A la amenaza y al chantaje de ETA le sucedió el temor, a éste la espera más angustiosa jamás vivida en España y a ella la rabia y la movilización unánime que despertó a muchos. Los ecos del ‘¡ETA asesinos!’, del ‘¡ETA, aquí tienes mi nuca!’ pronunciado de cuclillas por cientos de ‘voluntarios’ o los “¡a por ellos!” de los más incontrolados, pronto se acallaron. El 15 de julio, en el cementerio de Ermua, después de que una familia rota despidiera a su hijo, de que un príncipe heredero acudiera en representación de todos a decir adiós a un joven de su generación, el ruido desapareció. Se marchó la prensa, se fueron las instituciones y Ermua se quedó con los suyos, con todos menos Miguel Ángel Blanco. Intentó volver a ser la misma, a pesar de su dolor y su rabia. Nunca lo logró.
A cientos de kilómetros de allí, en las altas instancias del Estado se impusieron los análisis. Aquella reacción había hecho mella en ETA, y el tiempo lo demostró. Nada sería igual en la lucha contra la banda, pese a que aún restaban 20 años más y otros 60 muertos y cientos de heridos para que la banda terrorista entregara las armas.
La utilización de Ermua como el emblema 'español' contra ETA derivó en una estigmatización del municipio
Pero al pequeño municipio obrero además de haberle arrebatado a uno de sus vecinos, a uno de sus representantes en el Ayuntamiento, los terroristas le quitaron algo más: una parte de su identidad. Así al menos lo han sentido durante años muchos vecinos de la localidad. Cuando se apelaba “Espíritu de Ermua”, o se veía cómo movimientos como el ‘Foro de Ermua’ o incluso determinados partidos políticos utilizaban su nombre con fines ideológicos, en muchos hogares de ermuarras se torcía el morro. Lo que esos días unió más que nunca a sus 17.000 vecinos no podía ser empleado en su nombre, pensaban. Aquello debía morir con Miguel Angel Blanco. Después del 15 de julio de 1997 llegó el 16, 17, 18… y en Euskadi la vida continuó. Y la vida en el País Vasco se vivía con una ETA tocada pero viva, obsesionada con nuevos objetivos y con un entorno radical empeñado en subrayárselos.
Pese a sus deseos, Ermua ya nunca significó lo mismo. Para los demócratas, la villa vizcaína se había convertido en un símbolo de dignidad ante la amenaza terrorista. A los ojos de la izquierda abertzale, en cambio, Ermua era el nuevo emblema del discurso del Estado español que oprimía al pueblo vasco. “Estigma” lo ha definido esta semana el alcalde de la localidad, Carlos Totorika.
3.500 firmas contra la 'utilización' de Ermua
La deriva ideológica que en la lucha contra ETA adoptó el PP y años después el Gobierno de José María Aznar llevó a miles de vecinos de Ermua a organizarse para intentar limpiar de etiquetas el nombre de su municipio. Demasiado contaminado. La reacción espontánea que en 1997 protagonizaron nada tenía que ver con lo que ahora algunos querían vincular a Ermua.
La situación llevó a un grupo de vecinos a promover una recogida de firmas para que no se empleará más el nombre de la localidad. La iniciativa más popular se activó en 2007 y estuvo dirigida fundamentalmente a que el ‘Foro de Ermua’, movimiento de intelectuales nacido ocho meses después de que ETA asesinara a Miguel Ángel Blanco, continuará empleando el nombre de su pueblo. Recabaron cerca de 3.500 firmas, o lo que es lo mismo, el 20% de sus 17.000 habitantes accedió a poner su rúbrica para tal fin. La acción terminó en el propio Ayuntamiento de Ermua, donde el Pleno aprobó solicitar al ‘Foro de Ermua’ modificar su denominación para no vincularlo con el municipio.
El 20% de los vecinos respaldó una iniciativa, que luego aprobó el Ayuntamiento, para reclamar al 'Foro de Ermua' que se cambiar el nombre
Todos los partidos lo apoyaron. Incluso en las filas del PP uno de sus cuatro concejales, Francisco Rey, respaldó la petición. El partido de Aznar lo expulsó de forma casi inmediata. El presidente del ‘Foro de Ermua’, Mikel Buesa se negó a satisfacer la demanda y reivindicó la legitimidad de su movimiento a incluir a Ermua en su denominación. Lo hizo acusando a los promotores de representar los intereses de la izquierda abertzale y de los terroristas. En este municipio obrero, fronterizo con Guipúzcoa, la izquierda abertzale apenas alcanzaba el millar de votos en aquellos años.
Entre quienes llegó a reclamar que la denominación de Ermua se desvinculara de cualquier movimiento de carácter político estuvo el propio alcalde, Carlos Totorika. Años atrás llegó a ser uno de los fundadores del ‘Foro de Ermua’. Compartía la justificación de sus promotores de que había que terminar con los intentos de “usurpar” la identidad del municipio “para sembrar odio, crispación y atacar a todos el que está por el diálogo”.
Señalados por 'españoles'
El propio Totorika recordaba este lunes, coincidiendo con el aniversario del secuestro de Blanco -un 10 de julio de 1997-, que los años posteriores a su asesinato fueron difíciles en Ermua. Rememoró en declaraciones a Onda Cero que la presión del mundo radical “nos afectó, crearon un estigma”, dijo, que llegó al punto de que cuando los equipos de chicos y chicas del pueblo “iban al pueblo de al lado a jugar se les señalaba como ‘los españoles’ o los ‘antivascos’”. Fue su modo de justificar la resistencia que aún en se percibe en el pueblo a rememorar aquellos días, a recordar lo vivido. Dan fe de ello el escaso respaldo popular al acto oficial que el Ayuntamiento ha celebrado este martes, con asistencia de representantes de todos los partidos políticos y una amplia representación de las instituciones, no así de vecinos de Ermua. Su rechazo al chantaje de ETA con Miguel Angel Blanco sacó a casi todo el pueblo a la calle, el recuerdo de aquello, en cambio, parece haberse quedado para la memoria íntima de la mayoría.
Totorika ha recordado que el 'estigma' que dejó el significado de aquellos días fueron utilizados por la izquierda abertzale contra Ermua
Totorika recordaba que ETA había logrado imponer y extender una ideología de “buenos y malos vascos, los de aquí y lo de fuera”. Y entre estos últimos, muchos vivían en Ermua, una localidad que atrajo al calor de las industrias de las armas, la bicicleta y la automoción a miles de familias de toda España desde los años 60 y hasta los 80. Los casos de los padres de Miguel Ángel o del otro asesinado por ETA recordado estos días, Sotero Mazo, peluquero de profesión asesinado por la banda en 1980, son muestra de este fenómeno de inmigración que definen la identidad de Ermua.
El alcalde recordó cómo la banda terrorista ya había perfeccionado su discurso años atrás para inventar un enemigo exterior, “España” contra el que “todo buen vasco debía luchar, despreciar y odiar”, dijo. Y después de la semana de dolor de julio de 1997, Ermua y lo que significó, se hizo un poco más de todos, un poco más de toda la sociedad española y un poco más “enemiga” a los ojos de ETA y su mundo. El estigma de aquellos días se perpetua aún hoy.
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