Había una vez un chico de 38 años que llevaba una encuesta del CIS en la cabeza. Se llamaba Albert Rivera y caminaba hacia las próximas elecciones soñando despierto. A principios de mayo, los sondeos consagraban su partido político como el favorito para ganar las próximas elecciones y la revista masculina Esquire le hacía una cuidada sesión de fotos para su portada de junio como el político de moda camino de La Moncloa.
Nunca antes el PP y el PSOE habían tenido tan poco apoyo de los españoles ni Ciudadanos tan alto. El llamado efecto Pedro Sánchez, tras las primarias del PSOE en las que hace un año volvió a la secretaría general de Ferraz, se había disipado. La corrupción hundía la popularidad de Mariano Rajoy y tanto los socialistas como el PP perdían intención de voto. El 85,5% de los encuestados confiaba, en el CIS de hace un mes, "poco o nada" en Sánchez. Rivera no dejaba de subir en intención de voto y era el líder mejor valorado.
Cuando salga la sentencia de la Gürtel, se decía, seguirá cayendo el apoyo a Rajoy y me votará la derecha. Y con Sánchez desaparecido de los medios y Podemos desinflándose con la polémica del chalet, conseguiré más apoyos del centro izquierda. Con esos votos, ganaré las próximas elecciones. Y cuando sea el más votado, tanto PP como PSOE se morirán de envidia y no tendrán más remedio que darme su apoyo para gobernar España.
Como en el cuento de la lechera, antes de sospechar que la moción de censura de Sánchez tuviera futuro contra Rajoy, Rivera seguía pensando en cuántos pretendientes tendría para pactar cuando ganara las elecciones. No voy a decirles que sí de buenas a primeras. Esperaré a que me lo pidan varias veces y, al principio, les diré que no con la cabeza. Eso es, les diré que no haciendo así. Y al negar de un lado para otro se le desparramaron todas las encuestas que llevaba en la cabeza por el suelo del Congreso, en el que solo tenía 32 diputados.
De pronto, Sánchez era presidente y, dimitido Rajoy, casi parecía que la moción de censura la hubiera perdido Rivera. En su entorno más cercano hay quien dice que la situación ha "afectado mucho anímicamente" al presidente de Ciudadanos, sobre todo después de calibrar la buena aceptación en la opinión pública que está teniendo el nuevo Ejecutivo formado por Sánchez. Como si al llenarlo de tecnócratas y profesionales de la sociedad civil, hubiera suplantado la imagen que el partido naranja lleva años forjándose como oposición al bipartidismo.
Algunos de esos nombres "nos hubiera gustado que fueran de Ciudadanos", reconocen off the récord voces del partido pensando sobre todo en el nuevo ministro del Interior, el magistrado Grande-Marlaska. Aunque el portavoz de Ciudadanos en el Congreso, Juan Carlos Girauta, ha negado públicamente que Cs esté "descolocado" con el nuevo Gobierno de Pedro Sánchez, algunos diputados del partido naranja reconocen en privado cierta "confusión".
La ejecutiva de Ciudadanos está todavía empezando a calibrar cuántas cosas han perdido en la última semana desde que aquellas expectativas creadas por las encuestas favorables se desparramaran por el suelo tras la moción de censura. No solo La Moncloa parece más lejos, con un Ejecutivo recién estrenado también se desvanece la fuerza del relato de renovación frente a Rajoy sobre el que Rivera había cimentado gran parte de su popularidad. Y, lo que los analistas consultados consideran aún más peligroso, se desvanecen también los apoyos mediáticos de los que gozaba Ciudadanos en el último año.
Apenas unos días después de que Rajoy perdiera el poder, El País sustituía a su director Antonio Caño. El diario más influyente de España, que había sido especialmente beligerante con el PSOE de Sánchez, pasó en unos días, con Soledad Gallego Díaz al frente, de pedir la convocatoria de elecciones en sus editoriales y alertar que el nuevo Gobierno sería "inviable", a alabar a Sánchez por presentar "un buen gabinete". No solo gran parte de la prensa española que antes le hacía ojitos a Rivera se ha reconvertido en sanchista de la noche a la mañana. El Consejo de Ministras y Ministros del nuevo presidente ha logrado también esa anhelada atención internacional que solo provocan los acontecimientos cuando suceden por sorpresa. Le Monde califica el nuevo gobierno de dream team y Financial Times, que en febrero llamaba a Rivera el Macron español, alaba ahora el ejecutivo de Sánchez por su modernidad y europeísmo. Ya no se habla de Gobierno Frankenstein, sino del primer Ejecutivo español con un ministro astronauta y mayoría femenina.
