Desde el ataque a las Torres Gemelas (2001) hasta la caída de Osama Bin Laden (2011) pasaron diez años. Una década donde miles de musulmanes en todo el mundo, sin distinción de país, de edad, de condición social o económica, respondieron a "la guerra santa contra los cruzados", lanzada por el jeque desde aquellas remotas montañas de Afganistán.
Seis años después de la muerte de Bin Laden, Al Qaeda sigue siendo una amenaza, a pesar de que su sigla casi ha desaparecido de las noticias, sustituida por la brutal violencia del Estado Islámico. “Una organización aún más sectaria que Al Qaeda”, afirma Juan Avilés Farré, profesor de la Uned y miembro del Observatorio sobre el terrorismo. No obstante, Ayman al-Zawahiri, actual líder de Al Qaeda, es todavía el hombre más buscado del planeta. El departamento de Estado de EEUU está dispuesto a pagar 25 millones de dólares por cualquier información que lleve a la detención del máximo responsable aún en vida de los atentados del 11-S.
Más allá de Al Qaeda y el ISIS
Las filiales regionales de Al Qaeda son hoy más peligrosas que la organización central, cada vez menos influyente según Avilés. Como está pasando en Siria o en Yemen, estas sucursales son cada vez más autónomas y capaces de unirse a fuerzas islamistas locales. “Hay que entender el yihadismo como un conjunto, incluyendo también organizaciones que pueden parecer muy lejanas, como Boko Haram en Nigeria o Al Shabaab en Somalia”, explica Avilés . "Al Qaeda y el ISIS comparten el convencimiento que la violencia es necesaria para que el Islam domine el mundo. El Estado Islámico, la principal amenaza para Europa, ya ha proclamado el califato y por tanto su supremacía sobre todos los musulmanes del mundo. Al Qaeda considera prematuro ese paso".
Bin Laden no consiguió nunca controlar del todo Al Qaeda en Irak
La organización de Bin Laden empezó a diluirse con la pérdida de sus bases logísticas en Afganistán. La principal preocupación de su líder, cuando todo el mundo le buscaba, era mantener el control sobre la organización. La situación se le estaba escapando de la manos, sobre todo en Irak. Al Zarkawi, el jefe local de Al Qaeda, había convertido la resistencia contra la invasión americana en una guerra civil entre musulmanes. Para él, matar un soldado americano o un musulmán chií era equivalente. Si en un atentado había también víctimas suníes, no le importaba. Así se ganó el apodo de ‘jeque de las matanzas'. Una visión de la yihad que Bin Laden no compartía y que intentó parar sin éxito.
Se plantó así en Irak la semilla de la violencia que explotaría en toda su brutalidad con la proclamación del Califato por parte de Mohamed Al-Baghdadi, el líder del Estado Islámico. “La guerra en Irak y el fracaso de las primaveras han creado un espacio físico que ha permitido a los terroristas reunirse, crecer y hacerse más fuertes. Al mismo tiempo han amplificado las ideas salafistas-yihadistas a través de internet y de las redes sociales”, explica James Forrest, docente de la Universidad de Massachussets Lowell y director de la revista Perspective on Terrorism. “Hay una convergencia entre Al Qaeda y el ISIS a la hora de apostar cada vez más por los terroristas autorradicalizados, independientes de estructuras jerárquicas”, añade.
Una de las ideas centrales del salafismo yihadista es declarar ‘takfir’ -infieles-, a los musulmanes que no respetan estrictamente la ley islámica. Un planteamiento que se remonta a los años 60 y a Sayd Qutb, entonces líder egipcio de los Hermanos Musulmanes que por sus ideas fue ahorcado en 1966. “Qutb quería hacer la yihad dentro las sociedades árabes. Purificar el Islam desde dentro antes de combatir a los infieles fuera”, explica Eckart Woertz, del Cidob de Barcelona. Este propósito se ha ido abriendo camino entre las sociedades árabes a medida que fracasaban los distintos regímenes.
El Egipto de Nasser y Sadat, el Túnez de Bourguiba, la Libia de Gadafi, la Argelia de Boumédiène, la Siria de los Assad, el Líbano de Chehab. Entre los años 50 y 80 intentaron que las sociedades árabes se parecieran a Occidente. Sin embargo, estos gobiernos laicos se convirtieron rápidamente en regímenes autoritarios. Los movimientos islámicos han sido los principales opositores y también las primeras víctimas de la represión.
Para los salafistas todos los musulmanes no ortodoxos son infieles
La yihad, antes de golpear occidente, devastó los países árabes. Antes de unirse a Bin Laden en Afganistán, al-Zawahiri fue uno de los jóvenes seguidores de Qutb, participando en una conspiración para matar el presidente egipcio Sadat, finalmente asesinado en 1981. En Argelia, la victoria del Frente Islámico de Salvación en las elecciones de 1991 provocó una de las peores guerras civiles nunca vistas. En Líbano, Hezbollah, el Partido de Dios, participa en el gobierno gracias a la fuerza de su brazo armado. En Palestina no se han vuelto a celebrar elecciones desde la victoria de los islamistas de Hamas en 2006. En 2013 el general Al-Sisi en Egipto dio un golpe de Estado para acabar con la autoridad de los Hermanos Musulmanes.
“Al principio algunas de estas organizaciones fueron apoyadas por Estados Unidos y otros países Occidentales -como Hamas o los muyahidin del propio Bin Laden- porque los regímenes del nacionalismo árabe eran cercanos a la Unión Soviética. Finalmente, muchas de ellas han acabado en la lista de las organizaciones terroristas”, explica Woertz.
El mensaje universal
Para Eckart Woertz, el islamismo yihadista se presenta con un mensaje universal, una capacidad persuasiva y una red operativa que fascina a muchas personas. Sin embargo está constituido sobre todo por organizaciones locales, cada una muy radicalizada en su territorio. "La ideología tiene un valor relevante en la radicalización, más allá del fracaso de la modernización y de la marginación de los jóvenes. Eslóganes como "vosotros amáis la vida, nosotros la muerte" son muy atractivos", sostiene Woertz. El fenómeno que se está dando es específico del Islam. Otras religiones, en otras partes del mundo, tienen similares problemas de identidad pero no recurren a la lucha violenta”. Para este experto en terrorismo, hay que fijarse menos en las siglas y más en la ideología y en censurar la predicación de los islámicos ultraconservadores.
Los ultraconservadores juegan un papel fundamental para la difusión del islamismo radical
Un campo, el de la contra-narrativa, donde Occidente todavía no sabe cómo medirse. "Después del 11-S, EEUU ha apostado por una estrategia militar que ha implicado una prolongada guerra en Afganistán e Irak y medidas al margen de la legalidad, como la detención prolongada sin juicio en Guantánamo” y “en Europa se ha traducido en una mayor cooperación en temas de seguridad entre países de la UE, aunque todavía no existe una CIA o un FBI europeo”.
“La gente entiende que a la larga el terrorismo es una estrategia que será derrotada”, dice James Forest. “La historia te enseña que la mayoría de los grupos terroristas ha fracasado. Será determinante la capacidad de resiliencia de las sociedades occidentales. Una sociedad resiliente puede convencer a los terroristas que sea cual sea el tipo de violencia que tenga que soportar, nunca alcanzarán sus objetivos”.
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