El miedo ya no viaja en los petates. A los recién llegados tampoco se les encoje el corazón al cruzar el umbral del cuartel de Intxaurrondo. Lo que ahora sobrecoge son relatos de épocas pasadas, los recuerdos y el dolor que rezuma el lugar. No faltan dosis de rabia difíciles de erradicar, aunque hace un tiempo que no afloran con la frecuencia que lo hacían. A los veteranos se les mira con admiración, a los más jóvenes como afortunados del nuevo tiempo. Los últimos no sufrirán lo que padecieron los primeros.
Todos saben que hace 25 años que en el panel no se suma ningún nombre más, ningún nuevo rostro. Ya son demasiados. Casi no quedan días en los que no se ilumina para recordar que se cumple un nuevo aniversario de la muerte a tiros o por una bomba de alguno de sus compañeros. Lo primero que se encuentran al llegar es la imagen de ‘Los 100 de Intxaurrondo’, los guardias civiles que ETA asesinó en Guipúzcoa, el territorio en el que la banda mató a casi la mitad de los 215 agentes de la Benemérita muertos a manos de la banda terrorista.
Flanqueado por una bandera española y una de la Comandancia de Guipúzcoa, el panel con la imagen de los agentes asesinados es en realidad un retrato de la historia del cuartel que más sufrió el acoso etarra. También el que más comandos detuvo. Los más veteranos ven además en él un recordatorio diario de que aún quedan cosas por hacer, deudas que saldar con ETA; atentados sin esclarecer, autores sin identificar y responsables sin condenar. Quizá muchos de los que hoy recorrerán las calles de Bilbao, en la marcha de apoyo a presos convocada, podrían dar respuestas a las preguntas pendientes.
De los 215 guardias civiles asesinados por ETA, 161 murieron en el País Vasco y 100 en Guipúzcoa. Su primera víctima fue un agente de Intxaurrondo
Este 2018 se cumplen 50 años del primer asesinato de ETA. Su primera víctima fue un guardia civil de este cuartel guipuzcoano. El panel de ‘Los 100 de Intxaurrondo’ es lo primero que se le mostró el pasado jueves al Ministro del Interior. Uno a uno, Juan Ignacio Zoido escuchó los relatos más duros que se ocultan tras esos rostros. Un centenar de imágenes en blanco y negro de los agentes convertidos en el particular ‘mapa de la memoria’ de Intxaurrondo y del Cuerpo en Guipúzcoa. Una suerte de historia de la lucha contra el terrorismo del último medio siglo en el País Vasco.
La 'ikastola' de la Guardia Civil
Son cien historias con similitudes. La mayoría de los hombres cuyas imágenes miran con la frialdad propia de una imagen de ‘photomatón’ de la época ocultan vivencias quiparables. El lema de la comandancia de Guipúzcoa resume bien el ambiente con el que se trabajó, “Seremos en el peligro”, reza. La mayoría llegó de fuera de Euskadi, algunos en los años más duros, y en no pocos casos con la familia a cuestas. Unos años para ‘sobrevivir’ en un País Vasco hostil, y regresar con algo más de ingresos y mejor posición para elegir destino mejor. Muchos jamás regresarían.
En el País Vasco sin la amenaza de ETA aún hoy se mira con recelo a la Guardia Civil. No es difícil imaginarse cómo fueron los últimos días de los cien hombres que se dejaron la vida en aquel ‘gheto’ policial en el que durante muchos años se convirtió Intxaurrondo. Aquel ‘pueblo blindado’ de 35.000 metros cuadrados, con familias completas distribuidas en siete bloques de viviendas a las que se procuró que nada les faltara: cantina, economato, instalaciones deportivas y peluquería. Había que evitar tener que salir mucho muros afuera; demasiado frío, demasiado miedo y demasiados secretos que ocultar. Un recinto en el que todos ellos, y en algunos casos sus familias, probablemente vivieron alguno de los numerosos ataques terroristas que padeció el cuartel o los 60 de los que fueron objeto el conjunto de los cuarteles guipuzcoanos.
A los agentes destinados en Euskadi se les formaba tres meses en un centro conocido como la 'ikastola' para facilitar su aclimatación
Antes de que ETA los asesinara, ‘Los 100 de Intxaurrondo’ habían intentado pasar desapercibidos en Euskadi. Se formaron para detener etarras, evitar atentados y para no ser descubiertos. Incluso para soportar la presión social. Integrarse en las costumbres vascas, aprender hábitos sociales o hasta ocultar sus acentos podía salvarles la vida. Su periodo de aclimatación comenzó en una ‘ikastola’. Así denominaban los agentes al centro de formación ubicado en Hondarribia y en el que durante tres o cuatro meses recibían una formación específica para iniciar su labor en el destino más peligroso de España durante décadas para un Guardia Civil. El dato es revelador, 100 de los 161 agentes asesinados en el País Vasco lo fueron en Guipúzcoa. Aquel viejo convento reconvertido en ‘ikastola’ de la Guardia Civil fue el único de toda Guipúzcoa que jamás fue atacado por ETA. Hoy el complejo está abandonado.
