En Malpica de Bergantiños los más mayores aún le recuerdan. Es quizá en el único lugar donde lo hacen. Lleva medio siglo muerto, lo mismo que olvidado. La historia tiene escrita para él una triste línea; ser la primera víctima asesinada por ETA. Es una línea similar a la que tiene su asesino; ser el primer miembro de la banda terrorista muerto mientras huía en un tiroteo con la Guardia Civil. La historia del primer asesinado y el primer asesino en la historia de ETA están entrelazadas desde hace mucho tiempo, en junio se cumplirán cinco décadas
José Antonio Pardines y Txabi Etxebarrieta nacieron con un año y medio de diferencia, a mediados de los 40, y murieron sólo con unas horas de margen. El primero, de un tiro a quemarropa, el segundo, mientras escapaba para no ser detenido. Pero la vida póstuma de Txabi Etxebarrieta nada ha tenido que ver con la de Pardines. Al primer etarra que asesinó y murió los suyos no han parado de recordarle, de reivindicarlo en público hasta hacer de él un símbolo, un mártir. Pero a José Antonio, el hijo de José y Estrella, el de los Pardines Arcay, los años y los suyos, la sociedad a la que servía, lo ha dejado en la cuneta de la memoria. Ambos representan la síntesis de una parte importante de la historia que ahora ETA quiere dar por finalizada.
Es el relato que se describe y documenta en la obra Pardines, cuando ETA empezó a matar (Editorial Tecnos), del historiador Gaizka Fernández Soldevilla y del periodista Florencio Domínguez, con prólogo de Fernando Aramburu, y con la que se pretende sacar del olvido a la primera víctima de la historia de la banda. También cuestionar la suerte de honores para sus verdugos y desmemoria para el joven guardia civil en la que la sociedad española lo arrinconó con el paso del tiempo. Hoy, en Aduna (Guipúzcoa), el lugar donde ETA lo mató, nada recuerda que allí se produjo el primer asesinato de la banda terrorista, ni una placa, ni una escultura. Ni rastro.
Pardines estuvo a punto de no dar la talla para acceder a la Guardia Civil. Su 1,66 rozaba el límite. Un centímetro que le habría salvado la vida
En la obra de Fernández Soldevilla y Domínguez se detalla cómo fue apenas un centímetro lo que pudo haberle sacado a Pardines de esa oscura página de la Historia, lo que pudo haberle salvado la vida. Su 1,66 metros de estatura rozaba el mínimo exigido para acceder al Cuerpo. Su vocación por ser guardia civil no parecía palpitar en él con intensidad, pero la necesidad y la tradición familiar hicieron el resto. Su abuelo, Domingo, había formado parte de la Benemérita y su padre, José, lo era mientras el joven José Antonio aún rumiaba su futuro. La situación en casa no era fácil y su expediente escolar no animaba a grandes aspiraciones académicas. A ello sumaba que la Galicia de los años 60 hacía difícil augurar un futuro prometedor en su tierra. José Antonio era el mayor de tres hermanos y fue criado por su tía junto a su primo, el cuarto hermano, tras la muerte prematura de su madre.
A puñetazos, no a balazos
Con 19 años su destino quedaba encauzado. Formación en la academia de Barcelona, primer destino en Asturias y más tarde, desde enero de 1966, en San Sebastián. El temor aún no estaba instalado en Euskadi. Ir destinado al País Vasco entonces no suponía un riesgo elevado, más allá de la inquietud por una ETA relacionada con un grupo revolucionario que protagonizaba sabotajes, robos y pequeños ataques contra los símbolos del Estado pero que no tenían el asesinato entre sus prácticas. Aún no. En esos años de mediados de los 60 en los que Pardines llegó a Euskadi, los encontronazos de los miembros “revolucionarios” de ETA con la Guardia Civil se resolvían a puñetazos o a pedradas. No tardarían en cruzar la línea hacia las armas.
Aquel joven agente venido de Galicia se asentó pronto en su último destino como miembro de la Unidad de Tráfico en Guipúzcoa. José Antonio comenzó a sentirse útil en su nueva vida, incluso ilusionado con la relación que poco después iniciaría con una joven salmantina asentada en Usurbil.
Pero entretanto, en la clandestinidad de ETA también los cambios se precipitaban… y se asentaban. Los sectores más duros empiezan a imponer sus tesis y a reclamar más mano dura contra la dictadura. Cinco días antes de que José Antonio Pardines fuera tiroteado mortalmente y de que su asesino, Txabi Etxebarrieta, muriera en una refriega posterior sólo horas después con la Guardia Civil, ETA decidió utilizar sus armas para algo más que para defenderse.
