Fue el martes a primera hora. Seis balas directas al pecho y el cuello de Oliver Ivanovic, uno de los principales líderes políticos serbios en el norte de Kosovo, justo cuando se disponía a entrar en la sede de su partido. La voz más moderada dentro de un territorio todavía sísmico, dos décadas después de la Guerra y diez años después de la declaración unilateral de independencia, parcialmente reconocida por la comunidad internacional.
La antigua provincia serbia de Kosovo sigue dividida en etnias y la ciudad de Mitrovica, donde fue asesinado Ivanovic, es el perfecto reflejo. En la parte sur viven 72.000 personas, el 96% de ellas albanokosovares y musulmanas. En el norte, poblado por 12.300 personas, el 93% son serbios y ortodoxos. Entre medias de vez en cuando aparecen muros de hormigón, y también de vez en cuando se derriban con bulldozers. A ambos lados del río Ibar campan con cierta libertad las mafias, y con libertad absoluta las encendidas soflamas contra el diferente.
Belgrado y Pristina se hablan casi exclusivamente a través de intermediarios de la Unión Europea. Precisamente el martes estaba previsto que se retomaran las conversaciones entre ambos gobiernos en Bruselas, después de un largo y tenso parón. No se había dicho una palabra cuando se conoció el asesinato de Ivanovic y ambas delegaciones corrieron a levantarse de la mesa y reunir a sus gabinetes de emergencia. En los Balcanes, cualquier chispa sigue teniendo la capacidad de detonar crisis difíciles de controlar. Y el atentado contra el líder serbio en Kosovo era bastante más que una chispa.
Serbia y Kosovo volvían a una mesa de negociación, meses después, en el preciso instante en el que Ivanovic fue asesinado en Mitrovica
"Es un acto criminal y terrorista que no debe quedar sin castigo. Es un intento de generar el caos, un ataque a todo el pueblo serbio para llevarlo hacia el infierno de un conflicto", dijo nada más conocer la noticia en Bruselas Marko Djuric, jefe de la oficina del gobierno serbio para este territorio, cuya soberanía aún no reconoce pese a la inmediata bienvenida internacional que le dieron potencias como Estados Unidos o el Reino Unido. España, pasados diez años, nunca lo ha hecho. Tampoco Rusia.
Precisamente el Kremlin, principal socio serbio, tardó muy poco en reaccionar. En un comunicado emitido por el ministerio de Asuntos Exteriores, el gobierno ruso condenó con firmeza lo que consideraba un "acto despreciable". "Llevar la política a este terreno", decía el escrito, sólo conseguirá "hacer crecer una atmósfera de terror y revivir el conflicto interétnico en la región".
La escalada verbal fue rapidísima, pese a que los responsables del crimen no se han identificado todavía. Los nacionalistas serbios señalaron desde un primer momento a grupos organizados albanokosovares. Los albanokosovares, por su parte, deslizaron desde primera hora del martes que el crimen podía ser obra de las mafias serbias de la parte norte de Mitrovica.
La única prueba es un coche que apareció minutos después del asesinato al norte de la ciudad, sin matrículas, quemado y abandonado. Cuatro días después no se ha detenido a nadie. Y lo cierto es que hay argumentos para sospechar de ambos bandos: la moderación, en una sociedad tan polarizada, había llevado a Ivanovic a estar amenazado por todos.
¿Quién era Oliver Ivanovic?
Instructor de kárate y militar, Oliver Ivanovic se hizo un nombre en Mitrovica en los años 90 como responsable local de deportes. Se convirtió en una figura respetada y en 1999, ya durante la Guerra, fue nombrado presidente del Consejo Nacional de Serbia para el norte de Kosovo y Metohija. Tras el conflicto se presentó a las elecciones con varias candidaturas y finalmente fundó en 2009 el partido 'Serbia, Democracia y Justicia', que presidió hasta su muerte. Durante años ocupó el puesto de máximo responsable del gobierno serbio para la región de Kosovo.
Mientras la convivencia en el país se deterioraba a marchas forzadas, antes y después de la DUI kosovar, Ivanovic supo construir una imagen de tercera vía que le costó enemigos y aislamiento en todas partes. Los radicales albanokosovares lo despreciaban como a un serbio criminal más, y la Lista Serbia promocionada por Belgrado le pintó como un traidor por defender un acuerdo alternativo y dialogado, inaceptable para el orgullo nacionalista. Durante este tiempo también afrontó un juicio por crímenes de guerra: fue condenado a nueve años de prisión por un tribunal de Pristina por su participación en el conflicto, aunque resultó absuelto hace algo menos de un año.
