Ciro Rovai, un capo de viñeta, con trattoria y funda de violín, llegó a declarar que Bárcenas le había dicho que “mafia y política son lo mismo”. Bárcenas, ya con esa fama española, de torero, que da el escándalo, aún quería hacer negocios con el limoncello y Eurovegas. Esta gente tiene el dinero como crucigrama, como bola china. Cuando le faltaban dos meses para entrar en prisión, Bárcenas estaba distrayéndose con cuentas de tendero, manteles y tomateras. Quizá eso le ayudaba a concentrarse en lo importante, lo que tenía en vilo al PP y a todo el país: decidir qué iba a contar, a quién iba a pringar y cómo iba a negociar.
Que la política y la mafia sean lo mismo puede ser una frase de un sabio o sólo de un cínico, pero es cierto que el arte o negocio de gobernar da estos personajes que parecen asesinos de barbería, chulos de hipódromo y buenos hijos con ramo de flores. Bárcenas aún se diría que puede cargarse a todo el PP y salir con su mejor traje, redondo y barnizado como una platea, a comprar naranjas para su mujer.
Bárcenas, grande, ancho, como un centurión chapado de su dinero y de su poder, tenía algo de mesonero y de presidente de club de fútbol a la vez, esa suma de vulgaridad, ego y ostentación. La corrupción aquí es icónica. En Italia salen capos con botines y aquí salen políticos y apoderados con la corbata por servilleta, como si toda su corrupción viniera de cumplir la necesidad de pobre de una simple mariscada. Fíjense que ya habíamos condenado al Bigotes sólo por el bigote, un bigote como de chef rijoso y glotón de dinero. El Bigotes ha sido absuelto, pero Bárcenas era como un cardenal sorprendido en la gula y en la simonía, un caso irresistible por el pecado, por la posición y por el ademán.
El arte o negocio de gobernar da estos personajes que parecen asesinos de barbería, chulos de hipódromo
Bárcenas es icónico, pero no sólo por la pinta. Sí, tiene ese perfil de moneda falsa y ese brillo de grasilla usada para el pelo y para la vida. Pero, sobre todo, Bárcenas es esa figura o pieza fundamental en la corrupción y en la sospecha, ese gozne o gatillo que puede decantar todo entre el mangante o cuadrilla de mangantes y la estructura mafiosa, entre los cuatro golfos trincones y la corrupción sistemática, en este caso de un partido en el gobierno. Bárcenas es esa especie de barquero de la muerte, de criado de Drácula, tras el que vamos para saber la verdad última, que puede ser banal o terrorífica, o ambas cosas a la vez. Bárcenas, con su cabeza de cariátide macho, tiene una importancia arquitectónica.
Quitando su corpachón igual que un calzo, podría derrumbarse este PP que parece ya una iglesia destechada; o quizá podría quedarse todo igual. Aún no sabemos si la corrupción es una jenga o una pirámide. Bárcenas tiene la posición y el carácter de un personaje pivote. Podría ser un empleado fiel que ha sido abandonado para salvar el partido. O un pillo que aprovechó la pequeñas trampas que hay en todas las casas para forrarse. Podría ser incluso las dos cosas a la vez. Sus papeles han sido como manuscritos del Mar Muerto, el pasado revelando verdades como mentiras o mentiras como verdades con los dientes amarillos.
Quitando su corpachón igual que un calzo, podría derrumbarse este PP que parece ya una iglesia destechada
Los SMS con Rajoy fueron como una pillada de adúltero. Sus grabaciones, esas grabaciones como psicofonías de las que tanto se habla, podrían ser un farol o la confesión de borracho de todo un sistema podrido. Todo sigue en su mano. Sólo se ha juzgado la primera época de la Gürtel, como si sólo hubiera sonado el preludio de Cavalleria rusticana, la ópera que sale en El Padrino III, la música con la que Michael Corleone es ajusticiado por el destino en unas escalinatas, como la muerte de un patricio romano. Sólo se ha juzgado esta primera época y la caja B del PP se ha dado por acreditada, aunque el tribunal no se haya puesto a mirar dentro. Allí sí que se guardan, como canicas, muertos y bombas. Por eso no vemos a Bárcenas como alguien que ha terminado su calvario o su actuación. Siguen diciendo que sus olvidos o retractaciones sólo obedecían al intento de salvar a su mujer de la cárcel.
Ahora, la prudencia ya no tiene sentido.“Mafia y política son lo mismo”, cuentan que le dijo Bárcenas a un capo de la Camorra que parecía un gondolero con restaurante. En esa mafia, él podría ser el criado de un Drácula napolitano o sólo el que traficaba con limoncello. El caso es que al PP parece que lo han emboscado en un callejón. Han caído ya figurones de la época de Aznar, reyezuelos costeros y divas y chulapos de zarzuela. El mismo Rajoy lleva mucho tiempo soñando que duerme con los peces. Quizá pronto sabremos si el tesorero era un bocazas de casino o, de verdad, va a rajar al PP un día, cuando menos se lo espere, mientras le rasuran la nuez o come cannolis.
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