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El Mundial de Putin en 10 claves geopolíticas

El presidente ruso está ganando la batalla de la imagen en una competición en la que las superpotencias son observadores

El presidente ruso, Vladimir Putin, en su intervención al inaugurar el Mundial 2018. | EFE

“En el fútbol, ritual de sublimación de la guerra, once hombres de pantalón corto son la espada del barrio, la ciudad o la nación”. Este combate global al que se refiere el escritor uruguayo Eduardo Galeano se libra ahora en tierras rusas. El anfitrión, el presidente Vladimir Putin, se ha convertido en el astro rey de su soñado Mundial 2018. Ni siquiera necesita que gane su selección.

De hecho, Putin confesó qué selecciones eran sus favoritas para la victoria final el 15 de julio a una corporación de medios chinos y no mencionó a Rusia.  “Están los combinados sudamericanos, como Argentina y Brasil. En las ediciones pasadas, Alemania jugó brillantemente. España también ha mostrado una bonita y gran calidad de juego… Hay más aspirantes  pero vencerá el más fuerte”, dijo el presidente ruso.

De Rusia todos nos acordamos de Putin, ni del entrenador, ni de los jugadores", señala el periodista peruano Bruno Rivas

De momento, y si no sucede nada inesperado, Putin ya ha ganado su Mundial. “De Rusia todos nos acordamos de Putin, ni del entrenador ni de los jugadores”, remarca el periodista peruano Bruno Rivas, autor de Guía política del Mundial de 2018 en la prensa de su país. Lo que más teme el Kremlin es un atentado terrorista. Los ultras, considerados los más peligrosos del mundo, parecen bajo control.

Los llamamientos al boicot por la crisis de los espías –la acusación del Reino Unido a Moscú de instigar el envenenamiento del ex agente Skripal- finalmente se han reducido a la falta de representación política. Incluso el ministro británico de Exteriores, Boris Johnson, que comparó el Mundial de Fútbol de Putin con los Juegos Olímpicos organizados por la Alemania nazi en 1936, reconoció que no se podía impedir que fueran los equipos ni los hinchas. Ahí están todos. Medio millón de aficionados de fuera de Rusia y cientos de millones de telespectadores.

Ahora quedan en la nebulosa las acusaciones a Rusia de intervenir en campañas electorales en EEUU, Francia o Alemania, las sanciones correspondientes, o la anexión de Crimea en 2014. Es hora de fijarse en esa otra batalla que tiene como objetivo meter un balón en la portería contraria. El primer gol lo ha metido Putin por la escuadra al mundo.

El cartel con el que Rusia presentó la Copa del Mundo es todo un mensaje sobre cómo concibe el Kremlin su relación con el exterior. En una imagen al estilo soviético se ve al legendario portero Lev Yashin, llamado la araña negra por su vestimenta, parando un balón con la forma del globo terráqueo. Yashin, único portero que ha logrado el Balón de Oro, encarnaba esa fortaleza del homo sovieticus. Trabajó desde los 13 años y presumía de beber vodka para entonarse antes de cada partido.

Poster oficial del Mundial de Fútbol de Rusia 2018

“De momento a Putin le va todo bien. La selección rusa está jugando mejor de lo que nadie esperaba, y están dando buena imagen, estadios bonitos, buena organización, todo bajo control”, señala Nicolás de Pedro, investigador del CIDOB. “De momento no tiene la foto que deseaba con líderes internacionales, pero si a la final llegara Alemania, por ejemplo, le saldría redondo”, añade De Pedro. Difícilmente la canciller, si sobrevive a los embates de su partido hermano, la CSU, podría ausentarse de esa cita.

Sin embargo, a nivel interno, Putin ya ganó las elecciones en marzo y el fútbol es un deporte secundario. Le sirve, sobre todo, como escaparate global. Según Javier González, periodista español en Moscú, “los seguidores rusos no recelan de los equipos europeos, más de los latinoamericanos, e incluso algunos apoyan a los históricos como Alemania o España”.