A mediados de los años 60 la banda aún resolvía los encontronazos con la Guardia Civil a puñetazos o pedradas. Las armas llegarían poco después
El 2 de junio de 1968 la banda acordó comenzar a matar. El día 7 de ese mes Pardines se convertiría en su primera víctima, inesperada, y Etxebarrieta en la primera baja entre sus filas. No era lo que la organización terrorista había planificado.
En la reunión que ETA mantuvo en Ondarroa (Vizcaya), en la denominada Biltzar Ttipia (Pequeña reunión) del 2 de junio de 1968, se acordó que los primeros en la lista de objetivos a eliminar con las armas que iban a comenzar a emplear debían ser Melitón Manzanas y José María Junquera, jefes de la Brigada de Investigación Social de San Sebastián y Bilbao, respectivamente. Al frente de la operación se puso a Txabi Etxebarrieta.
El año que ETA disparó por primera vez
Tenía fama de intelectual, de hombre culto, amante de la literatura -se le asignan poesías dedicadas a los gudaris-. Pero también de defender la mano dura en ETA. Fue el autor del comunicado de ETA del Aberri Eguna (Día de la Patria) en abril de ese año 68 de revolución. En él ya avanzaba que no debía ser ningún secreto para nadie “que difícilmente saldremos de 1968 sin algún muerto”. Así fue.
La mañana del 7 de junio a José Antonio Pardines y su compañero de unidad, Félix de Diego Martínez -que también moriría asesinado por ETA en 1979-, les asignaron destino para regular el tráfico en la carretera local a su paso por el municipio guipuzcoano de Aduna. Casi a la misma hora, Txabi Etxebarrieta y su compañero de comando, Iñaki Sarasketa, ultimaban el día. Debían acudir a recoger un cargamento de explosivos a Beasain. Aduna no estaba en su ruta pero unas obras en la N-1 les obligó a desviarse por la carretera local. Fue allí donde la primera víctima y el primer verdugo de ETA cruzarían para siempre sus vidas y sus muertes.
Etxebarrieta fue designado para cometer el primer atentado mortal contra Melitón Manzanas. Un control de tráfico con Pardines cambió los acontecimientos
En torno a las 17.30 horas, cuando Pardines y su compañero llevaban varias horas controlando el tráfico, se toparon con un Seat 850 Coupé blanco, matrícula de Zaragoza, similar al que cuyo robo se había denunciado días antes. El joven guardia civil de 25 años vio algo que le llamó la atención, tanto como para seguirlo con su moto unos metros hasta darle el alto. Era el punto kilométrico 446,5. Pidió los permisos de circulación, observó el coche y comparó el número de bastidor para pronunciar a continuación sus últimas palabras, “esto no coincide”. En ese instante, Etxebarrieta sacó su arma, le disparó y le remató en el suelo. Acababa de nacer el primer gran olvidado de la larga lista de víctimas de ETA. Al primer mito y mártir propagandístico de la banda sólo le quedaban unas horas para hacerlo.
Casi estuvo a punto de impedirlo un camionero navarro, Fermín Garcés, testigo de lo sucedido. También él tiene su línea en la historia como el primer héroe que se enfrentó a un atentado de ETA. Garcés no dudó en acudir al lugar e incluso llegó a atrapar a Sarasketa. Sólo el arma de Etxebarrieta apuntándole le hicieron retroceder. Ni siquiera así desistió. Se subió a un coche y ordenó a sus ocupantes seguir al vehículo de los terroristas. Una acción que sería determinante para la detención del comando horas después. Tres meses más tarde, aquel camionero decidió cambiar de trabajo, abandonó el camión y se formó para ser guardia civil. Fue destinado a una unidad móvil del Cuerpo y en su larga trayectoria sobrevivió a un atentado de ETA en 1988.
Un 'mártir' de la revolución vasca
Después del asesinato de Pardines en Aduna, la fuga de Etxebarrieta y Sarasketa no duraría mucho. Tras refugiarse un par de horas en un piso en Tolosa ambos terroristas, ayudados por un colaborador, volvieron a la carretera, a la N-1, camino de Azpeitia. En el punto conocido como Venta-Aundi un control de la Guardia Civil, que ya los buscaba por toda Guipúzcoa, los paró. Se inició un tiroteo en el que Etxebarrieta murió. Sarasketa y el colaborador lograron huir hasta su detención al día siguiente. Ambos fueron condenados. Sarasketa, a 58 años de prisión en un Consejo de Guerra Sumarísimo, que por un error de forma hubo de repetirse. Su nueva sentencia fue aún peor, condena a muerte que Franco le conmutó por 30 años de prisión. En 1977, sólo nueve años después del crimen en el que falleció Pardines, la amnistía decretada hizo que fuera expulsado a Noruega, donde se desvincularía de ETA.
