"Leer es mi elixir vital”. A Martin Schulz (Hehrath, 1955), candidato a la cancillería federal por el Partido Socialdemócrata alemán (SPD), los libros le cambiaron la vida.
Con 17 años soñaba con ser futbolista profesional pero una lesión le impidió seguir. El golpe fue tal que cayó en una depresión y comenzó a beber. “Había caído muy bajo”, ha reconocido años más tarde.
Abrió una librería en Würselen, cerca de Aquisgrán, cuando pudo tenerse en pie y logró hacer de su vocación por la cultura un negocio gracias al éxito del local del que le costó desprenderse cuando fue elegido alcalde de esta población renana de 40.000 habitantes con 31 años.
De origen humilde, había empezado en política militando en las filas del SPD, como su padre, de familia minera. Sin embargo, su madre había fundado una sección local de la Unión Demócrata Cristiana (CDU). En su libro Europa, la última oportunidad, cuenta cómo sus hermanos mayores le convencieron de que “no se debía permanecer ajeno a las cuestiones políticas y sociales”.
Mis hermanos me convencieron de no permanecer ajeno a las cuestiones políticas y sociales"
Tras ocho años como alcalde, en 1994 fue elegido eurodiputado. Originario de una zona alemana fronteriza a Francia y Bélgica, su destino europeo parecía marcado en su partida de nacimiento.
En el Parlamento de Estrasburgo su partido le mantuvo elección tras elección, algo que diferencia la política alemana en la UE. Suelen dejar que sus eurodiputados hagan carrera allí más de una legislatura para ganar influencia. En 2012 fue elegido presidente del Parlamento Europeo y reelegido dos años y medio después. Fue la primera vez que se reelige a un presidente de la Eurocámara. A finales de 2016 su partido le reclamó en Berlín.
Creía que ocuparía la cartera de Exteriores, ya que el ministro Frank-Walter Steinmeier había sido designado presidente de la República Federal. Sin embargo, finalmente fue Sigmar Gabriel quien ocupó el puesto y Schulz sería elegido abrumadoramente como presidente del SPD y rival de Angela Merkel en las elecciones federales. Un reto que parecía entonces a su alcance.
Hay quienes piensan, sin embargo, que Sigmar Gabriel, convencido de que Merkel ganaría de nuevo, atrajo a Schulz a Berlín para que él no tuviera que quemarse con una derrota previsible. Schulz aceptó el envite, aunque conocía bien el poderoso atractivo que ejerce Merkel sobre el electorado alemán. Su arrojo tuvo una buena respuesta por parte, sobre todo, de los más jóvenes.
De Estrasburgo a Berlín
Tras una exitosa carrera en el Parlamento Europeo, pese a haber estado más de dos décadas fuera de los entresijos de la política alemana, Schulz comenzó con gran impulso su carrera electoral. Entre febrero y marzo parecía que podría incluso superar a la incombustible Merkel. En alguna encuesta incluso figuró algún punto por delante y hubo quien soñó en una pelea electoral como la que libraron Schröder y Stoiber en 2002, que se saldó por apenas 6.000 votos.
Pero Merkel esperó, dejó que su rival se desgastara, y el efecto Schulz se difuminó. La canciller no entró en campaña hasta entrado el verano, cuando su rival llevaba ya meses sufriendo gran presión. Por Merkel siente un profundo respeto, y la canciller le corresponde, algo que se dejaba entrever en el único y anodino debate en televisión que mantuvieron el pasado 3 de septiembre. Schulz reclamó más encuentros sin éxito.
De formarse una nueva gran coalición, entre conservadores de la Unión y socialdemócratas, a Merkel seguro que le agradaría ver a Schulz como jefe de la diplomacia germana. Pero tendría que ser con permiso de Sigmar Gabriel. En su libro expone que sigue teniendo validez "la idea de que Alemania es demasiado grande para Europa y demasiado pequeña para el mundo". Con Schulz el empuje alemán en Europa se notaría sustancialmente.
Ha esgrimido en campaña la bandera de la justicia social ("A Alemania le va bien pero no a todos les va igual de bien"), pero no ha logrado que su mensaje haga olvidar al electorado que los socialdemócratas han sido gobierno con Merkel, aunque él no formara parte del gabinete.
A Alemania le va bien, pero no a todos los alemanes les va igual de bien", repite en sus mítines
A los socialdemócratas les terminan asociando con los sacrificios de la Agenda 2010, que puso en marcha Schröder, y no con logros como el salario mínimo, que ha aprobado este gobierno gracias a ellos. Los votantes acaban por no distinguir entre las políticas de Merkel y las socialdemócratas y es la canciller quien se apunta los tantos.
También algunos medios consideran que no ha jugado en su favor que Schröder se sumara a su campaña. Al ex canciller alemán, amigo del presidente ruso Vladimir Putin, pocos alemanes le tienen aprecio. Menos aún desde que forma parte del consejo de administración de la petrolera Rosneft.
Los socialdemócratas alemanes, como sus colegas europeas, se enfrentan a un problema existencial porque su electorado clásico, el obrero tradicional, está desapareciendo. A los marginados por la globalización les llega más el mensaje antisistema de los extremistas de izquierda y de derecha.
En el Parlamento Europeo Schulz ha dejado una inolvidable impronta. Convencido del papel de las instituciones supranacionales frente al intergubernamentalismo, ha logrado que el Parlamento gane peso. En este sentido fue trascendental que los líderes europeos aceptaran su propuesta de que sea el candidato del partido ganador en las elecciones europeas quien fuera el presidente de la Comisión (el método del Spitzenkandidat) frente a las decisiones a puerta cerrada.
Para Schulz el Parlamento Europeo ha de ser el foro donde los países miembros debatan los asuntos cruciales para su futuro, desde la acogida de refugiados al acuerdo comercial con Canadá, asunto en el que medió hasta última hora. Durante su mandato en Estrasburgo la vida parlamentaria ha cobrado fuerza.
Una de sus preocupaciones estos últimos meses han sido los populismos y su capacidad para atraer a los descontentos en toda Europa sin ofrecerles alternativas, una cuestión ahora vital en esta Alemania en la que la ultraderecha populista tendrá espacio en el Bundestag.
Impulsivo, es un hombre de carácter, de quien dicen que siempre va de frente. Schulz, que no llegó a estudiar en la Universidad, es un hombre cultivado con vastos conocimientos de historia, filosofía y geografía. Entiende español aunque no lo habla, y conoce bien la reciente historia de nuestro país, especialmente la Transición, debido en gran parte a los vínculos entre SPD y PSOE en esa época. Entre sus lecturas figuran autores como Juan Marsé y Jaume Cabré.
Quienes coincidieron con él en Estrasburgo recuerdan cómo es capaz de recitar poemas kilométricos de memoria, imitar con gracia a sus interlocutores, y, sobre todo, ejercer una autodisciplina germánica al escribir todos los días, sea a la hora que sea de la madrugada, al menos un par de páginas en su diario.
Queda por saber qué escribirá la noche del 24 de septiembre, tras conocerse los resultados electorales. El peor de los escenarios para Schulz, y para los socialdemócratas, sería hundirse por debajo del 23% que obtuvo Frank-Walter Steinmeier, hoy presidente de la República Federal. Optimista por convicción, aún confía en que el cataclismo que avecinan las encuestas sea un espejismo. Incluso asegura que hasta el último minuto la victoria es posible.
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