Los atentados de Barcelona y Cambrils del mes de agosto y la preparación y ejecución del referéndum ilegal del 1 de octubre han puesto a los Mossos d'Esquadra bajo un foco que pocas veces habían soportado en su historia. El cuerpo que comanda el mayor Josep Lluís Trapero, que este viernes declaró en la Audiencia Nacional investigado por un posible delito de sedición, está en el centro de la vida mediática del país. Pero también de la política, y esto no es una novedad. Político fue su nacimiento, político su desarrollo y políticos todos los cruces de caminos que han llevado al cuerpo hasta el lugar que ocupa hoy.
Las Escuadras de Paisanos Armados fueron legalizadas en Cataluña en 1721 como cuerpo casi paramilitar de la monarquía borbónica, destinado a acabar con los rescoldos de los últimos miquelets austricistas. Tras pasar el siglo XIX persiguiendo contrabandistas y ejerciendo funciones similares a las de una policía local, su primer gran momento llegó en 1934. Más de un centenar de agentes se posicionaron firmemente del lado de Lluís Companys durante la fugaz proclamación de la república catalana.
Fue destacado entonces el rol de su cabecilla, Enrique Pérez Farrás, cuando el capitán general de Cataluña Domingo Batet le ordenó presentarse ante él para ponerse a sus órdenes y contribuir a sofocar el golpe. "Sólo obedezco al presidente de la Generalitat", respondió Pérez Farrás, que acabó condenado a perpetua antes de que estallara la Guerra Civil. Durante el conflicto contribuyó unos meses con el mando anarquista Buenaventura Durruti. Terminó muriendo en México, en el exilio, en 1949.
El cuerpo había desaparecido con la instauración de la dictadura, aunque revivió poco después de la muerte de su líder más relevante. En los 50 la Diputación Provincial de Barcelona ordenó la creación de una sección de Mozos de Escuadra, de disciplina y jerarquía militar, aunque con apenas una función: vigilar los edificios de la Diputación.
Esta unidad, de desempeño eminentemente decorativo, se mantuvo entre los 40 y los 50 efectivos hasta el regreso a España de Josep Tarradellas en 1978, cuando se amplió a 100. Siempre bajo control de la Diputación. El cuerpo no se transfirió hasta 1980, coincidiendo con la llegada al poder del principal protagonista de su desarrollo: Jordi Pujol.
Los Mossos d'Esquadra y la reconstrucción nacional
En el libro Un paso adelante, la historia de los Mossos que no se ha explicado, el ex director general de Seguridad Ciudadana de la Generalitat, Miquel Sellarès, explica que el desarrollo de una policía integral para Cataluña no gana fuerza en la mente de Jordi Pujol hasta que Tejero irrumpe en el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981. Y ni siquiera el de los Mossos, de cuyo jefe en aquel momento, Beltrán Gómez, dudaron durante el golpe.
El paso de Sellarès -comprometido nacionalista- por la DSG fue breve, pero coincidió en el tiempo con las primeras promociones de Mossos impulsadas por el entonces consejero de Gobernación Macià Alavedra, recientemente juzgado por corrupción en el caso Pretoria. Con hornadas de 280 hombres los Mossos crecían para incomodidad de la delegación del Gobierno y la Junta de Seguridad, según expresaba Sellarès tras su cese en 1984: "Su única misión ha sido fiscalizar el nacimiento de nuestra joven policía". Un cuerpo al que se refería, ya entonces, en términos estratégicos: "Un proyecto importantísimo para nuestra reconstrucción nacional".
Quedaba poco para una de las fechas que marcó el devenir del cuerpo policial de los Mossos d'Esquadra: el 23 de abril de 1985. Una jornada de Sant Jordi como cualquier otra, tan plana que las celebraciones las relegó La Vanguardia a su página 17 de la edición del día siguiente. Y en esa misma, abajo a la izquierda junto a un anuncio de antigüedades, una pequeña noticia con foto y texto a tres columnas: "Por la tarde, violentos incidentes en las ramblas".
Decía así el cuerpo de la información: "Al menos cinco personas resultaron heridas y tres detenidas en unos violentos incidentes producidos anoche en la Rambla de Canaletas, al intervenir la policía en una concentración de feministas que se manifestaban a favor del aborto. Las feministas habían formado un corro intentado izar un globo con una pancarta cuando la policía les conminó a que abandonaran el lugar. Ante su resistencia pasiva, comenzaron a ser disueltas de forma violenta mientras que los peatones increparon a la policía por sus métodos, con lo que ésta intervino contra los viandantes, destrozando varios tenderetes de venta de libros".
El icónico incidente derivó en disturbios entre manifestantes independentistas y la Policía Nacional. Y los disturbios desembocaron después en una Proposición No de Ley del Parlament que instaba al Govern a aumentar el presupuesto para los Mossos y las policías locales. También a avanzar en la transferencia de las competencias de orden público.