Aquel atentado fue el inicio de la construcción del primer mártir de la revolución de ETA. Pese a que la banda desconocía por completo lo sucedido –Etxebarrieta había muerto y Sarasketa fue detenido- emitió un comunicado en el que llegó a asegurar que fue Pardines quien inició el tiroteo con su arma y que Etxebarrieta sólo actuó en defensa propia. Falso, el agente de la Guardia Civil ni siquiera llegó a empuñar su arma, seguía en su funda cuando levantaron su cadáver. La banda afirmó que Txabi fue detenido, esposado y ejecutado “extrajudicialmente” por los agentes. Incluso se inventó cómo ocurrió, “se le mató contra una pared nada más ser detenido”, dijo. Un relato “martirial” que aún se da por bueno en muchos sectores del entorno de ETA.
ETA falseó lo sucedido. Aseguró que Etxebarrieta actuó en defensa propia y fue fusilado. Lo convirtió en el primer 'mártir' de la banda
A partir de ahí, Etxebarrieta se convirtió en el particular Che vasco de ETA y su mundo. Su imagen de intelectual de gafas de pasta y flequillo es aún hoy honrada en muchos actos y recordada periódicamente.
Pese a que el asesinato de Pardines no fue planificado, sí tuvo lugar en un momento en el que ETA había alcanzado un nivel de crueldad y radicalidad jamás visto hasta entonces. Xabier Zumalde, alias El Cabra, fue el primer jefe militar de ETA. Bajo su dirección se conformaron los comandos conocidos como los cabras. A ellos se asigna la carta amenazante que la banda envió a algunas mujeres de guardias civiles semanas antes de asesinar a Pardines y que firmaba el 'Comité Ejecutivo de la Resistencia Vasca'.
Una larga lista de olvidados
En ellas les advertían de que no sería de extrañar “que algún día su marido aparezca con la cabeza separada del tronco o con el cuerpo agujereado a balazos”. Les recordaban que luchaban contra los superiores de sus esposos pero que ellos eran colaboradores necesarios para que se “encadenara a nuestra patria” y que por ello debían “matarlos y degollarlos si es preciso”. Una amenaza descarnada que continuaba señalando que una vez degollados “sus cuerpos se echarán a los perros para que beban su sangre y el resto será echado al monte para que sirva de pasto a los buitres”.
Gaizka Fernández de Soldevilla asegura que han sido necesarios 50 años para que un libro recuerde al primer asesinado por ETA. Su verdugo, en cambio, tiene libros relatando su vida desde hace 25 años: “Fue un éxito de la propaganda de ETA que logró ocultar su primer asesinato y subrayar la figura de su primer victimario para convertirlo en un mártir, pese a que era un simple asesino”.
Después de Pardines ETA asesinó a 214 guardias civiles más, muchos de ellos enterrados casi en la clandestinidad y, como él, hoy olvidados
El caso de Pardines es sólo el primero de una larga historia de olvidos. Tras él, ETA asesinó a otros 214 guardias civiles, 151 policías nacionales y cientos de militares. “Durante muchos años fueron enterrados en la clandestinidad, en silencio y marginados, sin reconocimiento del Estado ni la sociedad. Hay cientos de víctimas olvidadas, viudas y huérfanos”.
En su opinión este caso resume el rastro dejado por la violencia terrorista durante todos estos años.: "Hubo muchas vidas que cambiaron a partir de aquel atentado del 7 de junio de 1968 en una carretera local de Aduna. De las cinco personas que intervinieron, tres murieron de modo violento, Pardines, Etxebarrieta y once años más tarde su compañero, Félix de Diego, al que ETA asesinó al confundirlo con un confidente policial. Sólo sobrevivió Iñaki Sarasketa, que murió el año pasado, y el camionero, Garcés, que terminó por hacerse guardia civil".
El autor asegura que de no haberse cruzado los caminos de Etxebarrieta y Pardines, José Antonio “hoy sería un anciano de 75 años, probablemente con hijos y nietos, pero todo eso ETA lo hizo desaparecer, dejó ese vacío. No hay ni hijos, ni nietos, ni está José Antonio”, señala Fernández Soldevilla.
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