Mariano Rajoy se juega este 21 de diciembre mucho más que el restablecimiento del orden institucional en Cataluña, que no es poco. Quizá sea el líder nacional que más se expone en esta consulta por una razón muy obvia: fue él quien decidió, contra todo pronóstico, aplicar un 155 que llevaba acompañado una disolución inmediata del Parlament para convocar a los catalanes a las urnas antes de que terminara el año. El fracaso de esa decisión se mide acorde a dos parámetros. A saber, que vuelvan a revalidar los independentistas la mayoría absoluta y/o que el PP se hunda, partiendo ya de una posición muy difícil. Ambos escenarios, no excluyentes entre sí, son los dos grandes temores que alberga Moncloa.
No parece probable que los separatistas vuelvan a sumar un mínimo de 68 escaños, pero, de ser así, "se cuestionará la estrategia del presidente para dar la razón a los que pedían más tiempo antes de celebrar las elecciones", entre otros, el líder de los populares catalanes, Xavier García Albiol. Albiol admitió en una entrevista con El Independiente que, "si pensáramos en clave electoralista, nos hubiera interesado un poco más de margen". Si al final resultara que no sirve de nada la aplicación del 155, la gestión de la intervención de la Generalitat desde Madrid y la convocatoria de elecciones, el Gobierno en general, y Rajoy en particular, quedarían comprometidos.
Así, la peor pesadilla para Moncloa, según fuentes gubernamentales, es que vuelva a reproducirse la que fue la composición del Parlament antes de su disolución; el riesgo de que los secesionistas, aunque con alguna merma, dominen de nuevo la cámara autonómica. Y todo ello con el convencimiento de que en ese escenario no tendrán compañeros de viaje con los que compartir el fracaso, pues lo previsible es que ni PSOE ni Ciudadanos sean solidarios ni siquiera de manera subsidiaria.
Si el PP sale mal, la onda expansiva va a ser enorme. En términos de partido es un desastre", opina un dirigente popular
El otro gran escollo del camino lo constituye las escasas expectativas electorales del PP en Cataluña. No hay sondeo que vaticine el mantenimiento de sus actuales 11 diputados, resultado que firmarían ya mismo. "Si el PP sale mal -opina un dirigente popular-, la onda expansiva va a ser enorme. En términos de partido es un desastre". De hecho, las siglas de la gaviota llevan camino de ser las últimas entre las preferencias del electorado, un furgón de cola que el partido en el Gobierno de la Nación podría compartir con los antisistema de la CUP.
Ciudadanos "nos ha arrebatado la bandera del patriotismo constitucional"
No son pocos en el Gobierno y en el PP los que ven con estupefacción cómo Ciudadanos "nos ha arrebatado la bandera del patriotismo constitucional y no sólo en Cataluña", formación que puede erigirse en la gran triunfadora de la noche electoral y desde allí proyectarse al conjunto del país con el telón de fondo de las elecciones locales autonómicas de mayo de 2019. Fueron las catalanas de septiembre de 2015, cuando Inés Arrimadas obtuvo 25 escaños y se convirtió en la fuerza constitucionalista más votada, las que impulsaron a Albert Rivera en las generales de diciembre de ese mismo año. La formación naranja consiguió nada menos que 40 diputados nacionales. El 26-J no les fue tan bien, pues perdieron ocho escaños, debido a que "hicieron una mala campaña, pero ya no son unos novatos".
No cabe duda de que un triunfo del bloque constitucionalista disimularía unos malos resultados del PP, pero "la marca allí es un desastre y a Xavi le van a elegir de chivo expiatorio", se malicia un miembro del Gobierno si se confirma una fuga masiva de votos desde el PP a Cs que ya vaticinaba el CIS.
La credibilidad de un PSOE de izquierdas tras el 155
Pedro Sánchez ha acentuado el perfil izquierdista del PSOE tras acordar con el Gobierno del PP la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña. Tras muchas reticencias iniciales, y después de que el Rey mediara, el líder socialista asumió que no podía mantener la equidistancia política en la que se instaló hasta la celebración de la consulta del 1 de octubre.
Hasta entonces, Sánchez huía de la política de bloques y apostaba por el diálogo entre Mariano Rajoy y Carles Puigdemont. Una vez consumado el desafío y con la amenaza de la declaración de independencia, el líder de la oposición entendió que su partido debía actuar en defensa del estado de derecho por el que luchó desde la clandestinidad durante el franquismo.
En ese proceso, el PSOE tenía una máxima preocupación: que su postura no volviera a identificarlo con el PP, como había ocurrido en noviembre del año pasado, cuando la Gestora que dirigía el partido decidió la abstención del PSOE para facilitar la investidura de Rajoy. La aceptación social de la intervención del Estado en Cataluña ha tranquilizado en ese sentido a los socialistas, que finalmente consideran un éxito político esa colaboración con el Gobierno.
Desde entonces, la Ejecutiva socialista ha hecho todo lo posible por diferenciarse del PP. Ha cargado duramente contra el Gobierno y contra Ciudadanos para intentar recuperar el espacio político de la izquierda que Sánchez lleva reivindicando frente a Podemos desde que ganó las elecciones primarias del partido en mayo. La recuperación electoral del PSC a costa de Catalunya En Comú-Podem sería un primer indicio de que la estrategia funciona.
