Probablemente éste es el mayor disgusto político de su vida. Esperanza Aguirre, una mujer dura y curtida en mil batallas, sigue llorando por lo sucedido a su antigua mano derecha, Ignacio González, el hombre que la sucedió en la presidencia de la Comunidad de Madrid cuando ella renunció al cargo con motivo de un cáncer de pecho del que se recuperó por completo, lo cual le permitió regresar a la vida política, en la que aún permanece.
A Esperanza Aguirre no le cabe en la cabeza que su sucesor en la presidencia, su colaborador más próximo, el hombre en el que puso siempre toda su confianza, esté ahora mismo en un calabozo esperando a comparecer ante un juez que determine si le manda directamente a prisión preventiva o le deja en libertad, cosa altamente improbable. No concibe que Ignacio González haya podido estar implicado en operaciones ilegales de una organización criminal en el PP de Madrid, cuyo liderazgo se le atribuye, además de la responsabilidad por un agujero económico de más de 60 millones de euros en la empresa Canal de Isabel II.
No consigue Aguirre abordar el asunto sin que se le quiebre la voz y se rompa en llanto. Llora por la enormidad de las acusaciones que pesan sobre su antiguo colaborador -prevaricación, organización criminal, malversación de caudales públicos, cohecho, blanqueo, fraude, falsificación y corrupción en los negocios- y sobre todo por el "calvario" que van a suponer para él los meses, o más bien los años, venideros.
Aguirre rememora el sufrimiento de su colaboradora Lucía Figar y lo equipara desolada al infinitamente mayor de Ignacio González
Se acuerda de otros colaboradores suyos como Lucía Figar imputada por el juez por malversación de caudales públicos y prevaricación por haber contratado los servicios de una red para mejorar su imagen personal en internet y en las redes sociales. Figar presentó su dimisión en junio de 2015 de su cargo como consejera de Educación de la Comunidad de Madrid para no interferir en las negociaciones que entonces celebraban Cristina Cifuentes con Ciudadanos para apoyar la constitución del gobierno.
Esperanza Aguirre rememora el sufrimiento de su colaboradora y lo equipara desolada al infinitamente mayor que va a sufrir, sin duda, Ignacio González. "Y peor si luego resulta que es inocente", se dice a sí misma entre lágrimas. Porque Aguirre no está ni mucho menos convencida a día de hoy de que las acusaciones que han caído sobre la cabeza de su antiguo colaborador estén basadas en hechos reales y se aferra a la esperanza de que todo sea un error. Poco tiempo le queda para amarrarse a esa ilusión, pero es seguro que ese tiempo lo seguirá regando con llanto.
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