Barcelona'92 como trampolín
Aquel suceso sirvió de acicate para el impulso de un movimiento que tornó en definitivo con Josep Gomis en la consejería de Gobernación. Procurador en las Cortes franquistas y alcalde de Montblanc (Tarragona) desde 1964, a Gomis le bastaron cuatro años para dar a los Mossos una dimensión que no habían tenido nunca en la historia. La primera competencia transferida fue la de la vigilancia de las prisiones y después llegó un abanico amplio. Dotaciones significativas de nuevos agentes viajaron a Europa y Estados Unidos para especializarse con un objetivo en mente: los Juegos Olímpicos de Barcelona '92.
El éxito de Barcelona, el brillo de España, lo fue también de los Mossos, impulsados ya sin vuelta atrás. La nueva consejera responsable del cuerpo, Maria Eugènia Cuenca, fue la encargada de sacar adelante la Ley 10/1994 de la Policía de la Generalitat-Mossos d'Esquadra, preludio del acuerdo de octubre de ese año en el que la Junta de Seguridad aceptaba el despliegue de la policía autonómica y el repliegue progresivo en Cataluña de Policía Nacional y Guardia Civil.
Fue un éxito de Cuenca precedido por otros: una de sus primeras medidas en la consejería consistió en destituir al jefe militar de los Mossos, Josep Peris, de quien entonces se sospechaba que pasaba información a Madrid sobre el presidente Jordi Pujol. Más tarde nombró jefe operativo a Joan Unió, el original y único major del cuerpo hasta la reciente coronación de Josep Lluís Trapero.
Unió fue una figura central en la evolución de los Mossos d'Esquadra pero su nombre despierta pocos recuerdos. Por voluntad propia. "Se despide un personaje que, aunque poco conocido, ha sido clave en la historia reciente de Cataluña", escribía Mayka Navarro en El Periódico en marzo de 2007 cuando Unió puso fin a 13 años de trabajo sordo para fortalecer uno de los pilares del relato nacional catalán. "Bajo su mando el cuerpo de la policía autonómica catalana ha crecido -comenzó con 1.534 mossos- y ha alcanzado la madurez -son ya 12.000-", apuntaba el perfil.
Maragall le 'roba' los Mossos al nacionalismo
Con la marcha de Unió desapareció de los Mossos el puesto mismo de major, olvidado después durante una década. Y poco tiene que ver Trapero con su predecesor: ni dominaba las ruedas de prensa ni cantaba por Serrat vestido con camisa hawaiana y sombrero de paja en fiestas con el president y el resto de próceres del soberanismo. Alguna vez, contaba la periodista, se olvidaron incluso de invitarle a la recepción protocolaria de la Mercé.
Fueron tiempos de perfil mayoritariamente bajo para los Mossos, que crecieron bajo el paraguas de la cordialidad entre CiU y el PP. Fue precisamente en el pacto del Majestic de 1996, que llevó a Aznar a Moncloa con el apoyo del nacionalismo, donde la policía autonómica aseguró el traspaso de una de las últimas competencias icónicas que aún mantenía la Guardia Civil en Cataluña: Tráfico.
El flanco político volvió a activarse en los Mossos con la llegada a la Generalitat de Pasqual Maragall en 2003, amparado por el tripartito formado por el PSC, ERC e ICV. Maragall colocó en la consejería responsable de la policía a Montserrat Tura, socialista, y provocó que el soberanismo perdiera el control sobre el cuerpo por primera vez en 23 años. CiU, no obstante, dio la batalla. Denunció en 2005 la existencia de un informe partidista que planteaba depurar políticamente a más de 20 mandos nacionalistas del cuerpo. Tura, pese a las dudas iniciales, terminó reconociendo que el documento existía, pero que no sabía quién lo había escrito y que nunca se había tomado en consideración.
Los impulsores de esta denuncia pública al PSC tenían nombres y apellidos: Artur Mas, futuro presidente de la Generalitat, y Felip Puig, futuro consejero de Interior. Tura no repitió, y en el cargo le sustituyó Joan Saura, de Iniciativa per Cataluña Verds (ICV). Junto a él llegó al cargo de director general de los Mossos Rafael Olmos, licenciado en Filología Hispánica. Duró en el puesto tres años: probablemente los más negros de la historia reciente del cuerpo hasta el momento, pero anticipo de otros peores.
Los años del desprestigio
El periodo entre 2006 y 2009 fue el de los vídeos de las palizas en comisarías, el del desprestigio mediático de la policía autonómica. El mandato de Olmos, de hecho, acabó en dimisión: fue el responsable de las durísimas cargas de los Mossos d'Esquadra contra estudiantes y 30 periodistas del 18 de marzo de 2009, durante una manifestación contra el Plan Bolonia. Olmos compareció en el Parlament para defender que la actuación policial fue "correcta y proporcionada" porque la actitud de los manifestantes había sido "muy violenta". Días después dimitió para dar paso a Joan Delort, veterano fontanero de la Generalitat que más tarde se encargó también de la seguridad en el Ayuntamiento de Barcelona, como hombre de confianza de Xavier Trias.
