Murió en el mismo municipio en el que nació. Entre ambos momentos transcurren 60 años en los que Josu Uribetxebarria Bolinaga tuvo tiempo de asesinar a dos guardias civiles, secuestrar al empresario Julio Iglesias Zamora y encerrar durante 532 días en un zulo inmundo y minúsculo al funcionario de prisiones, José Antonio Ortega Lara. En vísperas de su muerte, el 16 enero de 2015 -justo cuando se iban a cumplir 19 años del inicio del secuestro de Ortega Lara el 17 de enero de 1996- pesaba sobre él la sospecha de añadir a su álbum vital un nuevo asesinato cometido en 1986 a su currículum criminal.
La suya fue una vida entre pistolas en el corazón de Guipúzcoa. Mondragón, tierra de emprendedores y empresarios de éxito en la que ETA y la izquierda abertzale siempre encontraron calor social. Aquel comando que Uribetxebarria Bolinaga lideraba, el comando ‘Bellotxa’ y más tarde el 'Goiherri', actuó sin piedad durante años, en especial durante 1986 cuando cometió los atentados contra los agentes de la Guardia Civil.
Pese a todo, al contrario que muchos de sus compañeros de armas, Bolinaga vivió la mayor parte de su vida en libertad. Aún con 40 años residía junto a sus padres en su pueblo sin que nadie sospechara de él ni intuyera que fuese el autor de los crímenes por los que luego fue condenado. Dormía en la misma vivienda familiar cuando de madrugada el 1 de julio de 1997 entró la Guardia Civil a detenerlo. Lo hizo entre los gritos e insultos de su madre y la perplejidad absoluta de su padre, con problemas cardiacos. A esa misma hora otro equipo de la Guardia Civil accedía a la nave de la compañía Jalgi, junto al río Deba. Una nave que él conocía bien. Junto con sus compañeros de comando había acudido a ella durante los 18 meses anteriores, la mayoría sin levantar sospechas, transportando bolsas con comida. Bolinaga tenía experiencia, cuatro años antes, en 1993, había participado en el secuestro del empresario, Julio Iglesias Zamora, al que mantuvo cautivo 116 días.
La rápida reacción de los agentes impidió que estrellara el vehículo en el que viaja junto a guardias civiles contra otros dos agentes motorizados
Mientras era esposado en su propia casa, Bolinaga aún protegía con chulería el secreto que todo el país quería conocer. ¿Dónde se encontraba aquel funcionario de prisiones de 37 años que había sido secuestrado el 16 de enero de 1996 y cuyo paradero, 532 días después, aún se desconocía? Hacía meses que la Guardia Civil le seguía, que vigilaba sus pasos, su casa, sus compañías... Ni siquiera cuando fue arrestado y trasladado a la nave, en cuyo subsuelo tenía oculto a Ortega Lara, abandonó su actitud desafiante. Confiaba que el complejo mecanismo para acceder al zulo hiciera desistir a los agentes -que llevaban varias horas buscándolo- y convencerles de lo que él les decía, que perdían el tiempo. Sólo fue cuestión de tiempo y constancia. Bolinaga se desplomó cuando escucho a uno de los agentes, "¡aquí hay algo!, ¡aquí hay algo!". Acababan de encontrar el zulo y Ortega Lara iba a ser liberado.
Resuelto con éxito el secuestro más largo jamás cometido por ETA, Bolinaga fue trasladado desde Mondragón hasta la Audiencia Nacional. Los agentes de la Guardia Civil lo subieron a un vehículo camuflado. Por delante le esperaban casi cuatro horas de ruta acompañado y vigilado por cuatro agentes. Uno de aquellos guardias relata a El Independiente cómo el cansancio comenzó a hacer mella en algunos de ellos, que se quedaron algo adormilados. Bolinaga, esposado y hundido tras la liberación de Ortega Lara, viajaba en el asiento trasero, con un agente a cada lado. El miembro de ETA decidió vengarse. Cuando el vehículo, que viajaba gran velocidad, había rebasado Lerma (Burgos) en su camino hacia la capital de España por la N-1, se topó con dos motos de la guardia civil. “En ese momento en el que adelantábamos a los dos motoristas se levantó e intentó provocar un volantazo con el que estrellarnos todos y de paso atropellar a los otros dos agentes que viajaban en moto. Le fallaron las piernas y nosotros pudimos reaccionaron echándolo hacia atrás. El oficial que conducía también reaccionó dándole un codazo”.
Una muerte 'inminente' de más de dos años
Fue el incidente que podría haber cambiado la alegría que reinaba hasta entonces en el ambiente. No lo hizo. Bolinaga llegó a la Audiencia Nacional y su testimonio permitió llevar a cabo nuevas detenciones. Meses después el miembro de ETA fue condenado a 32 años de cárcel por el secuestro de Ortega Lara, a los que sumó otros 14 por el cautiverio de Julio Iglesias Zamora y 178 años más por el asesinato de dos guardias civiles.
Después cayó el olvido sobre él hasta que la enfermedad llamó para llevárselo. Sucedió cuando completaba el 15º año entre rejas. A Bolinaga le había sido diagnosticado un cáncer, cuyo grado de gravedad provocó un profundo debate nacional. De él dependía su liberación por “razones humanitarias” o no. El propio etarra lo exigió protagonizando una huelga de hambre a la que se sumaron decenas de presos de ETA y que oportunamente alimentó la izquierda abertzale.
Ortega Lara le deseó a Bolinaga tras morir que encontrara la paz "que quizá no encontró en vida"
Finalmente, la Justicia española fue más benevolente con él de lo que el etarra había demostrado con sus víctimas y -en contra del criterio de la Fiscalía y de algunas asociaciones de víctimas- decretó su tercer grado y puesta en libertad. En octubre de 2012 el carcelero de Iglesias Zamora y Ortega Lara y el asesino de dos guardias civiles abandonó la cárcel ante lo que parecía una muerte próxima. Bolinaga aún vivió dos años y cuatro meses más. Incluso se le llegó a ver paseando por su pueblo. El 16 de enero de 2015 falleció. Tenía 60 años. Su funeral se convirtió en un homenaje a su trayectoria, en la que no faltaron pasillos de ikurriñas honrando al féretro, aurreskus rindiéndole respeto y ofrendas de claveles rojos. Se iba sin haber pedido perdón ni haberse arrepentido por el daño causado.
Sin duda el gesto más generoso fue el que con él tuvo su propia víctima. Pese a oponerse a su excarcelación, que calificó de “política” y como parte de la “hoja de ruta” que Zapatero marcó para acabar con ETA, Ortega Lara aseguró que esperaba que Dios le “conservara la vida” y le sirviera “para darse cuenta del daño que ha hecho”. Incluso tras morir se limitó a desear a Bolinaga “que descanse en paz” y encuentre “la paz que quizá no encontró en vida”.
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