Lejos de las atracciones turísticas, en un barrio al norte de San Petersburgo, en el número 55 de la calle Savushkina, la aglomeración de vehículos anticipaba una actividad inusual. Allí acudía cada mañana Vitaly Bespalov, a razón de 45.000 rublos al mes -unos 650 euros al cambio actual- para adaptar noticias sobre Ucrania al discurso del Kremlin y distribuirlas en blogs y redes sociales con perfiles falsos. Junto a él, varios centenares de personas se dedicaban diariamente a la misma actividad, trabajando por turnos de ocho horas y con temáticas especializadas dentro de la Internet Research Agency (IRA), la joya de la corona de la guerra propagandística en Internet.
Bespalov cuenta ahora su historia en el libro Guerra en 140 caracteres que este martes publica el periodista David Patrikarakos. No es el primero en hacerlo, pero sí el que más detalles aporta. Dice que el interior parecía "un hospital", que las pantallas estaban colocadas de tal forma que todo el mundo pudiera ver lo que escribían los demás y que el espacio se dividía por temas.
En la primera planta se situaban ex periodistas dedicados a generar contenidos para medios rusos y webs que se hacían pasar por ucranianas. En la segunda planta había un departamento íntegramente dedicado a generar memes viralizables en redes sociales. La tercera se dedicaba a crear y actualizar blogs en otras lenguas (ucraniano, inglés) haciéndose pasar por habitantes locales del país en cuestión, que después eran reutilizados por la división de la primera planta como 'fuente' de sus informaciones. En el cuarto y último nivel se encontraban la cafetería y el departamento de redes sociales, enfocado a inundar Twitter y Facebook de perfiles y mensajes interesados.
Rusia divide a sus agitadores profesionales por temáticas: durante tiempo han estado focalizados en el conflicto ucraniano y en las campañas norteamericanas
La fábrica de trolls del barrio de Olgino se ha convertido en un elemento paradigmático de la cultura política del siglo XXI. Estados Unidos lleva un año investigando si estos veinteañeros malpagados pudieron alterar de alguna manera el resultado de las elecciones que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca. Y parece claro que sí: Facebook ha presentado informes exhaustivos ante el Senado detallando cómo organizaciones rusas financiaron campañas de publicidad destinadas a aparecer sólo en los muros de cierto perfil de votante, en Estados muy concretos que terminaron decantando la balanza entre Donald Trump y Hillary Clinton.
Los datos son rotundos y los expuso el pasado 1 de noviembre el consejero general de la compañía, Colin Stretch, en un estudio que ya es público. Durante la campaña, al menos 11,4 millones de norteamericanos vieron en sus muros anuncios de sitios web relacionados con la Internet Research Agency de San Petersburgo. La mayoría de ellos pagados en rublos, con un coste al cambio menor de 2,5 euros. En cuanto al contenido propiamente dicho, las cifras son más asombrosas si cabe: "Nuestra mayor estimación es que a aproximadamente 126 millones de personas se les ha mostrado contenido de páginas asociadas al IRA en algún momento durante los últimos dos años".
Perfiles falsos pero creíbles
Otro ejemplo de manual es el de la ex ilustre Jenna Abrams, una celebrity social que alcanzó los 70.000 seguidores en Twitter durante 2016. Se hizo popular con comentarios sobre las Kardashian, sobre la Guerra Civil norteamericana y a favor de la segregación racial. Toda la prensa recogió sus opiniones, desde la CNN hasta el New York Times, pasando por los medios partidistas de la extrema derecha como Breitbart News. Hace unos días se descubrió que la popular Jenna Abrams jamás existió en realidad, y que toda su identidad social se había construido...sí, desde San Petersburgo.