En la primera jornada del Mundial, el pasado 14 de junio, el gobierno aprovechó para anunciar una subida del IVA y de la edad de jubilación. La alegría mundialista no ocultó el impacto de estas medidas. El opositor Andrei Navalny, liberado ese mismo día, ha convocado protestas el próximo 1 de julio en varias ciudades y confía en que tengan mayor eco dado que el Mundial estará en su ecuador.

El resultado en el campo ayudó también a Putin porque ganaron 5 a 0 a Arabia Saudí. De momento, los rusos son los jugadores que más kilómetros han corrido en el certamen. El príncipe heredero, Mohamed Bin Salman (MBS), estaba junto a Putin en la tribuna. Luego hablaron de cómo coordinar sus políticas petroleras de cara a la reunión de la OPEP, celebrada este viernes.

Política y deporte se funden y se retroalimentan. Más aún cuando se trata ya de un fenómeno globalizado como es el fútbol. De ahí que naciones que no tienen tradición por este deporte intenten fomentarlo, como China, Arabia Saudí y Qatar, sede del Mundial en 2022. También es sintomático de esta época que la sede sea Rusia, un país nacionalista y proteccionista, cuando se enfrentan dos concepciones del mundo: los aperturistas y globalizadores frente a los ultranacionalistas.

El fútbol refuerza la identidad nacional. No puede dejar de ser político. Siempre se ha utilizado", dice Inclán

“El fútbol refuerza la identidad nacional. No puede dejar de ser político. Es un grupo de gente que representa a un país. Uno gana a otro. Siempre se ha utilizado, lo hizo Mussolini en 1934. Cuando Alemania del Este ganó a Alemania Federal  por un gol a cero en 1974 se quiso presentar como si el marxismo venciera al capitalismo. En otros ámbitos es difícil demostrar que un país es superior a otro, pero aquí es una competencia cuyos resultados son claros”, señala Roberto Inclán, analista internacional.

Resulta difícil analizar por qué unos países dominan sobre otros en el fútbol porque no sólo depende de su riqueza y bienestar. The Economist ha realizado un informe en el que incluye otras variables como el número de federados, el seguimiento por parte de la afición, cómo se fomenta la creatividad en los niños en las escuelas de fútbol, además de la tradición y el nivel de desarrollo económico y social.

A veces esas carencias, como les ha pasado a algunos jugadores africanos o latinoamericanos, han potenciado su ingenio. El actual presidente de Liberia, George Weah, jugaba en el barro y destaca como el mejor futbolista africano de la Historia.

Del Mundial 2018, que ha costado 13.000 millones de dólares y se ha celebrado en 11 estadios rusos, podemos extraer un decálogo de contenido geopolítico:

1. Las superpotencias, fuera de juego. Estados Unidos y China no han logrado plaza en el Mundial de Rusia. EEUU fue sede en 1994 y siempre se había clasificado desde entonces. De todas maneras, el deporte está en auge, con más fichajes extranjeros. Vuelve a ser anfitrión, junto a México y Canadá en 2026. La paradoja es que el actual presidente, Donald Trump, está enemistado con su vecino del Sur por la inmigración, y del Norte, por la guerra de aranceles. México, que ha logrado vencer a Alemania en esta primera fase, presume ante EEUU de su superioridad en el juego.

China albergará una Copa del Mundo mucho antes de ganarla. El fútbol es cuestión de Estado para el presidente Xi Jinping, que pretende que su país sea una superpotencia del esférico en 2050. Su plan promueve la creación de 20.000 centros de entrenamiento y una gran academia en Guangzhou, lo que supone una inversión de 185.000 millones de dólares. China perdió en la fase preliminar, en la que incluso encajó un gol de Siria.

