Antes de exhumar a Francisco Franco del Valle de los Caídos, ya podría el Gobierno de Pedro Sánchez preocuparse de sacar también al Ratoncito Pérez de la Basílica donde yacen los restos del dictador con flores frescas cada día sobre su tumba.
No es precisamente a este hada de los dientes a la española a quien una esperaba encontrarse al entrar al visitar el templo, que por cierto ha duplicado el número de visitas turísticas desde que el Gobierno anunciara su intención de exhumar los restos de Francisco Franco.
A la entrada al Valle de los Caídos, tras pagar los nueve euros de rigor a Patrimonio Nacional, no tienen los 4.000 visitantes que lo visitan cada fin de semana ayuda alguna de un folleto o audioguía donde le recuerden qué tipo de monumento está visitando ni que Franco lo construyó en honor a su "gloriosa Cruzada". Unos carteles alertan prudentemente del peligro de incendio en todo Cuelgamuros. Nada tienen que ver con lo caldeado que está el ambiente con la Ley de Memoria Histórica, contra la que decenas de personas protestaron el pasado fin de semana exhibiendo banderas y símbolos franquistas, sino con el Seprona que vela por el bosque de coníferas y robles de este paraje natural de 1.365 hectáreas de la Sierra de Guadarrama.
Hay que traerse la Wikipedia leída de casa para saber que hay más de 30.000 combatientes españoles de ambos bandos de la Guerra Civil enterrados allí en lo alto. Ninguna placa los homenajea con sus nombres y apellidos, como tantos otros países tienen para honrar a sus soldados caídos en combate. Por no haber ni tan siquiera hay constancia que oriente al turista que visita el templo dónde yacen sus cuerpos.
Esto es lo que más sorprende a Frances, una universitaria de Texas que aprovechando que pasa una temporada en Madrid ha ido a visitar el Valle de los Caídos con su novio. Alaba lo impresionantes que son las vistas del valle, a 1.400 metros de altura desde el risco en el que se erige la Basílica. Sabe la norteamericana que en las últimas semanas hay polémica en España porque Pedro Sánchez ha anunciado que sacará los restos del dictador de allí "en breve", por eso se animó a visitarlo. "Se hace un poco raro que estén aquí los restos de Franco", comenta esta veinteañera en perfecto castellano. "Pero se me hace más extraño que no haya información, pensé que esto sería como un museo. Si no sabes que fue un dictador aquí no te lo cuentan".
Algo de información, para ser justos, sí que hay. Un cartelito en inglés y en español explica que la pared de la gran nave de entrada a la Basílica, a la que estar a media luz aumenta su ya de por sí elevada tenebrosidad, está custodiada por Los cuatro jinetes del Apocalipsis, unos tapices que dan la bienvenida al visitante. La segunda es la que recuerda que Franco, Caudillo de España, inauguró el templo el 1 de abril de 1959.
Dentro, junto al altar mayor, las tumbas de José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco que cualquiera puede visitar bajo la atenta mirada de una empleada con el distintivo de Patrimonio Nacional que vigila que nadie haga fotos. "¿No serás periodista?", inquiere cuando le pregunto si ha notado últimamente el aumento de visitantes. "Nos han dicho que no hablemos con nadie", añade como disculpa.
Unos turistas franceses logran escapar de su mirada y sacan con el móvil una imagen de la cúpula. Un señor de pelo blanco que también se ha acercado a visitar la Basílica espera un rato hasta librarse de la vigilante para hacerle una foto a la tumba de Franco. Lo adornan siete ramos de flores frescas y ninguna placa informativa. Ni siquiera consta la fecha de su muerte el 20 de noviembre de 1975, fecha en la que algunos nostálgicos del franquismo siguen acercándose hasta allí para homenajearle.
Si algún visitante del Valle de los Caídos quisiera saber más de Catalina de Habsburgo o cualquier otro monarca de los Austrias no tendrá problema en encontrar varios libros sobre ellos en las estanterías de la tienda de souvenirs de la Basílica. No hallará el curioso, sin embargo, bibliografía sobre Franco ni la dictadura. Lo más parecido es un DVD titulado La reconciliación Bajo la Cruz, un documental que en 2012 presentó Pio Moa en el CEU, elaborado por la Asociación Sol, que según su página web "actúa con las supremas miras de evangelizar" según la doctrina social de la Iglesia.
No hay mucho más donde elegir. Así que si Frances o cualquiera de la treintena de turistas que como ella recorren un día cualquiera como este los alrededores de la Basílica haciéndose selfis se hubiera querido informar más sobre ese tal Franco, la versión que venden en la tienda del Valle de los Caídos le contaría que "el mismo día que terminó la Guerra Civil se dictó un decreto disponiendo la creación de un monumento que simbolizaría el hermanamiento de las dos Españas".
Jabones, caramelos y colonias
Mientras la exhumación centra la polémica sobre el controvertido monumento que le cuesta al Patrimonio Nacional 1.836.300 euros anuales, este sigue careciendo de información objetiva y oficial sobre el mismo que aclare, por ejemplo, que según el decreto que el 1 de abril de 1940 firmó Franco para la construcción del Valle de los Caídos, el dictador quería era "que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que les legaron una España mejor (...) los héroes y mártires de la Cruzada". Y con tal fin lo erigió.
Así que a falta de contexto histórico alguno para orientar al visitante de la que sigue siendo la mayor fosa común de España, se venden a la entrada de la Basílica del Valle de los Caídos caramelos de violetas, jabones de los Reales Sitios de España y agua de colonia como del Secreto de Puente Viejo. Muchos recuerdos para tan poca memoria. Y justo ahí, junto a los marcapáginas para quien quiera llevarse un souvenir, venden los libros del Ratoncito Pérez. Además de las 100 pegatinas de regalo, tienen la ventaja de no esconder que es un cuento.
Dos señoras argentinas se llevan un par de imanes de nevera con la Cruz del Valle de los Caídos. Les toca esperar porque en la tienda de souvenirs de la Basílica el pago con tarjeta no funciona. ¿No hay cobertura en la Basílica? "Es que aquí no hay wifi ni ADSL, la línea va por el cable de cobre como el teléfono de antes", explica la dependienta "Y tarda muchísimo", añade. Por si a alguien le quedaba alguna duda, el siglo XXI aún no ha llegado al Valle de los Caídos.
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