Se acerca el 22 de mayo, fecha límite para la disolución automática del Parlament, y el bloque independentista continúa sin ponerse de acuerdo para investir a un presidente. Durante más de cuatro meses la lucha se ha librado entre la "efectividad" reclamada por ERC y el "simbolismo" al que se han agarrado la CUP y Junts per Catalunya, encarnado todo él en la figura de Carles Puigdemont, cayese quien cayese. Ahora los cuperos están solos: JxCat ya ha sentenciado a su líder asegurando que no forzarán a la Mesa a desobedecer para investirle. Y dados los vetos del Consejo de Garantías Estatutarias y, más importante, del Tribunal Constitucional, no hay ninguna manera de investir a Carles Puigdemont que no implique desobedecer.
El independentismo de base más hiperventilado clama en las redes y pide elecciones. Por varios motivos. Entienden que las urnas serán un duro castigo para la "traidora" ERC, que según su criterio lleva desde el 21-D boicoteando la candidatura del "presidente legítimo". Al mismo tiempo, prevén un hipotético subidón de la CUP, y con él un refuerzo a la línea dura en el Parlament. También un nuevo reto al Estado si el triunfador de las urnas vuelve a ser Carles Puigdemont.
Los partidos independentistas no son tan partidarios. Especialmente ERC, que teme la repetición electoral y lo subraya siempre que puede. Tampoco es el mejor escenario para Junts per Catalunya, pese a los coqueteos de Puigdemont en TV3 con la idea de los comicios y las palabras de su abogado, deslizando que pese a su situación puede ser candidato. Sólo la CUP ha valorado la idea en público como un mal menor. Sin embargo, se trata de buscar un plan D libre de cargas, tras los fracasos del propio Puigdemont, de Jordi Sánchez y de Jordi Turull, que puso a correr el reloj. El barómetro poselectoral publicado este viernes por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) da alguna idea del porqué.
El unionismo no tocó techo el 21-D
La participación en las elecciones del 21-D fue histórica. Aunque no la más alta de la democracia. Pese a que durante la jornada electoral se habló de un 82% de votantes, las cifras oficiales publicadas ocho días después por la Junta Electoral Central rebajaron ese registro hasta el 79,04%. Menos que el 79,97% de las generales de 1982 en las que se impuso Felipe González.
Entre el más de un millón de abstencionistas del 21-D, 245.000 muestran simpatía por partidos unionistas y sólo 105.000 por los independentistas
La asistencia masiva a las urnas se vendió como definitiva para las aspiraciones del unionismo. Cuanta más gente votara, peor para el independentismo. Fue cierto en parte. En esa bolsa de votos que habitualmente no concurrían a los comicios, el unionismo pescó pero el independentismo también. Ciudadanos superó el millón de votos y se impuso en las urnas, pero los partidarios de la separación lograron 70 escaños que les permitían revalidar su mayoría absoluta con el 47,49% de los votos y 2.079.340 fieles. Más que nunca.
Si los catalanes tuvieran que volver a las urnas este verano, ninguno de los escenarios parece favorecer al secesionismo. La desmovilización afectaría a todo el espectro electoral, incluido el sector desencantado con la inacción del bloque independentista en los últimos meses. La ultramovilización sería especialmente dañina: es mentira que el unionismo alcanzara su tope el 21-D. De hecho, se dejó a más del doble de gente en casa.
En las últimas autonómicas, 1.164.802 personas se abstuvieron. Casi el 70% de ellos son abstencionistas activos, gente que no está interesada en política, que nunca va a votar, que no vota como protesta o que, de haberse acercado a un colegio electoral, habría emitido un voto nulo o en blanco. Pero entre aquellos que no votaron, hay 350.000 personas con preferencias políticas y que dudaron sobre si ejercer su derecho o no.
El CIS les pone nombre: son, en su mayoría, unionistas. Y, en su mayoría, del PSC. Los socialistas de Miquel Iceta acaparan a casi el 7% de los abstencionistas que hasta el último momento dudaron si ir a votar. Y el segundo partido que a más gente se dejó en el sofá fue Ciudadanos: un 5,1%.
En conjunto, los partidos unionistas son los preferidos del 21,4% de los votantes que en el 21-D no lo fueron. El independentismo tiene mucho menos margen de crecimiento: entre Junts per Catalunya, ERC y la CUP suman sólo un 9,2%. En términos globales, una hipotética hipermovilización en unos nuevos comicios favorecería más al bloque contrario a la independencia, que cuenta con unos 245.000 votos en la reserva. El independentismo, sólo 105.000.
Los bloques no cambian
Un techo de cristal que tampoco se romperá con movimientos entre los bloques, que son prácticamente monolíticos. Los votantes tuvieron muy claras sus preferencias, antes y durante la campaña. Sólo un 24,4% de los votantes albergó dudas sobre su voto. Algo más de un millón de personas. Y de esas dudas, la gran mayoría se produjeron entre Junts per Catalunya y ERC (28,2%), entre Ciudadanos y el PSC (10,1%) y entre el PSC y los comunes (8,4%).
Sumando todos los cruces posibles, sólo un 17% de los indecisos dudaron entre partidos de diferentes bloques. Esto es: un máximo de 182.221 personas se balancearon entre el independentismo y el unionismo. Y fueron dudas de corte ideológico: los sectores más representativos fueron los de aquellos que dudaron entre ERC y los comunes (6,1%) y los que lo hicieron entre los comunes y la CUP (3,4%).
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