Cuando se les pregunta por los compañeros asesinados, el orgullo aflora entre los 1.500 agentes que aún hoy están destinados en el cuartel. Algunos, veteranos repletos de experiencias, otros hijos de agentes destinados años atrás. En Intxaurrondo recuerdan que gracias a su trabajo se logró desarticular a 278 comandos de ETA y detener a 1.717 militantes de la banda.
El pasado oscuro que nadie quiere recordar
De lo que nadie prefiere hablar ni recordar es del lado más oscuro. Algunos de esos comandos fueron desarticulados bajo la dirección del General Emilio Rodríguez Galindo, del que no figura ningún reconocimiento visible en el cuartel y de quien los agentes prefieren no hablar. Fue uno de los condenados por las acciones de los GAL y practicó las operaciones más cuestionadas y condenadas por la Justicia, como el secuestro de Segundo Marey, -por el que fue condenado-. Otros episodios de los GAL condenables fueron los del asesinato de Lasa y Zabala, Mikel Zabalza, la muerte de Juan Carlos García Goena, etc. y sobre el que siempre planean las torturas como la gran ‘mancha negra’ en el historial del cuartel y su entorno.
El relato de ‘Los 100 de Intxaurrondo’ comenzó a esculpir su triste historia el 7 de junio de 1968. Es la fecha que figura bajo el primero de los rostros, el de José Antonio Pardines. Durante décadas su asesinato fue considerado el primero de la larga historia de crímenes de ETA. En realidad, víctima y verdugo abrieron un camino casi sin retorno. El asesino de Pardinas, Txabi Etxebarrieta, también encabezaría horas después la lista de militantes de ETA muertos en enfrentamientos con la Guardia Civil. Aquella mañana de hace casi cincuenta años Pardines llevaba a cabo un control de tráfico en la N-1 en Aduna. Cuando inspeccionaba un vehículo en el que viajaban dos miembros de ETA, Iñaki Sarasketa y Etxebarrieta, éste le disparó. Sarasketa fue detenido, condenado a cadena perpetua y amnistiado en 1977.
El panel con la imagen de 'los 100 de Intxaurrondo' es el orgullo del cuartel. El pasado oscuro de tiempos de Rodríguez Galindo se prefiere olvidar
El relato que aún hoy se cuenta a los recién llegados incluye el episodio de que aquel atentado también fue el primer enfrentamiento civil de la sociedad vasca con ETA. Un camionero, Fermín Garcés, que vio el asesinato de Pardines corrió hasta los terroristas y logró alcanzar a uno de ellos. Pronto tuvo que soltarlo al ser encañonado. Meses después, Garcés dejó el camión para hacerse guardia civil. Hoy tiene 88 años y la comandancia de Guipúzcoa le rindió un reconocimiento a su acción heroica el año pasado.
El panel de los asesinados de Intxaurrondo lo cierra otra historia cruel. El último día que enterraron a un compañero fue el 16 de septiembre de 1993. Se llamaba Juvenal Villafañe García y hacía años que había dejado de ser guardia civil en activo. Pero ETA tiene memoria y la empleó para recordar que ningún agente deja jamás de ser su enemigo. Villafañe García tenía 78 años y estaba jubilado cuando la banda terrorista le colocó una bomba lapa en los bajos de su coche en Andoain. Llevaba 30 años viviendo en la localidad guipuzcoana.
Los Mateu, padre e hijo asesinados por ETA
Hoy en el cuartel se respira otro clima. Aún se oculta la condición de guardia civil y se mantienen ciertas medidas de protección pero nada que ver a lo que sucedía años atrás. No hay tensión ni temor a nuevos atentados. El nuevo responsable de la Comandancia de Guipúzcoa se comprometió el jueves pasado ante Zoido a trabajar para acercar el Cuerpo a la sociedad vasca y revertir la “animadversión” que aún hoy persiste.
