Pedro Sánchez, aupado al poder por una moción de censura por la que nadie daba un duro, se ha plantado en Moncloa con la naturalidad del político nacido para gobernar. Su imagen ha crecido muchos enteros, se ha convertido de la noche a la mañana en el golden boy de la política europea. Macron le hace arrumacos provocando los celos de Albert Rivera.
Le hemos visto corretear por los jardines de la residencia presidencial, acariciando a su perro con una desenvoltura que casi asusta. Cuando llegó el equipo de RTVE para grabar su primera entrevista televisada como presidente del gobierno, dedicó algunos minutos a enseñarles a Ana Blanco, Sergio Martín y José Antonio Gundín los salones del palacio como si se hubiera criado allí.
A Sánchez el poder le sienta como un guante. En ese primer encuentro con la televisión actuó con aplomo y se ciñó a un guión establecido previamente por su equipo asesor. El miércoles, en la primera sesión de control al gobierno socialista, el presidente estuvo moderado en el fondo y en la forma, e incluso se permitió el lujo de perdonarle la vida al aguerrido portavoz del PP, Rafael Hernando.
El líder del PSOE ha ido ganándose poco a poco la fama de hombre de Estado. El apoyo al gobierno en la aplicación del 155 en Cataluña le hizo ganarse la confianza de Rajoy, que se apoyó en él preferentemente, aunque sólo fuera para ningunear a Rivera.
Cuando ya tenía garantizados los votos de la moción de censura, tuvo un gesto que significaba todo un cambio en la reciente trayectoria política del PSOE sanchista: "El PP no es un partido corrupto", aseguró ante los asombrados ojos de la bancada popular. ¡Qué lejos quedaba ya aquel debate amargo en el que acusó al ex presidente del gobierno de no ser "una persona decente"!
Lo que ahora vemos, por tanto, no es fruto de una extraña mutación, sino un proceso de meses en el que Sánchez ha entendido que su partido sólo podrá ganar las elecciones si él se comporta de manera institucional, priorizando su papel como hombre de Estado.
A muchos le sorprendió la solidez del gobierno que conformó en apenas unos días. Pero con la mayoría de sus ahora ministros llevaba meses hablando. Tan solo le dijeron "no" dos personas, las dos de su partido: Miquel Iceta y Guillermo Fernández Vara. La metedura de pata de Màxim Huerta también es atribuible a él y sólo a él, como también la decisión de destituirle en menos de 24 horas.
La incógnita ahora es cómo va a gobernar y, sobre todo, qué va a hacer con Cataluña.
El presidente ha asumido que tiene que actuar como hombre de Estado y gobernar para la mayoría. En Cataluña habrá política de gestos, pero no cesiones que supongan cuestionar la soberanía nacional
Las personas de su entorno coinciden en una cosa: "El presidente no va a asumir riesgos innecesarios". En esa clave es como hay que interpretar la decisión de Sánchez de aplazar hasta la próxima legislatura la reforma del sistema de financiación, que ha provocado la respuesta airada de comunidades gobernadas por socialistas como Andalucía o Valencia.
Abrir ahora ese debate hubiera llevado a reabrir un nuevo frente catalán. La Generalitat, controlada por los independentistas, quiere una negociación bilateral, rompiendo con el esquema actual en el que la financiación se negocia en una mesa en la que participan todas las comunidades. Habrá, por tanto, más dinero, en forma de inversiones -y de ahí la importancia de Fomento, cartera en manos de José Luis Ábalos- pero no se pondrá sobre el tapete la reforma del sistema hasta la próxima legislatura, en la que el PSOE tratará de alcanzar la mayoría de la Cámara.
En sólo dos años (los que quedan de aquí a las próximas elecciones generales, una vez desvelada la duda sobre la duración de la legislatura) Sánchez tiene que lograr que su partido dé un saldo de gigante de entre 35 y 50 escaños (ahora el PSOE tiene 84), una mayoría que le permita gobernar pactando con Podemos o incluso con Ciudadanos.
¿De dónde van a salir esos votantes? Por supuesto, del centro y, en mucha menor medida, de la izquierda. Por tanto, las políticas a aplicar van a ser las que puedan ser aceptadas por personas que ahora votan a Ciudadanos o que incluso no generen rechazo en el votante moderado del PP.
Sánchez sabe que Cataluña va a ser su prueba de fuego. La palabra/milagro que circula por los pasillos de Moncloa es "desinflamar". Lo cual quiere decir que se va a hacer lo posible por rebajar la tensión pero sin modificar esencialmente la posición mantenida hasta ahora, que consiste en respetar la Constitución y no aceptar ni por asomo la repetición de un referéndum como el del 1-O.
El gobierno ha detectado que también en Cataluña hay muchos ciudadanos, incluso independentistas, deseosos de rebajar la tensión, partidarios de la "desinflamación". El presidente ya está tendiendo puentes con ellos. Sin renunciar a la pretensión de la independencia, Marta Pascal puede jugar un papel relevante en esta etapa. Como también Oriol Junqueras, una figura que irá creciendo en los próximos meses.
Iglesias será socio preferente y tendrá protagonismo en el diseño de las políticas sociales, pero, a cambio, tendrá que apoyar el techo de gasto y los presupuestos de 2019
El acercamiento de presos a Cataluña, una vez concluida la instrucción, forma parte de esa galería de gestos. ¿Qué ocurrirá tras la sentencia? Para esa pregunta no hay respuesta todavía. Pero no se descarta un indulto si los condenados lo solicitan.
El otro flanco sensible de este gobierno pensado para dos años es la relación con Podemos. La coalición que lidera Pablo Iglesias es el principal sustento parlamentario del gobierno y, por tanto, Sánchez sabe que les debe un trato preferencial.
Habrá también gestos hacia Podemos. Sobre todo, en políticas sociales y en la política inmigratoria. Lo que va a intentar Sánchez es que Podemos le apruebe el techo de gasto y los Presupuestos de 2019. ¿Se conformará Iglesias con un papel subalterno? El líder de Podemos no tiene mucho margen de maniobra. De hecho, es el menos interesado en hacer caer al gobierno y, por tanto, sus quejas no tendrán una traslación al equilibrio de mayorías de la Cámara.
Se cumplirá el objetivo de déficit y se intentará mantener la creación de empleo. Se crearán nuevos impuestos y se destoparán las cuotas a la Seguridad Social para financiar las pensiones
En economía no habrá grandes cambios. La elección para esa cartera fundamental de Nadia Calviño -que presidirá la Comisión de Subsecretarios- es todo un aviso a navegantes. El cumplimiento del objetivo de déficit seguirá siendo prioritario, como mantener el ritmo de crecimiento económico. ¿Habrá subida de impuestos? Seguramente el IRPF se mantendrá como está, aunque es muy probable que se creen nuevos impuestos medioambientales, que suba el impuesto de hidrocarburos o que se implante una tasa a las transacciones financieras a la banca o que se elimine el tope de cotización máxima a la Seguridad Social con el objetivo de reducir el déficit del sistema de pensiones.
El objetivo es llegar al verano de 2020 manteniendo el ritmo de creación de empleo por encima de los 400.000, un PIB por encima del 2,5% y un déficit claramente por debajo del 3%.
Si eso lo logra y, además, consigue rebajar la tensión en Cataluña sin que se ponga en cuestión la Constitución, es muy probable que Sánchez lleve a su partido en las próximas elecciones por encima de los 130 escaños. Pero ese objetivo dependerá en gran medida de cómo resuelva el PP su crisis de liderazgo.
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