Son los años de Felip Puig como consejero de Interior. Mano derecha de Artur Mas, siempre cercado pero nunca alcanzado por la trama del 3%, es el más polémico de los consejeros que han mandado sobre los Mossos d'Esquadra. Lo hizo sólo durante dos años, primero con Delort (2009-2011) como director del cuerpo y después con Manel Prat (2011-2014), un hombre de su entera confianza: había sido su jefe de Gabinete en el pasado y el responsable de la Fundación Centro de Estudios Jordi Pujol durante seis años.
Responsabilidad de Puig fueron las cargas de Plaza Cataluña contra los manifestantes del 15-M, el 27 de mayo de 2011. Unas escenas duras, que han vuelto al imaginario colectivo esta semana tras la actuación de Policía Nacional y Guardia Civil en el 1-O y la posición pacifista adoptada por la policía autonómica. Los antidisturbios de los Mossos provocaron 121 heridos en pocas horas aquel día, con resultado escaso: la plaza permaneció ocupada.
La tensión se mantuvo alta durante semanas hasta estallar el 16 de junio, cuando los Mossos tuvieron que trasladar al presidente Artur Mas al Parlament en helicóptero. Mientras, el despliegue policial no era suficiente para proteger a los parlamentarios que, entre una lluvia de huevos y acosados por los manifestantes, gritaban por la calle buscando a la policía y pidiendo "auxilio".
Puig resistió a eso, pero no pudo con la huelga europea del 14 de noviembre de 2012. En esa jornada, los Mossos bajo su responsabilidad dejaron sin un ojo a Ester Quintana tras dispararle a la cara con una bala de goma. El cuerpo también provocó fuertes heridas a un menor en Tarragona, cuya imagen se difundió el pasado domingo como resultado de la actuación de la Policía y la Guardia Civil para evitar el referéndum. Otro de los bulos alrededor del 1-O.
Purga en los Mossos con el 'procés' a la vista
Al consejero de Interior le habrían llegado a perdonar las cargas, pero no las mentiras. Compareció en el Parlament para negar la mayor: que los Mossos no habían utilizado balas de goma. Los vídeos y el ojo de Quintana demostraron que no decía la verdad. Perdió su cargo, aunque inmediatamente fue recolocado dentro del Govern como consejero de Empresa. Manel Prat, su hombre de confianza, sí consiguió sobrevivir hasta 2014, cuando fue sustituido por Albert Batlle. Para entonces, Josep Lluis Trapero, de trayectoria larga dentro del cuerpo, ya ocupaba el cargo de comisario en jefe desde hacía unos meses.
Batlle, afín al PSC, fue siempre una figura incómoda para un soberanismo que en 2014 ya caminaba sin retorno hacia la hoja de ruta independentista. Su nombramiento fue una concesión que con el tiempo provocó arrepentimientos. Nunca se pronunció contra la legalidad y nunca fue ambiguo. Dentro de la Generalitat, el 17 de julio de 2017, cayó con él el último moderado. A ojos del soberanismo, se lo ganó.
Como director de los Mossos, Batlle ordenó detener a la alcaldesa de Berga, Montse Venturós (CUP), por negarse a comparecer ante el juez y por negarse a descolgar la bandera estelada del balcón del consistorio. En una entrevista con TVE, confirmó que sus hombres detendrían a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, si fuera necesario. Fue su sentencia.
En un análisis publicado en El País el día siguiente de su destitución, Xavier Vidal-Folch anticipaba lo que vendría: "Su fulminante destitución/dimisión preanuncia el pozo al que se abisma el procés. Veamos: El Gobierno de la Generalitat planea provocar dramas de orden público en torno al 1 de octubre. Artur Mas postula, en privado, realizar ocupaciones masivas de edificios estratégicos. Para ello se requiere el apoyo o al menos la inhibición de los Mossos". Dicho y hecho.
Para entonces, Puigdemont ya había resucitado el cargo de mayor para culminar el ascenso plenipotenciario de Josep Lluis Trapero en el mes de abril. Y con el comprometido Joaquim Forn en Interior tras depurar al tibio Jordi Jané, sólo faltaba la pieza del director de los Mossos. El elegido fue Pere Soler, un procesista convencido, sin perfil operativo y de currículum lenguaraz.
En Twitter, durante los meses previos a su nombramiento se había afanado en descalificar a Pedro Sánchez y Toni Cantó como "los guapetes españoles". En amenazar a Susana Díaz con que los catalanes, incluidos los nacidos en Andalucía, se irían "con o sin referéndum". Incluso en atacar a Antonio Baños (CUP) por su presunta falta de compromiso con la causa: "A ver, Antonio, si no has de hacer declaraciones para ayudar a lograr la independencia de nuestro país, mejor que calles". El puzle estaba completo.
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