El asesinato de una figura así está destinado a desequilibrar un país acostumbrado a los malabares. Tanto el presidente de la República, Hashim Thaçi, como el actual primer ministro, Ramush Haradinaj, fueron dirigentes de la guerrilla albanokosovar durante el conflicto. A Haradinaj, de hecho, se le intentó juzgar en varias ocasiones en La Haya, pero la lentitud del proceso propició que los testigos clave murieran, o desaparecieran, siempre antes de poder declarar. Para desesperación de los fiscales, el caso acabó cerrado por falta de pruebas concluyentes. Serbia ha intentado en varias ocasiones lograr su extradición, primero en Eslovenia y después en Francia, pero nunca lo ha conseguido. Haradinaj llegó finalmente al poder en Kosovo en septiembre de 2017.
Serbia pide participar oficialmente en la investigación y Kosovo se niega: 'Si necesitamos ayuda podemos llamar al FBI'
El martes, mientras él guardaba silencio y el presidente Thaçi pedía sólo "esclarecer los hechos", en Serbia y en algunas ciudades del norte de Kosovo comenzaban las protestas en la calle. El gobierno de Belgrado, liderado por el presidente conservador Aleksandar Vucic, exigía oficialmente formar parte de la investigación para no permitir que el crimen quede sin resolver. El jueves, cuando fue enterrado en la capital, al féretro lo acompañó una multitud.
Al mismo tiempo, el socialista Rasim Ljajic, primer viceministro del Ejecutivo, lloraba en televisión recordando al fallecido. "Entendía la situación perfectamente y la quería cambiar de manera democrática. Sería una gran desgracia que el caso no se resolviera, pero no creo que se encuentre a los responsables", decía. Haradinaj, tras reunir a su gobierno, apareció en televisión para asegurar que la investigación estaba en marcha, pero que no necesitaban para nada la interferencia serbia. "Si necesitamos ayuda podemos llamar al FBI", llegó a ironizar.
Llamamiento internacional a la calma
La reacción internacional al crimen fue extensa e inmediata. Tanto Estados Unidos como la Comisión Europea, a través de Federica Mogherini, se pusieron en contacto con ambos gobiernos para pedir una investigación eficiente, rápida y que llegue a buen puerto. Sin escatimar esfuerzos. El mismo mensaje trasladaron las autoridades albanesas y el primer ministro de Bulgaria, Boyko Borissov, que ha centrado parte de su presidencia de turno en la UE en impulsar el acceso de estas regiones al espacio común. Las de Serbia y Montenegro están previstas de inicio para 2025 y a nadie le interesa la crispación, justo ahora. La embajadora de la UE en Kosovo, Natalia Apostolova, pidió también una "acción urgente" de las instituciones para "encontrar y castigar al responsable". Hacía un último apunte: "Llamo a los ciudadanos a mantener la calma".
Shocked by the news that Oliver Ivanovic has been killed. Express deepest condolences to his family. Ask for urgent action by institutions to find and punish the perpetrator(s) and ensure safety for all in #Kosovo. Call on citizens to remain calm. pic.twitter.com/t2Ws23aDYP
— Nataliya Apostolova (@ApostolovaEU) January 16, 2018
La calma es un concepto ajeno al territorio de Kosovo. Existe sobre el papel en el día a día, porque el aislamiento condena al 60% de sus jóvenes al paro y a la economía sumergida. Pero en el panorama político no hay respiro desde hace generaciones, con el país todavía lamiéndose las heridas de una guerra cruenta y un proceso de separación traumático y fraguado durante todo el siglo XX mediante la disputa étnica entre albanokosovares y serbokosovares.
El conflicto latente estalló en 1996, cuando las guerrillas separatistas albanas comenzaron a confrontar sin descanso a las fuerzas de seguridad serbias y yugoslavas. La represión del régimen de Slobodan Milosevic se desató y Yugoslavia intentó defender en Kosovo lo que ya había perdido en Eslovenia, Croacia y Bosnia. A la vez, las guerrillas albanas de los actuales dirigentes del país masacraron a los civiles serbios en el norte de la provincia.
Las consecuencias fueron enormes: más de 850.000 albanos tuvieron que ser desplazados, aunque la mayoría regresaron después de 1999. En el norte, hasta 250.000 serbios dejaron sus casas, por lo general para no volver. Mitrovica, la ciudad en la que ahora ha sido asesinado Ivanovic, fue centro del conflicto. El entonces militar se encargaba de vigilar el puente sobre el río Ibar, que era entonces y sigue siendo hoy el límite entre dos sociedades que no quieren saber nada la una de la otra.