2. La diplomacia del balón. Si bien es cierto que Putin aún no tiene esa foto deseada con algún líder europeo, su papel de anfitrión le ha permitido estrechar su relación con el príncipe heredero saudí, y también recibir al presidente surcoreano, Moon Jae-in. Artífice del acercamiento entre el líder norcoreano, Kim Jong-un y el presidente de EEUU, Donald Trump, el  presidente Moon ya recurrió a la diplomacia del deporte para unir posiciones con Pyongyang en los recientes Juegos de invierno.

Corea del Sur es la selección asiática que más lejos ha llegado. Fue en el Mundial de 2002, que organizó junto a Japón, tras derrotar a España en un partido de polémico arbitraje en cuartos de final. El Mundial de Sudáfrica de 2010, cuando venció España, era todo un homenaje a Nelson Mandela, que realizó su última aparición pública con 93 años. Mandela también había recurrido durante su vida al deporte, en concreto al rugby, como factor unificador entre la población sudafricana.

 3. Europa, cuna de países líderes en el campo. Francia y Alemania son dos de las selecciones más sólidas y suelen figurar entre las favoritas. Alemania ha ganado cuatro veces el Mundial y Francia, una. También han ganado una vez Inglaterra y España. Europa en fútbol va más allá del eje franco-alemán.

Alemania albergó el Mundial en 2006 y fue el momento en el que se reconcilió consigo misma. La Mannchaft (equipo), que en esa ocasión no fue finalista, ofreció a los alemanes la oportunidad de recuperar los colores de su bandera como símbolo de unidad de las dos Alemanias. “Llegó la unión al deporte. La canciller Merkel acababa de llegar al gobierno. Ayudó a unir las dos Alemanias en torno a la bandera”, recuerda.

La Alemania de hoy marca distancias con Mesut Özil, por dejarse ver junto al presidente turco, Erdogan, y por su escaso entusiasmo en el partido frente a México. Si hay un culpable, será el que tiene origen foráneo. A su vez, un dirigente de la ultraderechista AfD decía de Boateng, un futbolista alemán de origen ghanés que estaba bien como jugador pero ningún alemán lo querría como vecino.

El multiculturalismo triunfó en la Francia de 1998, una selección en la que fueron mayoría los hijos de la inmigración, entre ellos Zinedine Zidane, de origen argelino. Incluso el que fuera líder del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, renegó de estos Bleues más oscuros para luego rectificar una vez que triunfaron.

En la actualidad presenta este aspecto multirracial y pluricultural la selección de Bélgica. “La Bélgica de Kompany, Courtois y De Bruyne muestra cómo la nación va más allá de la sangre y la tierra donde naces”, señala Janan Ganesh en un artículo en Financial Times. Están muy por encima de las proclamas xenófobas del secretario de Inmigración, Theo Francken, que pidió a sus socios europeos que primero cerraran fronteras y luego buscaran soluciones a la llegada de refugiados. Representan el multilateralismo en un  mundo que se atrinchera cada vez más.

El esfuerzo de Islandia es meritorio. Con apenas 300.000 habitantes y poco más de un centenar de jugadores profesionales, están en Rusia y defienden con gran dignidad sus colores. Una campaña para que los niños se familiaricen con el fútbol con minicampos ha dado grandes frutos. El 97% de la población sigue los partidos de su selección. País de gran vocación lectora, demuestra su reciente pasión futbolera que las letras no están reñidas con los goles.

4. La potencia ibérica, más allá del separatismo. España tiene un peso en la competición superior a su rango como décimoquinta economía por el PIB. También Portugal, aunque no ha ganado aún ninguna Copa del Mundo, es una potencia en el torneo. Juntas serían más fuertes que el eje franco-alemán. Portugal ha sorprendido desde 2015  por haber sabido afrontar la crisis con un gobierno de izquierdas apoyado en partidos más a la izquierda. También el equipo de Cristiano Ronaldo, flamante campeón de Europa, supera las expectativas.