La práctica es habitual: esta misma semana Twitter ha hecho público ante el Senado de los Estados Unidos que el usuario 'Texas Lone Star', que viralizó la fotografía de la ciudadana musulmana que caminaba mirando a su móvil junto a una de las víctimas de un ataque terrorista en Londres, se manejaba desde Rusia. "Una mujer musulmana no presta atención al ataque terrorista, pasa andando junto a un hombre muerto mientras consulta su móvil", decía el mensaje, que pedía "rezar por Londres" y "prohibir el Islam".
El perfil del usuario se describía como un "orgulloso patriota tejano y americano". En realidad era un activista de una potencia extranjera que utilizó una imagen descontextualizada para dividir a la sociedad en un momento de trauma como el que se produce tras un ataque terrorista.
El astroturfing consiste en generar artificialmente un sentimiento de clamor popular espontáneo a favor de una cierta idea prefabricada
Son ejemplos evidentes y perfeccionados del célebre astroturfing, una práctica generalizada en política y marketing digital desde los inicios mismos de Internet. Consiste en generar de manera artificial perfiles que difunden masivamente mensajes concretos, para dar la sensación de clamor popular a favor de cierta idea prefabricada. Y no tienen por qué ser bots automáticos, como sucede con infinidad de medios de comunicación que cuentan con ejércitos de cuentas robóticas que replican sus temas nada más ser publicados. La estrategia más efectiva y sofisticada trata de crear perfiles realistas, mimetizados con su entorno, como los expuestos anteriormente y en los que Rusia, que deniega toda implicación oficial con estas fábricas, se ha convertido en potencia mundial.
España, la Unión Europea y el propio Senado de los Estados Unidos sospechan ahora que éstas técnicas se hayan utilizado en Cataluña como se utilizaron previamente en el Reino Unido durante el Brexit. "A mí no me extrañaría, seguiría una pauta que se ha producido en otras elecciones", declaró este lunes el ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis.
Extendido en todo el mundo
Pero sería un error pensar que la manipulación en redes sociales es monopolio ruso, o que opera desde las sombras. En el año 2011, el Mando Central de los Estados Unidos (CENTCOM) anunció y publicitó el programa Earnest Voice, consistente en un software que permite a 50 oficiales del ejército norteamericano manejar hasta 500 perfiles falsos en redes sociales en el extranjero para "combatir propaganda extremista". "Deben contar con historia de fondo, detalles que le den credibilidad y una presencia online que parezca técnica, cultural y geográficamente consistente", especificaban las bases del programa.
Estados Unidos, China o Israel cuentan con sus ciberejércitos particulares; en España el astroturfing se ha investigado en Púnica
Otros actores relevantes de la escena internacional, como Israel o China, también cuentan con sus ciberejércitos particulares. En el caso asiático se les conoce como la banda de los 50 céntimos, por la extendida creencia de que cada uno de ellos recibe medio yuan por cada comentario publicado. Son especialmente agresivos: monitorean todo tipo de foros en las redes chinas y, en cuanto detectan un mensaje crítico con el oficialismo, contraatacan con un aluvión de respuestas que desvían el tema y anulan automáticamente el debate. La figura del comentarista es sumamente popular en el régimen, y su extensión se cifró en casi 300.000 usuarios hace ya casi una década.
¿Y en España? Pues además de en Cataluña, la práctica del astroturfing ya se ha producido y documentado en numerosas ocasiones. Sin ir más lejos en la Operación Púnica, que entre otras cosas investiga la utilización de fondos públicos para campañas de reputación online de ciertos políticos. Y tras el eufemismo, lo que se esconde es exactamente lo mismo que en las fábricas de trolls de San Petersburgo o en las entrañas del comunismo chino: blogs o medios de comunicación creados ad hoc y perfiles en redes sociales destinados a compartir mensajes favorables a cierta persona, tanto como a monitorear y rebatir las ideas contrarias a ella.
Los investigadores sitúan al empresario Alejandro De Pedro como el prestador de este servicio, y a personalidades como el ex presidente murciano Pedro Antonio Sánchez, la ex consejera madrileña Lucía Figar o incluso el Real Madrid entre sus clientes.
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