Es una muesca más. Las han ido haciendo en los últimos nueve meses, una tras otra. La presión había existido antes pero desde el 15 de octubre se ha ido elevando poco a poco. Vivir en Alsasua nunca fue cómodo, pero al menos podía ser llevadero. Desde que un grupo de decenas de jóvenes agredió a dos agentes de la Guardia Civil y sus parejas en el bar Koxka de la localidad navarra, el foco no ha dejado de apuntarles. No entienden que deban sentirse agresores cuando son los agredidos. En realidad, la gran movilización que el entorno abertzale ha logrado engrasar en este tiempo en torno a este caso ha situado en el primer plano la situación de los ochos jóvenes acusados, relevando casi hasta el olvido la de los agentes atacados y acosados en Alsasua.
En parte, la propia Guardia Civil lo ha pretendido. En el Cuerpo prefieren seguir guardando silencio, es la marca de la casa. Defienden la tesis de que cuando menos se hable antes pasará. Por el momento eso no ha ocurrido. Ayer la presión subió otro grado más. Miles de personas abarrotaron la Plaza del Castillo de Pamplona en el último día de San Fermín para salir en apoyo de los ocho acusados de terrorismo tras participar supuestamente en la agresión. No estuvieron solos, contaron con el respaldo del alcalde de Pamplona, Joseba Asirón y de representantes de EH Bildu y Geroa Bai. Una vez más quedó patente que donde la Fiscalía ve un delito de terrorismo -por los que reclama un total de 375 años de prisión- las familias y quienes les respaldan hablan de una simple “pelea de bar”. Y ayer, los convocantes de la concentración anunciaron un incremento de la movilización para convertir su protesta en “un tsunami que impida el juicio en la Audiencia Nacional”.
El acoso ha continuado desde la agresión de octubre y la relación con las instituciones se ha enfriado
Han transcurrido nueve meses de aquellos incidentes y la vida en Alsasua se ha hecho más difícil para los guardias civiles. La mayoría empiezan a mirar ya de reojo la próxima celebración del acto ‘Alde Hemendik’ que anualmente se celebra la última semana de agosto en el municipio. Una fiesta reivindicativa en la que se reclama la marcha de la Guardia Civil. Este año se prevé multitudinario el apoyo a los jóvenes acusados, -tres de los cuales continúan encarcelados-, convertidos ya en emblemas de los “intentos de criminalización de los jóvenes”.
Actualmente sólo uno de los agentes agredidos continúa destinado en el cuartel de Alsasua. El sargento Álvaro Cano apenas acumulaba un mes de destino en el municipio cuando sufrió la agresión y por ahora ha decidido continuar. Quienes le conocen aseguran que se ha recuperado bien y que por el momento no presenta secuelas de lo ocurrido y que se encuentra con muchas ganas de trabajar.
Nueve meses de acoso
Quien peor lo está pasando es su mujer. Afincada en Alsasua, ve cómo el acoso de los colectivos más críticos con la Guardia Civil no han cesado en su entorno. Ante el bar que regentan sus padres y cerca de su casa las pancartas de apoyo a los encausados y en contra de la Guardia Civil han continuado todos estos meses. María José ha comenzado a prolongar más sus estancias en la capital en Pamplona en un intento por desconectar del clima hostil que respira en Alsasua. Fuentes conocedoras de su situación aseguran que la familia lo está pasando mal, “se les está machacando”.
El otro agente agredido, el teniente Oscar Arenas, dejó Alsasua en la primera oportunidad que se le presentó. Pidió el traslado a otra comunidad autónoma. Quienes conocen su situación señalan que no lo hizo a consecuencia de la agresión, sino porque Alsasua es un destino de paso para un mando en el que se suele permanecer alrededor de dos años.
En el cuartel existe malestar por el apoyo en privado de las instituciones navarras, que en público sólo respaldan a los agresores
Además de la situación personal de los agentes, el sentir general en el cuartel también ha cambiado. La relativa “normalidad” con la que hasta antes de la agresión se vivía en el municipio, incluso pese al rechazo de algunos sectores del municipio navarro, ahora se ha diluido. Hasta entonces la relación con las instituciones, como el Ayuntamiento y la alcaldía –de Geroa Bai- avanzaban hacia una relación fluida que ahora se ha visto interrumpida. También entre algunos sectores del vecindario, con los que se había alcanzado una relación más o menos cordial, se percibe con mayor reticencia. Los avances en forma de jornadas de puertas abiertas o la celebración de la festividad de la patrona parecen haberse diluido.
Entre los mandos y los agentes se lamenta además el doble discurso que se está manteniendo por parte de las instituciones navarras. Mientras en privado muestran un cierto interés por su situación e incluso cordialidad, en público los únicos posicionamientos son de apoyo hacia los encausados por la agresión. Comprenden que las familias se movilicen en apoyo de sus hijos pero no entienden que se actúe así desde las instituciones.
Necesitados de 'normalidad'
Algunas voces del cuartel llegan incluso a ver comprensible la actitud de las familias de los encausados para los que se piden elevadas penas de prisión. Incluso pueden entienden que haya quien las vea abultadas pero recuerdan que si no fueran guardias civiles quizá no se hubiera producido el altercado. El sentir general es que bajo ningún concepto se puede hablar de “pelea de bar” en este caso. Tampoco entienden que se pretenda restar importancia a lo sucedido asegurando que sólo se produjeron lesiones en forma de la rotura de un tobillo, cuando se trata de delitos que no dependen tanto del resultado como de la intención con la que se cometen.
Hace meses que Alsasua figura en los informativos y eso tiene una doble lectura. Por un lado el apoyo abrumador que están recibiendo de toda España los agentes pero por otro el freno que supone par retomar cierta normalidad.
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