Muchos hablan de coser heridas, pero son muy pocos los que dan puntada con hilo. Frente a ellos tenemos una legión desencantada de una y otra opción dispuesta a mantener la batalla sin compasión. Seis meses después de que el Parlament de Cataluña se echara al monte no estamos mejor. Es cierto, no volveremos al olvido, la mitad de catalanes que han callado tantos años no volverán a bajar la cabeza, ya nada será igual y el falso oasis catalán se hundió con las últimas elecciones y la victoria de Ciudadanos. Pero el Gobierno de Rajoy también parece haber perdido los papeles y con sus acciones se ha convertido en una fábrica de independentistas.
Si la batalla política no cambia por más elecciones que celebremos y Cataluña está dividida por la mitad, solo nos queda a los catalanes y por lo tanto españoles, unir las piezas rotas y recomponernos. La guerra de las emociones, la empatía y la negociación la hemos perdido hace tiempo y con acciones como las de Soraya Sáez de Santamaría no se va a recuperar.
Hay que apoyar al Gobierno central ante el pulso independentista pero también hay que marcarle el camino. Fue lento en aplicar el 155, ineficiente con las cargas de 1 de octubre y excesivamente veloz en convocar elecciones. Como consecuencia de todo ello tenemos a España bailando al son que marca un político de tercera desde Bruselas, tan inexperto como estrambótico, pero que sigue manejando los tiempos.
Que el Gobierno no haga caso a la decisión del Consejo de Estado sobre su investidura es gravísimo y que bordeen la ley para imponer su criterio, inaceptable. Es la tormenta perfecta, el cara a cara entre los dos partidos más corruptos de la reciente historia de España: la antigua Convergencia y el viejo Partido Popular. Ninguno puede dar lecciones al otro de transparencia y respeto a la ley.
Ninguno de los dos ha entonado el mea culpa por la financiación ilegal, los dos cobraban las mismas comisiones y a menudo a los mismos constructores, y no solo el conocido 3% sino hasta un 30% para conseguir obra pública. Para unos el destino era El Palau, para otros El Parque, así llamaban los dirigentes de la Gürtel a la caja de seguridad abierta en una sucursal del Banco de Santander en Valencia donde ingresaban los millones de euros en negro, la mordida que pagaban las empresas. Los dos actuaban como una mafia, y en ambos casos el capo era un político con cargo electo.
Que el Gobierno no haga caso a la decisión del Consejo de Estado sobre su investidura es gravísimo y que bordeen la ley para imponer su criterio, inaceptable
Con este pasado tan negro solo hay que exigir que actúe la justicia, que siempre llega tarde, pero llega. Pero ni ella ni el Tribunal Constitucional coserán nuestras heridas. Primero deberíamos todos rebajar la tensión, nada es tan trascendente como algunos nos quieren hacer ver. Hace solo unos días en el Camp Nou se enfrentaron Barça y Espanyol, y varios aficionados del segundo equipo mostraron desde las gradas banderas constitucionales españolas. Muchos seguidores del Barça les silbaron e increparon hasta tal punto que los Mossos de Escuadra y la seguridad privada del campo les sacaron del lugar. Eso sucedía mientras centenares de esteladas ondeaban al viento. El mundo al revés.
A esto me refiero cuando hablo de coser heridas. En Barcelona, donde Ciudadanos arrasó, todavía impera el síndrome independentista y excluyente en muchos foros. El mismo síndrome que hizo al Colegio de Periodistas de Cataluña ponerse del lado del conseller Forn y Trapero cuando El Periódico denunció que EEUU avisó al Govern del atentado de Las Ramblas y no tomaron medidas. Hoy que se sabe que fue así, nadie de ese Colegio del que formo parte ha pedido disculpas por abandonar a los que dice proteger.
Nos cuesta mucho pedir perdón y hay que empezar a pedir disculpas. Los unos y los otros. Que se disculpe el Ministerio del Interior por caer en la trampa de Trapero y hundir la buena imagen de policías y Guardias Civiles el 1 de octubre. Que se disculpe Puigdemont por dejar tirados y en prisión a sus compañeros del procés mientras él bebe champan francés pagado por todos en Bruselas.
Nos cuesta mucho pedir perdón y hay que empezar a pedir disculpas. Los unos y los otros
Y Soraya Sáez de Santamaría por dinamitar a las personas que podían ser el puente de la reconciliación, como el ex ministro García Margallo, al que fulminó la vicepresidenta sin compasión. Que se disculpen los Bomberos de la Generalitat por hacer política y provocar incendios independentistas en lugar de sofocarlos. También los periodistas debemos pedir perdón, yo el primero, por echar leña al fuego en uno y otro lado. Y debería disculparse el Barça, TV3 y casi todos los Colegios Profesionales catalanes por no respetar a la mitad de sus socios o afiliados, pero también las cloacas del Estado que utilizaron policías, oficinas y organismos que son de todos para atacar políticamente a sus adversarios independentistas.
Son muchos los que piensan que esta deriva independentista seguirá durante décadas, igual que lleva siendo un sueño inalcanzable desde hace más de un siglo, pero eso no debería preocuparnos, la fractura de la convivencia entre nosotros es el mayor de los problemas.
Los catalanes exigimos un mediador o un grupo de sabios que abran el dialogo y la negociación, que acerquen posturas cediendo ambas partes, porque está en juego algo que construyeron nuestros padres y abuelos con gran esfuerzo: el estado de bienestar, y no hay peor pesadilla que perderlo por una quimera inalcanzable. Conociendo un poco la condición humana posiblemente se resolverá como se hizo en el País Vasco, con más dinero.
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