La última imagen en la garita de un Eroski de Vallecas, retenida por sustraer presuntamente dos cremas antiedad, ha puesto el colofón al producto Cifuentes. Adiós a la sofisticada presidenta que presumía de lavar más blanco que nadie en el PP madrileño, el partido donde se hizo carne y habitó entre quienes pasaron infinitas noches en prisión por prácticas inconfesables. Ni el marketing, esa galería de recursos perfectamente dominada, ha podido arreglar un desaguisado tras otro, días de mentiras y evidente incomodidad de sus compañeros. Ese turbulento pasado, los fantasmas de los tiempos sospechosos de Ignacio González y Francisco Granados, vino de visita y fulminó su carrera política. Ha sido un mes de vía crucis que deja un resultado demoledor: Cifuentes arrojada al precipicio, toda una universidad bajo sospecha, y el PP sin candidato para las elecciones de 2019 en el corazón de España.
"Se han traspasado una líneas rojas evidentes, y se ha llegado más allá de la política", ha dicho la presidenta regional en su comparecencia este miércoles. "Se han hecho dossieres contra mi persona y algunos han circulado y circulan por las redacciones. Y este vídeo obedece a un error involuntario. Me llevé por error unos productos por 40 euros. Los pagué y el asunto no tuvo más trascendencia", se ha defendido. "Ya se me intentó extorsionar en su momento y lo puse en conocimiento de la policía. Toda mi vida está en tela de juicio", remató antes de presentar su renuncia a la Presidencia de la Comunidad de Madrid.
Un máster de cartón que adornaba su currículum le marcó el camino del adiós y un vídeo clandestino precipitó el acto funeral de su dimisión. Cayó en desgracia Cristina Cifuentes el pasado 21 de marzo, cuando eldiario.es apuntaba en una información que la presidenta de la Comunidad de Madrid obtuvo con notas falsificadas un titulo de máster en la Universidad Rey Juan Carlos. A esa información le sucederían otras tantas de una extraordinaria contundencia que desvelaron las miserias de las relaciones peligrosas entre la presidenta y la URJC. La defensa firme de lo indefendible y la constatación de que ese título se obtuvo valiéndose del trato de favor del centro, en particular del director del máster Enrique Álvarez Conde, complicaron sobremanera su posición hasta hacerla insostenible.
Pero Cifuentes aguantó firme y sin intención de dimitir, respaldada -primero firmemente, después a su manera- por Mariano Rajoy y por Dolores de Cospedal, su principal valedora. Un día tras otro perseguida por los medios ante la falta de respuestas claras, porque nunca apareció su Trabajó de Fin de Máster, porque las firmas que lo avalaban estaban falsificadas, porque nunca se aclaró el baile de fechas entre matriculas y exámenes... y así todo. Protagonista involuntaria del congreso popular de Sevilla, con la amenaza de la moción de censura sobre su cabeza y el candidato Gabilondo de tournée mediática preparando el asalto al sillón, Cifuentes obtuvo respiración asistida de Ciudadanos, que invocó una comisión de investigación sobre los hechos con el único propósito de alargar la agonía.
Los respaldos públicos del Partido Popular comenzaron a brillar por su ausencia y los comentarios sotto voce la daban por sentenciada. Pero Cifuentes había cursado a todo el Gobierno y la Ejecutiva popular las invitaciones de la tradicional recepción del 2 de mayo en la Puerta del Sol, con motivo del día de la Comunidad de Madrid. Quien resiste, gana. Eso debió pensar. Y, según reveló, pensaba dimitir inmediatamente después del acto institucional.
Pero hay huellas que nunca se borran y la orquesta mediática -pocas veces medios tan dispares obtuvieron una música tan elocuente- estaba perfectamente afinada para dar un giro a los acontecimientos. El runrún sobre una presunta cleptomanía de Cifuentes se convirtió en evidencia con el vídeo publicado este miércoles por Okdiario. De la leyenda urbana a la realidad y a la palestra mediática, y la mano de Ignacio González como principal sospechosa de la imagen de la presidenta en un zulo, cremas en mano, borrosa en una cámara de seguridad. Carne de meme y punto final. Habrá otra representación el 2 de mayo en la Puerta del Sol. Cifuentes ya es historia y el Partido Popular tiene mucho trabajo por delante para salvar el desastre electoral en Madrid. Y en el resto de España.