"Se ha movido el tablero, porque antes teníamos una legislatura agotada y ahora empieza otra nueva en la que tenemos que redefinir nuestro sitio", explican fuentes del partido naranja. Aunque reconocen en Ciudadanos que Sánchez les "ha robado el relato de la renovación", confían también en que se pase "el efecto de fuegos artificiales de los nombramientos más mediáticos" y se ponga pronto en evidencia el "bloqueo legislativo que fuerce elecciones cuanto antes". Vaticinan los más optimistas que la legislatura está agotada de facto y, con el escaso apoyo que el PSOE con 84 diputados, que Sánchez tendrá muy difícil gobernar.
Sin embargo, también los hay más escépticos en las filas de Ciudadanos. Estos temen que Sánchez no lo haga tan mal como creían y seduzca a gran parte de los 800.000 votantes que los sociólogos atribuyen al centro político español. Temen también que se frene la fuga de alcaldes y concejales que estaba sufriendo el PP de cara a las municipales y que tanto ayudaba a los naranjas a armar una estructura territorial más frágil que la del bipartidismo. Mientras se esclarece la sucesión de Rajoy, un proceso de primarias podría revitalizar las estructuras de un Partido Popular que necesita reinventarse.En favor del barcelonés juega el goteo de sentencias de los casos de corrupción que previsiblemente se sucederán en los próximos meses. Pero si los populares eligieran un candidato ilusionante para sus bases, que incorpore una cara nueva alejada de la Gürtel, Rivera se arriesga a dejar de ser la novedad del centro derecha. Al fin y al cabo, pese a su juventud, ya lleva 11 años en política y la próxima sería la tercera vez que acuda como candidato de unas elecciones generales.
No era en medio de este terremoto político que Rivera había imaginado que asistiría a la reunión del Club Bilderberg de Turín este fin de semana. Por segundo año consecutivo, este licenciado en Derecho por Esade y ex asesor de La Caixa que cursó un año de Erasmus en Finlandia, es el más joven de los cuatro elegidos para representar a España entre la elite financiera y política mundial, junto a la ya ex vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, el ya ex presidente de Prisa Juan Luis Cebrián y Ana Patricia Botín, la única de sus tres acompañantes que conserva intacto su poder como presidenta del Santander. En la reunión del Bilderberg del año pasado, el Ibex parecía más alineado con los intereses de Rivera. Ahora Botín alaba sin tapujos en la Comisión Europea el nuevo ejecutivo de Sánchez y Cebrián ya no manda en Prisa.
Rivera, sin embargo, sigue siendo el líder político más valorado de España hasta que se demuestre lo contrario y desde Ciudadanos lanzan un mensaje de tranquilidad, seguros de la solidez de su liderazgo: "Albert tiene mucha confianza y siempre es capaz de ver el lado bueno de las cosas", afirma uno de sus allegados.
"No vamos a ser aliados de la inestabilidad", añade un diputado de Ciudadanos al preguntarle si no sería mejor alinearse con el mensaje de cambio del nuevo PSOE, partido al que al fin y al cabo hace dos años apoyaron como presidente en la investidura fallida de Sánchez. Sin embargo, los naranjas no quieren sumarse a esta nueva ola de cambio que ha desalojado a Rajoy de Moncloa. "Vamos a hacer oposición a este gobierno hipotecado por los nacionalismos", insiste otro de sus estrategas.
La combinación más previsible para las próximas elecciones es la de un gobierno de Sánchez-Rivera. Con el PP refundándose en las trincheras, todo depende ahora de cómo le salga al PSOE su experimento de gobernar en minoría. Como Sánchez logre estar a la altura de las expectativas creadas por el nuevo Ejecutivo hasta la convocatoria de elecciones, Rivera tendrá que buscar la manera de recobrar un protagonismo que vivía más de las expectativas de voto que de su peso real en el Congreso. Si el nuevo gobierno fracasa, lo tendrá más fácil.
Cuando pase por delante de los quioscos del aeropuerto, a la vuelta de su fin de semana codeándose con la elite mundial en Turín, la portada de junio de la revista Esquire le recordará a Rivera que hace apenas un mes España le veía como el favorito a suceder a Rajoy. En aquella entrevista que hizo cuando aún el viento soplaba a su favor, contaba el presidente de Ciudadanos que después de verse Borgen, una serie danesa en la que un partido minoritario se hace con el Gobierno gracias a los pactos, ahora está disfrutando con Sucesor Designado, una ficción en la que un político inexperto se convierte de pronto en presidente contra todo pronóstico. No podía ser más oportuno. El cuento de la lechera no lo echan en Netflix.
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