Además de la hegemonía de la izquierda, Sánchez se juega su credibilidad como negociador. Durante las conversaciones con Rajoy sobre la aplicación del 155, el PSOE exigió que la intervención fuera lo más leve y rápida posible, con la convocatoria de elecciones en el plazo legal más corto. Así lo fue. Rajoy disolvió el Parlament y convocó los comicios del 21-D. Si el resultado de los mismos ofrece una Cataluña ingobernable, la exigencia socialista se demostrará errónea frente a los sectores del Gobierno y del PP que abogaban por una intervención de seis meses antes de las elecciones.
En esa negociación, Sánchez también pactó con Rajoy el inicio de los trabajos para abordar la reforma de la Constitución. Aunque el PP ha apoyado la creación de la Comisión Territorial que iniciará ese debate en el Congreso, los portavoces populares y el propio presidente del Gobierno han enfriado las pretensiones socialistas sobre la reforma. El líder de la oposición insiste en que confía en que Rajoy cumpla su palabra mientras Pablo Iglesias le advierte de que ha sido engañado.
Finalmente, el proyecto de Pedro Sánchez pasa su primera prueba de fuego el 21-D. El PSOE ha gobernado en España cuando ha ganado en sus dos principales graneros de voto: Andalucía y Cataluña. En este sentido, el PSOE se muestra confiado en que su candidato, Miquel Iceta, mejore sus resultados respecto a las elecciones de 2015, cuando el PSC perdió cuatro escaños para quedarse en 16. Ahora las encuestas le otorgan en torno a 20 como cuarta fuerza política.
La apuesta más arriesgada de Iglesias, a prueba el 21-D
La gestión de la crisis catalana del partido de Pablo Iglesias ha despertado en Podemos una crisis sin precedentes. Roto por Cataluña, destituida toda la dirección catalana de Podem, y con fundadores del partido como Carolina Bescansa o Luis Alegre rebelándose contra la posición adoptada y cuestionando un referéndum de autodeterminación. Iglesias se ha mantenido en sus guiños al independentismo y su apuesta por un referéndum pactado. Sólo hubo un intento por reconducir la situación, que consistió en equilibrar las críticas hacia el Gobierno y a las formaciones soberanistas. Sin embargo, las urnas pasarán factura a Catalunya en Comú-Podem, según auguran todas las encuestas, y en el partido asumen que perderán representación respecto a los 11 diputados que hasta ahora tenían en el Parlament.
Podemos lo fía todo a que se repita el fenómeno de la remontada de 2015, cuando el CIS auguraba unos 40 diputados y obtuvieron más de 60. Por entonces, la formación no había llegado a las instituciones, era su primera prueba de fuego en las urnas y no había precedentes en cuanto a representación. Las expectativas jugaban a su favor. En esta caso, el grupo morado obtuvo en septiembre de 2015 11 representantes, y los sondeos apuntan a que obtendrán 9 diputados.
La campaña del candidato morado, Xavi Domènech, está resultando de bajo perfil y no ha conseguido llenar los recintos de algunos de los actos más emblemáticos. Fue el caso del evento al que acudió el propio Pablo Iglesias. Además del líder de Podemos, dirigentes de la cúpula del partido, como Irene Montero o Pablo Echenique, también han participado en las jornadas electorales. No así Íñigo Errejón, que no ha acudido a ningún acto electoral. La posición de Podemos en el desafío soberanista, con la apuesta por un gobierno junto a PSC y ERC, supone un difícil equilibrio entre el frente constitucionalista y el independentista que Iglesia puede pagar caro.
Iglesias se ha implicado en una causa que ya ha producido un desgaste importante en su imagen a nivel nacional. Unos malos resultados en las urnas ratificarían una estrategia mal planteada desde el principio, aunque en la dirección de Podemos manejan un plan B: una repetición de elecciones para evidenciar el "fracaso" de los dos bloques y emerger como única solución al conflicto.
Ciudadanos, el que menos tiene que perder
Ciudadanos afronta con entusiasmo la inédita cita electoral del 21 de diciembre. Su mayor temor es que los independentistas logren superar los 68 escaños de los 135 que componen el Parlament, pero confían en que no se produzca gracias a la participación masiva y a la desmovilización de los independentistas. Como partido, Ciudadanos "ya ha ganado", según Manuel Arias, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Málaga.
Tanto el procés independentista como la aplicación del 155 han beneficiado a la formación de Albert Rivera, a quien todas las encuestas sitúan como la formación más votada entre los constitucionalistas. Algunas, incluso, le dan un mayor número de votos que a ERC. Cumplir las estimaciones de los sondeos ya sería un triunfo para Rivera, que entró en el Parlament con apenas tres escaños y en una década de vida ha logrado 25 convirtiéndose en el principal partido de la oposición de la mano de Inés Arrimadas, que recogió el testigo del presidente de la formación y cuyo liderazgo se proyecta incluso fuera de la frontera catalana.
Arrimadas es, además, la única candidata a presidenta de la Generalitat. Su papel en la oposición y la dureza del partido -de origen catalán- tras el referéndum del 1-O y durante el debate sobre las leyes de transitoriedad no han hecho más que reforzar su imagen y, por ende, también la de Rivera. Él es precisamente el líder nacional que más presente está en la campaña catalana y siente que parte del triunfo que le otorgan las encuestas en esta comunidad se debe también a él por abanderar el 155 antes incluso de que PP y PSOE se sumaran.
En este sentido, Ciudadanos tiene la oportunidad de salir reforzado como partido nacional. Si consiguen llegar al gobierno con las fuerzas del bloque constitucionalista, probar la capacidad de gestionar una comunidad con la sociedad tan dividida y proyectar un discurso centrado en la unidad de España, sus dirigentes esperan lograr una mayor visibilidad que se traslade a las generales. Hasta el momento, el pronóstico para Ciudadanos es positivo.
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