La advertencia
"Me voy con sentimiento amargo, muy orgullosa. Deberíamos reflexionar sobre si en la vida vale todo", ha dicho Cifuentes como epitafio. Ha sido el último acto político -comparecencia sin preguntas- en su dilatada trayectoria, que comenzó en 1987, año en el que se lanzó las listas de Alianza Popular para las elecciones europeas, tres años antes de obtener una plaza como funcionaria del grupo B en la escala de Gestión Universitaria de la Universidad Complutense madrileña.
A partir de 1991, cuando se convirtió el diputada regional, Cristina Cifuentes comenzó a ser un rostro habitual de la Asamblea de Madrid. Desde aquel momento, con 26 años, hasta la actualidad, la capital fue el eje de su acción política. Ocupó diferentes cargos a escala regional a la sombra de Alberto Ruiz-Gallardón, primero, y de Esperanza Aguirre. Vivió momentos históricos como aquel esperpento del Tamayazo para desembocar en la vicepresidencia primera de la Asamblea, que ocupó de 2005 a 2012.
En ese tramo de siete años comienzan las relaciones peligrosas. Cifuentes se codea con los nombres que años después se verían respondiendo ante la justicia y pasando un largo tiempo a la sombra de la prisión. Son los años de Púnica, de Lezo, de Gürtel. Los años de Esperanza Aguirre, Ignacio González e Francisco Granados. Aquellos años del Madrid esplendoroso, del Madrid del metro ligero y las obras públicas, del Canal de Isabel II en expansión... De aquella gestión brillante por fuera y podrida por dentro.
De aquellos años persigue la ya ex presidenta la sombra de Púnica. El juez García Castellón continúa investigando la supuesta adjudicación irregular del servicio de cafetería, cocinas y comedoras de la Asamblea de Madrid al Grupo Cantoblanco entre los años 2009 y 2011, época en Cifuentes era la presidenta de la mesa de contratación.
Hablar de Púnica es hablar de Granados. En la declaración del ex vicepresidente madrileño publicada el pasado febrero hay que situar el instante en que que comenzaron a silbar las balas de otros tiempos. El ex consejero apuntó a Cristina Cifuentes, Esperanza Aguirre e Ignacio González como conocedores de la financiación irregular de las campañas electorales del PP de 2007 y 2011. Y señaló que Cifuentes y González mantuvieron una relación sentimental y que la dimitida presidenta se convirtió en “las manos, los oídos y la voz ejecutiva en el partido”.
La declaración fue una señal. Los cañones se dirigían hacia la puerta del Sol. Y Cifuentes era en pieza de caza mayor. Rajoy pensó en ella para la delegación del Gobierno en la capital, cargo que ocupó durante tres años (2012-2015) y que en cierto modo cabe considerar como un paréntesis antes de regresar al tostadero del PP madrileño, cuando los populares decidieron convertirla en la sucesora González, por entonces caído en desgracia a propósito del caso del ático entre otros tejemanejes.
Tampoco la época de la Delegación del Gobierno esta exenta de sospechas. Es en esa etapa cuando cursó el máster de la discordia bajo el amparo de la Universidad Rey Juan Carlos. En uno de los sinsentidos más llamativos de su defensa, Cifuentes aseguró que había defendido su trabajo ante el tribunal el 2 de julio de 2012, justo el día en que debía coordinar el dispositivo policial con motivo de las celebraciones en la calle por la victoria de España en la Eurocopa de ese año.
No ha podido culminar la séptima de ocho hermanos, la hija del general de artillería José Luis Cifuentes, su primera legislatura al frente de la Comunidad de Madrid. Queda su máster de pantomina y las cremas capturadas en su bolso como herencia mediática y punto final de una figura política que hizo bandera de la lucha contra la corrupción tras años de gestión intolerable en el PP madrileño. Cuando aspiraba a algo más, cuando se permitía incluso fantasear con el relevo de Mariano Rajoy, todo se fue al traste: la memoria de otro sucio tiempo vino a por ella y puso en marcha la maquinaria de la venganza. Sea por fuego amigo o adversario, Cifuentes es ya carne picada política a merced de los tribunales, aunque le queda aferrarse al escaño y a la presidencia del PP de Madrid. Allí se decidirá si lo de hoy es justicia o infamia.
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