"El independentismo no tiene un plan". La constatación de Eduard Voltas, uno de los periodistas de referencia en el ámbito independentista, expresa hasta qué punto llega el desconcierto del nacionalismo catalán. Con los dos principales partidos descabezados por la prisión o la huida de sus líderes, el relevo en La Moncloa ha acabado de desconcertar al movimiento independentista. Habían hecho de la confrontación con el Gobierno de Mariano Rajoy su principal leit motiv, y expulsado ahora, el independentismo se ha apresurado a buscar un nuevo enemigo: el rey Felipe VI.
Los movimientos de las dos últimas semanas son en este sentido enormemente significativos. El 4 de junio Pedro Sánchez tomaba posesión como nuevo presidente del Gobierno y durante la semana siguiente desgranó cuidadosamente los nombres del nuevo Gobierno español. Con mayoría de mujeres, un astronauta y la promesa de un nuevo escenario de diálogo, el ejecutivo de Sánchez desbordó el plan de confrontación de Carles Puigdemont. Hasta que a la semana siguiente se conoció que los hermanos Roca acogían la entrega de los Premios Impulsa, organizados por la Fundación Princesa de Girona (FPdGi) en su restaurante el Vilablareix (Girona).
El pistoletazo de salida lo dio el propio Ayuntamiento. Integrado por ocho regidores de ERC, dos de la antigua CIU y un socialista, el consistorio no tardó en abrir fuego contra la presencia del monarca, ofreciendo al independentismo el enemigo exterior que andaba buscando. El nuevo Govern vive con gran dificultad la presión de los CDR y la ANC de Elisenda Paluzie, mucho más combativa que la de Jordi Sánchez. Una presión especialmente encarnizada sobre Esquerra, como se vio este viernes con las acciones de diversos CDR en las consejerías de Trabajo, Salud y Agricultura, todas ellas en manos republicanas. Los republicanos se han convertido en los principales sospechosos de haber renunciado a la independencia, de rebajar las aspiraciones del ejecutivo de Quim Torra.
El 3 de octubre como argumento
En este contexto, la Casa Real era la perfecta víctima propiciatoria para mantener el discurso del enemigo exterior. La monarquía y la justicia española. Y el discurso del 3 de octubre, en el que el Rey defendió la integridad territorial y la actuación del gobierno, ha sido la excusa perfecta, convenientemente vestido de "aval a la violencia policial" durante la celebración del referéndum del 1-O.
A partir de ese "pecado original" los opinadores y medios independentistas han construido en la última semana el discurso del desencuentro entre el Rey y Cataluña, olvidando la intensa agenda de Felipe VI en esta comunidad en los últimos años, cuando el gobierno de Artur Mas lo emplazaba a convertirse en "mediador" ante el ejecutivo de Mariano Rajoy, especialmente tras consulta del 9-N de 2014.
El primer desencuentro serio se produjo en 2016, cuando Felipe VI rompió la tradición y no recibió en la Zarzuela a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, para ser informado de la investidura de Carles Puigdemont, un gesto que ya fue leído como un desprecio por el naciente gobierno independentista. Un gesto que este año devolvió Roger Torrent, sucesor de Forcadell al frente del Parlament. Se negó a acudir a La Zarzuela para comunicar la investidura de Torra, de la que informó por escrito al Jefe del Estado.
Hasta 2016 Felipe VI era la "gran esperanza" del nacionalismo que contrastaba su intensa agenda en Cataluña con la ausencia de Mariano Rajoy
Hasta 2016, el Rey se había convertido en la "gran esperanza" del independentismo, que llevaba dos años tensando la cuerda con el Gobierno de Mariano Rajoy. En contraste, Felipe VI intensificó sus visitas a Cataluña ya en sus dos últimos años como príncipe de Asturias, una agenda catalana que se mantuvo en los primeros compases de su reinado, consciente de que el conflicto catalán podía convertirse en su particular 23-F.
Los nacionalistas se amparaban entonces en las palabras pronunciadas por un joven Príncipe Felipe en abril de 1990 en su primer discurso ante el Parlament. "Cataluña será lo que los catalanes quieran que sea", aseguró en pleno pujolismo. Un gesto de la Corona cuyo alcance no podía prever en ese momento el actual Rey, pero que Torra, Carles Puigdemont y Artur Mas recordaron esta semana en su carta, interpretándolo como un aval a su reivindicación del derecho a la autodeterminación que nunca estuvo en el ánimo de Felipe VI.
Los agravios recuperados
Pero no son los únicos argumentos de un independentismo que se esfuerza ahora por tejer una larga historia de desencuentros. En el imaginario independentista, por ejemplo, lo único que evitó que en 1992 se pitara la marcha real en el Estadio Olímpico fue el hecho de que los Reyes Juan Carlos y Sofía entraran al son de Els Segadors, obviando que entonces el independentismo tenía un apoyo inferior al 10% de entre los catalanes, mientras la monarquía disfrutaba del éxito de las Olimpiadas y el Quinto Centenario.
En 2001 salta un nuevo conflicto entre Casa Real y Generalitat a cuenta de la lengua. El Rey Juan Carlos afirma ese año en la entrega del Premio Cervantes: "Nunca fue la nuestra una lengua de imposición, sino de encuentro. A nadie se le obligó nunca a hablar en castellano". Una afirmación que ofendió al último gobierno de Jordi Pujol, que pidió una rectificación a la Zarzuela que nunca se produjo.
Lo cierto, sin embargo, es que Felipe VI ha exhibido en todas sus visitas a Cataluña un muy aceptable dominio del catalán, que forma parte de todos sus discursos, incluso cuando la audiencia es mayoritariamente extranjera y el presidente de la Generalitat se expresa exclusivamente en inglés, como ha sucedido en alguna cena de bienvenida del Mobile World Congres.
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