Amante de la literatura, de la filosofía y del teatro, Emmanuel Macron, antes que escribir su propia obra, ha decidido vivirla. En su rica trayectoria sigue al pie de la letra la idea desarrollada por su maestro Paul Ricoeur sobre “la capacidad del individuo de liberar sus capacidades”. Su destino, como el de un príncipe liberal, parece escrito en letras doradas.
Como decía su amigo Marc Ferracci en Le Monde, “por encima de todo, Emmanuel Macron está comprometido con su libertad”. A sus 39 años, hoy se ha convertido en el presidente más joven de la República Francesa desde 1848. Llega al Elíseo sin haber sido antes elegido en las urnas para otros cargos políticos y tras haber fundado el movimiento En Marcha apenas hace un año.
Recientemente le preguntaron en una entrevista si de joven se veía como presidente de la República. Dudó un instante y reconoció que en política sí se veía. “La vida es mucho más creativa de lo que uno imagina”, concluyó. Pero a Macron imaginación no le falta y siempre ha llegado lejos en todo aquello a lo que se ha dedicado. “Es como si hubiera firmado un contrato de larga duración con la providencia”, reconocía Alain Minc, asesor político y uno de los que ha amparado a Macron en su carrera política y profesional.
Nacido en Amiens, a 112 kilómetros de París, el 21 de diciembre de 1977, se crió en una familia de médicos y se educó en los jesuitas. En la adolescencia se enamoró de su profesora de lengua y teatro, Brigitte Trogneux, 24 años mayor que él. Tras impartir un taller con ella y brillar en una de las representaciones, convenció a la maestra para que rescribieran juntos El arte de la comedia de Eduardo De Filippo. Ahí surgió el amor.
Brigitte estaba casada con un banquero y tenía tres hijos de la edad de su enamorado. La familia de Macron les intentó separar y él comenzó a estudiar en París, pero le prometió volver. “Sea como sea, nos casaremos”, le dijo Emmanuel, apenas mayor de edad, a Brigitte. Y así sucedió, en 2007, tras años de relación.
No somos una pareja convencional, pero somos una pareja que existe", dice de su relación con la que fue su profesora, 24 años mayor que él
Ilustra bien esta determinación el carácter del nuevo presidente de Francia para quien no hay imposibles. “No somos una pareja convencional, pero somos una pareja que existe”, suele decir. Ahora presume de asesora áulica, y declara en público: “Sin ella no estaría aquí”. Los tres hijos de Brigitte, a quien suelen llamar Bibi o Bam, apoyan la aventura política de su padre político y él ejerce de daddy con sus siete nietos.
Estudió en la prestigiosa Sciences Po y en la Escuela Nacional de Administración, la célebre ENA, donde se forma la élite política y económica en Francia. Antes, su pasión por la filosofía le llevó a colaborar en la edición de La memoria, la historia, el olvido, del filósofo Paul Ricoeur, uno de los referentes de Mayo del 68. Ricoeur, entonces octogenario, decía sentirse con Macron como con un coetáneo.
Macron evoca con frecuencia cómo Ricoeur pensaba que “somos enanos a hombros de gigantes y que al comentar a los grandes filósofos prolongamos su obra”. En sus ensayos universitarios Macron profundizó en El príncipe de Maquiavelo y en Hegel.
Otro de sus mentores fue el ex primer ministro socialista Michel Rocard, de quien aprendió el social-liberalismo que hoy defiende. “Con él se dio cuenta de que el Estado no puede serlo todo en economía y que es fundamental apoyar también a la empresa privada para generar riqueza y poder redistribuir ganancias y promover políticas sociales”, comentaba Ferracci, amigo de Macron al FT. Es lo que defiende ahora en el programa de En Marcha: un liberalismo económico, basado en la eficacia, que no olvide la protección del Estado del bienestar pero con reformas previas que jamás ha abordado la República Francesa.
Además de Minc, también avalaron su carrera profesional, primero en el mundo de las altas finanzas y luego en el gobierno socialista Jacques Attali y Jean-Pierre Jouyet. En la Banca Rothschild entró con apenas 30 años y en 2012 logró su gran éxito: asesoró a Nestlé en la adquisición de las leches infantiles de Pfizer por 12.000 millones de dólares. Se embolsó casi tres millones de euros en bonos. Con menos de 35 años ya era millonario.
Como si hubiera ya conseguido lo que quería en ese campo, dio un nuevo salto a la política al asesorar a Hollande cuando aspiraba a la nominación frente al entonces favorito, Dominique Strauss-Kahn. Hollande acabó en el Elíseo y a los 36 años Macron se convirtió en ministro de Economía (2014-2016), cargo que han ocupado varios presidentes como Chirac o Mitterrand antes de ser jefes de Estado.
Siempre ha sido el niño bonito de la élite francesa, pero ha tenido la increíble habilidad de presentarse en estas elecciones presidenciales como el candidato anti establishment alternativo al populismo de Marine Le Pen. Su edad le ayuda a dar imagen de renovación y hace que salvo Le Pen muchos olviden que suya es la Ley Macron, por ejemplo, sobre desregularización de ciertos sectores de la economía.
Mi objetivo no es unir a la izquierda o unir a la derecha, sino unir al pueblo francés", dijo al anunciar su candidatura
“Mi objetivo no es unir a la izquierda o unir a la derecha, sino unir al pueblo francés”, dijo al anunciar su candidatura en noviembre pasado. En abril de 2016 había creado En Marcha y hoy con cientos de miles de afiliados. Para los escépticos, como decía en The New York Times el politólogo Pascal Perrineau, es “un objeto político no identificado, un invento antes nunca visto”.
Hollande se ha desmarcado hábilmente de su ex protegido e incluso ha dicho en público que le “ha traicionado con método”. Sin embargo, hay quienes creen que tanto Hollande como otros socialistas reformistas como la propia Ségolène Royal, ex pareja del presidente, ministra de Medio Ambiente, han bendecido esta operación Macron. De hecho, la candidatura de Royal cuando se enfrentó a Sarkozy en 2007 también se refería con sus Désirs d’avenir a que había que construir “mayorías de ideas, que no sean de izquierdas ni de derechas”.
Con una formación exquisita, Macron parece un príncipe renacentista. Toca el piano como un profesional, le encanta la polka, no oculta su pasión literaria y boxea con destreza. Para la mayoría es un auténtico enigma, casi un personaje de ficción. Sin embargo, su fe en el porvenir y su optimismo pragmático son cualidades poderosas en este siglo XXI tan convulso.
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