No será fácil. El ambiente se ha relajado pero la memoria no. Una sala del cuartel recuerda a Ignacio Mateu Isturiz, uno de los agentes asesinados. En ella se exhiben algunos de los mayores logros de los agentes. Y sin duda uno de los que más satisfacción provoca es la investigación que ha permitido reabrir el caso de Mateu Isturiz. Su asesinato y el del agente Adrián González Revilla ocurrió el 26 de julio de 1986. La banda había arrojado explosivos con un lanzagranadas situado frente al cuartel de Aretxebaleta y cuando fueron a inspeccionarlos hizo estallar una bomba.
A Ignacio Mateu Isturiz ETA lo mató ocho años después de que asesinara a su padre, José Francisco Mateu, magistrado del Tribunal Supremo
El caso de Mateu es especialmente cruel. Su padre, José Francisco Mateu Canoves, magistrado del Tribunal Supremo también fue asesinado por ETA el 16 de noviembre de 1978. El juez había persuadido a su hijo para que se alistara en el Ejército y no en la Guardia Civil, más amenazada por ETA. Le recordaba que con un “amenazado” en la familia era suficiente. Tras el asesinato de su padre pidió autorización para ingresar en la Benemérita. 18 años después el presagio de su padre se cumplió, Mateu hijo moría asesinado con una bomba-trampa.
Aquel crimen quedó impune. La Audiencia nacional lo archivó tras no obtener pruebas suficientes. Finalmente, tres décadas después y tras la insistencia de la Fiscalía y la labor de la Guardia Civil se logró acreditar recientemente que las huellas encontradas en los tubos analizados correspondían a José Antonio López Ruiz, ‘Kubati’. El caso fue reabierto en 2016. ‘Kubati’ salió de la cárcel noviembre de 2013 tras cumplir 26 años de prisión por 12 asesinatos. Probablemente esta tarde recorra en libertad las calles de Bilbao en demanda del final de la dispersión para los presos de ETA.
Los 'trofeos' de Intxaurrondo
En el sencillo ‘museo’ habilitado en el cuartel los agentes también muestran orgullosos paneles con imágenes en los que se muestran elementos como los grilletes con los que fue esposado ‘Kubati’ tras su arresto el 25 de noviembre de 1987, los informes de cotejo de huellas o documentación referida a ETA. Además, un televisor repite imágenes de los seguimientos que los servicios de información hacían a miembros de ETA como ‘Kantauri’ o ‘Txeroki’. En una de ellas se ve a dos agentes, acompañados de sus esposas e hijos, paseando por Bidart (Francia) en 1992 cerca de dos miembros de la cúpula de ETA días antes de que fueran detenidos. Tampoco faltan imágenes de los momentos previos a la liberación de José Antonio Ortega Lara.
En otro de los paneles, 21 imágenes recuerdan otros tantos funerales y capillas ardientes por compañeros asesinados. Junto a él una vitrina muestra dos ‘huchas de apoyo a presos’ incautadas en las Herriko tabernas, ejemplares del Zutabe, -la publicación interna que editaba ETA-, los morteros 'jotake' con los que atacaban el cuartel o documentos incautados a la banda.
En la larga lista de agentes que murieron “serenos en el peligro” también destaca el caso del guardia civil retirado Félix de Diego Martínez, asesinado el 31 de marzo de 1979. El agente había sufrido un accidente de tráfico que le postró en una silla de ruedas. De Diego había sido compañero de patrulla de Pardines Arcay el día que ETA lo asesinó. Once años después fue a por él acusándole de ‘chivato’. Lo mató en el bar que junto a su mujer regentaba en Irún.
Un museo muestra material incautado a ETA, informes de los servicios de información o los morteros 'jotake' que lanzaban contra el cuartel
La lista de crueldad padecida por ‘Los 100 de Intxaurrondo’ es larga y dura. A Aurelio Salgueiro López, de 46 años y natural de Monforte de Lemos, ETA lo mató en Mondragón el 28 de agosto de 1978. Era padre de siete hijos, con uno de los cuales se encontró justo cuando dos etarras se le acercaron para tirotearlo cuando regresaba, vestido de paisano, de una oficina de Correos. El cuerpo del cabo primero quedó más de diez minutos desangrándose en el suelo sin que nadie acudiera a socorrerlo.
No es el único caso en el que ETA asesinó a un agente delante de sus hijos o familiares. También mató así a Gregorio Posadas zurrón, asesinado en Azpeitia en presencia de su hijo el 3 de abril de 1974. Dos etarras con sendas metralletas lo acribillaron a balazos. A Antonio Mateo Melero lo mataron en Ordizia en presencia de su esposa y otros familiares el 1 de noviembre de 1987 y por último, ETA mató a Antonio Ramírez Gallardo ante su novia.
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