Kosovo, tras la intervención de la OTAN y los años de escaramuzas, declaró su independencia unilateralmente en febrero de 2008. Sin referéndum siquiera, y basando su argumentación en las reiteradas violaciones de los derechos humanos por parte de Serbia. Costa Rica fue la primera en reconocer al nuevo país, Estados Unidos lo hizo inmediatamente y los tribunales europeos le dieron validez dos años más tarde. Se bautizó como autodeterminación terapéutica, y durante el mes de octubre de 2017 varios teóricos del independentismo catalán introdujeron en el debate la idea sobre la 'vía Kosovo', absolutamente ajena a las realidades opuestas de una y otra sociedad. Durante esta década, el país balcánico ha conseguido 110 reconocimientos internacionales. El último el de Madagascar, hace menos de dos meses.
Las 'Tabarnias' de Serbia en los Balcanes
Serbia, que nunca ha aceptado formalmente la independencia de Kosovo, sí ha dado pasos por la vía de los hechos. De otra manera no mantendría negociaciones con el gobierno kosovar con mediación de la Unión Europea. Conversaciones que avanzan lentas, que se rompen frecuentemente, pero que a veces llegan a puerto. En 2013, tras un esfuerzo de años, Belgrado y Pristina alcanzaron el conocido como 'Acuerdo de Bruselas', con un punto básico: la creación de una comunidad autogobernada de municipios étnicamente serbios dentro de Kosovo. Una suerte de Tabarnia, al estilo de la que ya existe a una escala mucho mayor dentro de Bosnia con la República Sprska.
El texto del acuerdo contenía 15 escuetas directrices para que estos municipios, con Mitrovica Norte a la cabeza, tuvieran su propio Estatuto, su presidente, su Asamblea y poder total sobre áreas como el desarrollo económico, la educación, la salud y la planificación urbana y rural. También a un jefe de Policía destinado a esta zona, y que por ley debería ser serbokosovar, así como una cuota serbia en la judicatura y un tribunal especial para la zona. Ninguno de los dos gobiernos estaba especialmente feliz con la solución mediada, pero no tenían más remedio que aceptarla debido a su punto 14: "Se acuerda que ningún bando bloqueará, ni animará a otros a que bloqueen, los progresos del otro en su camino hacia la Unión Europea".
El bien superior de la integración europea debería ser suficiente para mantener la calma. Pero la realidad dista mucho del objetivo. Cinco años después de firmar el acuerdo aún no se han dado pasos suficientes para su implementación, y cuando se han intentado dar se han boicoteado. Más que eso: lo que parecen ser gestos de acercamiento son en realidad trampantojos.
El ejemplo más claro de esto sucedió hace justo un año, cuando Belgrado inauguró el primer servicio ferroviario en dos décadas entre la capital serbia y Mitrovica Norte. Lejos de ser un guiño, el viaje llevó a ambos países al borde del conflicto militar. El convoy fletado por el gobierno del entonces presidente Tomislav Nikolic llevaba escrito el lema 'Kosovo es Serbia' en 21 idiomas, incluido el castellano. Financiado por Rusia, por dentro estaba plagado de símbolos ortodoxos.
El movimiento fue visto por las autoridades kosovares como una provocación inaceptable. Su gobierno envió a patrullas militares a la frontera para impedir que el tren llegase a entrar en su territorio, cosa que finalmente no hizo. Detenido durante horas, la situación se agravó por momentos, hasta el punto de que el primer ministro kosovar llegó a decir que el convoy "ponía en riesgo la soberanía del país". En cuestión de minutos, su homólogo serbio respondía diciendo que los albanokosovares "habían demostrado querer la guerra" y que el movimiento de patrullas había puesto a ambas naciones "al límite del conflicto". Los analistas coincidieron en señalar que era la manera serbia de protestar por la falta de implementación del acuerdo tabarnés del 2013.
Las conversaciones han sido prácticamente inexistentes desde entonces. Y pese a que el tren-bandera ahora sestea desconchado haciendo trayectos regionales, ni el giro conservador de Vucic ni la llegada al poder de Haradinaj, al que Serbia sigue considerando un criminal, han ayudado a relajar la tensión en 2017.
Este martes, cuando ambas delegaciones debían volver a sentarse en Bruselas, el asesinato no resuelto de Ivanovic volvió a hacer saltar por los aires el fino hilo de la diplomacia. Kosovo acusó a Serbia de "comportarse como Milosevic". Serbia asegura que no volverá a hablar con ningún representante kosovar hasta que no sepa quién disparó las seis balas que, un año más tarde, han vuelto a hacer temblar los Balcanes.
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