En el caso español es destacable cómo el desafío catalán no se ha trasladado a la selección, salvo casos aislados y ahora superados. “Para generar sentimiento de pertenencia en torno a la selección y fomentar la cohesión del grupo, Luis Aragonés en 2008 apeló al color de la camiseta, la Roja, antes que a la nación o a España”, recuerda Javier Redondo, profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. La victoria de la Roja en 2010 hizo que el apelativo triunfara globalmente. Otros países se identifican también con los colores de su camiseta (Les Bleues, Francia, por ejemplo).

5. Los Balcanes, la generación de la postguerra. El equipo nacional de Yugoslavia era temible en el siglo XX. Si no se hubiera desintegrado el país en 1991, y la selección como tal en 1992, habrían seguido entre los mejores del mundo. Aún así Serbia y Croacia pueden tener recorrido en este certamen. Yugoslavia fue una de las cuatro naciones europeas que participó en el primer Mundial.

En Croacia juega Ivan Rakitic, hijo de un ex futbolista y su esposa, asentados en la población suiza de Möhlin en 1985. Tres años más tarde nació Rakitic, hoy jugador del Barcelona. Croacia es un país exportador de talentos y ahora empieza a recoger sus frutos. “Puede dar una sorpresa”, dice Inclán. De los Balcanes siempre surge lo inesperado. La UE tendría que forzar la máquina para estrechar lazos.

Muchos balcánicos están en la selección de Suiza, país donde se refugiaron unos 200.000 kosovares en los 90. La selección de Kosovo es miembro de la FIFA y del UEFA desde mayo de 2016 pero no se clasificó para Rusia.

Xherdan Shaqiri, que presume de tatuaje con la bandera kosovar en un tobillo y la suiza en el otro, Valon Behrami y Blerim Dzemaili nacieron en los Balcanes. Granit Xhaka, Josip Drmic, Mario Gavranovic, y Jaris Seferovic lo hicieron ya en Suiza. El seleccionador de Suiza es Vladimir Petkovic, de Sarajevo, que ya era jugador cuando se declaró la guerra.

6. Italia juega en otra Liga. La Azzurra se ha quedado fuera de la competición en esta ocasión. Cuatro veces campeones del Mundo la eliminación del equipo generó gran indignación entre los seguidores de dentro y fuera de Italia. Suecia dejó fuera a Italia, que no lucha por el Mundial por primera vez desde 1958.

También es la primera vez que Italia tiene en su gobierno a un combinado populista formado por la ultranacionalista Liga y el Movimiento 5 Estrellas. El líder de la Liga, Matteo Salvini, ministro del Interior, ha ocupado en las portadas el espacio que otras veces se dedica al fútbol. Salvini está dispuesto a todo para dejar claro al mundo que Italia es lo primero, y que no está dispuesto a que su país acoja a más inmigrantes ilegales. Es uno de los hombres fuertes de esta nueva era de barbarie ultraproteccionista.

7. América, continente de reyes del balón. Brasil es el país que más Copas del Mundo ha ganado, cinco. Perdió en su Mundial, como si estuviera anunciando en el campo el inicio de una decadencia económica y política en la que ahora está sumido el país. Encajó siete goles frente a Alemania y luego quedó cuarta. Sin embargo, siempre está entre las superpotencias. La mayor parte de sus jugadores compiten en las ocho ligas más importantes del mundo. Solo tres de los seleccionados juegan en el país.

Según Oxfam, el 5% de la población brasileña controla la misma riqueza que el 95% restante. En un estudio titulado Mundial político del consultor Antoni Gutiérrez-Rubí se revela cómo el sueldo anual de Neymar serviría para pagar el sueldo mínimo mensual de 154.511 personas, dos veces la favela más grande de Río.

Argentina y Uruguay figuran entre los países que han ganado dos veces la Copa del Mundo. En esta edición Argentina está por debajo de su nivel. El profesor Roberto Inclán lo relaciona con las críticas al seleccionador, Jorge Sampaoli, kirchnerista declarado, que ha sido muy criticado y ha dejado desnortado al equipo. En Argentina se vive una nueva etapa política, más conservadora, desde la victoria de Mauricio Macri el año pasado.

