Tan convencido como Cristiano Ronaldo de que es "el mejor jugador de la historia", porque no hay ninguno "más completo", están los partidos independentistas en la carrera electoral del 21-D de que no hay nadie más demócrata que ellos. Y no solo en Cataluña. Ni siquiera en el resto de España. Están convencidos de haber ganado el Balón de Oro de la democracia.
El día que el delantero madridista recogía el trofeo en París al mejor jugador, en la vecina Bruselas subía al podio del procés el ex conseller catalán Toni Comín a reivindicar que en la UE no hay nada más demócrata que la ideología separatista que representa (Wake up Europe decían las pancartas de la manifestación).
Los independentistas catalanes están tan convencidos de ser mejores votando como Cristiano Ronaldo de que lo es jugando al fútbol
Aunque les una la falta de humildad, a diferencia de Ronaldo, ni Comín ni mucho menos Puigdemont dijo, como matizó el portugués antes de autoproclamarse como el mejor, que respetaba "las preferencias de todos", incluso las de quienes prefieren a Messsi o Neymar. A quienes piensan diferente, Comín los llamó "franquistas".
Los independentistas catalanes están tan convencidos de ser mejores votando como Cristiano Ronaldo de que lo es jugando al fútbol. Pero no necesitan, a diferencia del delantero portugués, ninguna revista francesa que los reafirme. Tan seguros viven de su superioridad moral y democrática que se bastan para darse la razón. Ya no se esmeran en buscar a alguien de fuera que venga a reconocérsela. No había en Bruselas ni Yoko Onos ni Julian Assanges que salieran a darles la razón. Y a quien se la quita lo desprestigian: como la UE no se puso de su lado el 1-O ahora acusan a sus instituciones de haberse quedado dormidas.
Una lectura de la prensa catalana de finales del XIX revela el pesimismo de los barceloneses de la época
La evolución de la autoestima catalana debería ser objeto de estudio. Cuenta Eduardo Mendoza en Qué está pasando en Cataluña (Seix Barral, 2017), el libro urgente que acaba de publicar sobre el procés, que una lectura de la prensa catalana de finales del XIX revela el pesimismo de los barceloneses de la época. Estaban convencidos de que su ciudad, en comparación con las otras, haría el ridículo compitiendo con las grandes ciudades de verdad cuando preparaba la Exposición Universal de 1988. Según el escritor catalán, todo indica que el resultado no fue malo, pero tampoco decisivo. "Su importancia, al margen de la actitud terapéutica, consistió en dar impulso a un urbanismo modélico y una arquitectura extravagante que resultarían muy rentables al cabo de ciento cincuenta años", afirma Mendoza.
En este siglo y medio, sin embargo, Cataluña ha prosperado tanto que una gran parte de sus ciudadanos ha logrado desprenderse de ese complejo de inferioridad tan español y ahora vive convencida de que el resto de Europa no podría vivir sin ellos. Eso sí que es amor propio y no lo de Ronaldo.
Escribe el Premio Cervantes que quizá no sea casual "que el éxito fulgurante de una Barcelona convertida a los ojos del mundo en la quintaesencia del glamour haya coincidido con un recrudecimiento del movimiento soberanista". Barcelona se ha ido haciendo cada vez más cosmopolita a medida que las pequeñas ciudades se han ido cerrando paulatinamente en sí mismas.
Pero en democracia no hay más Balón de Oro que las urnas. A falta de una Champions en la que medirse, la campaña entra en tiempo de descuento para las elecciones del 21-D.
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