matones que había, era fácil…”, recuerda. Paz asegura que vivir rodeada de “vecinos que te quieren engullir” la ha hecho fuerte. Defiende que haber escondido la condición de militar de su padre o incluso el propio asesinato para evitar ser señalada hubiera sido un error, “son ellos los que tienen que esconderse”.
Mi madre los perdonó y rezó por ellos todos los días de sus 28 años sin él. Para mí ha sido un ejemplo"
Aquella adolescente llamada a explorar yacimientos no tardó en intentar cambiar las cosas. Temió dar el disgusto de su vida a su madre, viuda, cuando le dijo que quería dedicarse a la política. “Te pega mucho, me dijo”. Dar el paso supuso llevar escolta cinco años por defender las siglas de UPN en Pamplona, donde fue concejal dos legislaturas. Dice que no quiere el perdón de los etarras, que no lo buscará. Se indigna al recordar que los asesinos de su padre salieron a la calle tras la aplicación de la doctrina Parot. Para ella, los culpables de los asesinatos no son sólo los autores, “también lo es el que lo vigiló, el que lo ordenó y el que hoy sigue sin condenarlo. Todos son uno”.
Un error fatal
Ana Velasco ha decidido tomar el testigo de su madre. Su misma ansia de lucha por preservar la dignidad de las víctimas del terrorismo. El 10 de marzo de 1980 su padre, Jesús Velasco Zuazola, jefe de los Miñones de Álava -cuerpo policial foral- llevaba a sus hijas al colegio, como hacía a diario. Fue la última vez. De un taxi cercano un hombre se bajó y lo ametralló. El autor nunca fue condenado. Un error de la Audiencia Nacional impidió procesarlo. Velasco recuerda con rabia cómo logró huir a Venezuela, llegó a colaborar con las Farc y no fue detenido hasta 2010. Habían pasado 30 años.
Velasco se acuerda estos días de su madre, Ana María Vidal Abarca, fundadora de la Asociación de Víctimas del Terrorismo y que falleció hace un año y medio, sin ver el final de ETA. “La tengo muy presente, como sé qué pensaba, que tenía un criterio tremendo y un sentido de la realidad muy profundo, intento seguir su ejemplo”. Considera que el final que se está brindando a ETA no hace sino “blanquear” a la banda, algo que no se merecen las víctimas. Recuerda que “ella decía que estaba muy desengañada, que la hoja de rutas que ahora estamos viendo empezó hace años”.
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