Uruguay merece capítulo aparte. Organizó y ganó el primer Mundial en 1930. Con una población de poco más de tres millones de habitantes, su número de federados es elevadísimo, y la pasión por el fútbol se vive desde la cuna. “Como todos los uruguayos, nací gritando gol”, decía Galeano. La selección mexicana emerge ahora con fiereza mientras a mitad de la competición, el 1 de julio, se celebran unas elecciones en las que el izquierdista López Obrador puede ganar la Presidencia del país.

 8. África, la eterna promesa. “Desde aquel Camerún del Mundial de Italia en los 90 siempre miramos a los equipos africanos con esperanza. En 2006, 2010 y 2014 Costa de Marfil generó expectación pero no pasó de primera ronda. Nigeria siempre es un grupo fuerte. Pero son muy anárquicos. Tienen mucha potencia física, pero les faltan los conceptos tácticos y la disciplina europea la táctica europea”, señala Redondo. La mayor gesta africana la protagonizó Camerún cuando se enfrentó en cuartos a Inglaterra en 1990 en un parido memorable, para muchos el mejor de ese Mundial.

“Ha tenido un retroceso. Se decía que en el futuro África sería una gran potencia futbolísticamente. Había escuelas de fútbol, sus jugadores comenzaron a frecuentar las ligas más potentes. Se pensaba que habría un desarrollo mayor. Hay falta de constancia en la formación de jugadores”, afirma Inclán.

La explosión demográfica del continente es una bomba de relojería. El continente superará los 1.000 millones en 2020 y en 2050 allí vivirá la cuarta parte del planeta. Sin inversiones millonarias en infraestructuras y educación, los flujos migratorios serán masivos y nada habrá que los detenga.

9. Un Irán con mujeres en la delantera. Las iraníes no pueden elegir a una mujer como jefe del Estado. Es uno de los países con mayor brecha de género de los que compiten en Rusia, según el Global Gender Gap. Arabia Saudí, su rival en la zona, es aún peor. Sin embargo, muchas mujeres luchan como activistas en defensa de los derechos de sus conciudadanos, a riesgo de acabar en la cárcel.

Una de las aficiones que comparten con los varones es el fútbol. Es una válvula de escape. Sin embargo, el régimen iraní no ha permitido que hombres y mujeres acudan juntos a ver la retransmisión de los partidos de su combinado, que juega en el grupo de España. El fútbol une a la población más allá de su cercanía o crítica al régimen. Las mujeres abanderan esa reivindicación por el disfrute en común del espectáculo.

En contraste, todos los países del grupo E (Brasil, Costa Rica, Suiza y Serbia) han contado con una mujer como presidenta o jefa del gobierno. Según la Unión Interparlamentaria, solo tres parlamentos en el mundo tienen una representación del 50% en sus bancos: Ruanda, Cuba y Bolivia.

10. Israel y los países árabes, en el banquillo eterno. Arabia Saudí inauguró este Mundial con una derrota histórica de 5-0 frente al anfitrión. Los saudíes enviaron esta temporada a nueve jugadores a la liga española para que tomaran nota de la práctica del rondo.

Egipto, muy dado al mesianismo, confiaba todo a un hombre, en este caso Mohamed Salah, y se ha quedado en esta ronda. Marruecos, gran exportador de jugadores, ha lidiado con los potentes vecinos ibéricos del norte, y también llegó Túnez, esa democracia débil pero emergente, hasta esta ronda. Qatar, el pequeño emirato de menos de tres millones de habitantes, albergará el próximo Mundial, que cambiará de fecha por las altas temperaturas caniculares.

Israel nunca se ha clasificado para un Mundial porque compite en la fase previa con los equipos europeos, lo que limita mucho sus posibilidades. De sus dificultades da cuenta cómo se anuló el amistoso con Argentina antes del Mundial. Con sus vecinos la batalla va más allá del balón.

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