Pedro Sánchez ha convertido la exhumación del cadáver de Franco en uno de los ejes centrales de su actuación política. No hay una demanda social para que se saquen de allí sus restos, pero al PSOE siempre le ha salido rentable agitar el fantasma del dictador cuando ha querido colocar al PP en una posición incómoda, como si fuera el partido heredero del Movimiento Nacional. Ya que el eje izquierda/derecha se ha difuminado bastante con el paso del tiempo, una forma de reavivarlo es resucitar a Franco.
También es una forma de dar cuartelillo a Podemos, su socio más relevante, cuyos líderes, que no pudieron luchar contra la dictadura porque eran pequeños o no habían nacido, quieren reivindicar su antifranquismo arremetiendo contra sus huellas allá donde se encuentren.
Sacar a Franco del Valle de los Caídos parece más difícil de lo que piensa el presidente del Gobierno. Ni hay un acuerdo con la familia del generalísimo, ni el prior de la orden de los Benedictinos, que custodia el templo donde se encuentra su tumba, está dispuesto a ceder a las presiones políticas, como bien ha explicado en estas páginas Antonio Salvador.
La cuestión es: un vez exhumado el cuerpo, ¿qué se puede hacer con el Valle de los Caídos?
En mis años universitarios había dirigentes en el Partido Comunista y de otros grupos de izquierda -todos ilegales- que pensaban que lo mejor que se podía hacer con aquel mamotreto era dinamitarlo. Era una forma un tanto violenta pero expeditiva de acabar con el monumento que mejor representaba al franquismo.
En su concepción, en su realización, en su estética, el Valle de los Caídos representa la esencia del franquismo. Entonces, ¿por qué sacar los restos del dictador de allí?
Ahora bien, si la pretensión del Gobierno es conservar la cripta y la gran cruz, visible a más de 40 kilómetros, no entiendo muy bien lo que se quiere hacer allí.
Sostiene Sánchez que en Europa no hay monumentos a los dictadores. Pero eso no es cierto. En puridad, el Valle de los Caídos tampoco es un monumento a Franco, como sí lo eran sus estatuas ecuestres, que ya fueron retiradas de calles y plazas. Es la representación estética más genuina de lo que fue el régimen. Su grandilocuencia, su pretendida espiritualidad, su frialdad... El conjunto resulta un tanto siniestro, a lo que se añade el hecho de que fueron los presos republicanos los que llevaron a cabo la faraónica obra.
Cuando uno visita el campo de exterminio de Auschwitz no espera otra cosa que comprobar el horror del que fueron capaces los jefes nazis con los presos de origen judío. Auschwitz no es entendible sin los restos de la barbarie. Como tampoco lo sería el mausoleo de Lenin sin el cuerpo embalsamado del líder de la revolución bolchevique. Estos son sólo dos ejemplos de que en Europa las dictaduras y los dictadores tienen también sus monumentos.
Sería bueno que el franquismo se estudiara en las escuelas sin sectarismo pero con detalle, para que los más jóvenes sepan lo que fue vivir sin libertad en España durante casi 40 años.
El Valle de los Caídos sería el escenario ideal para, por ejemplo, ubicar un centro de interpretación del franquismo. Y no lo que es ahora, un lugar de culto para los nostálgicos donde, por cierto, nada ni nadie explica por qué se construyó y cuál era su finalidad.
Intentar convertirlo en una cosa distinta sería un error garrafal. Tiene todo el sentido que los restos de Franco permanezcan allí. Aunque él no dejó escrito que quisiera ser enterrado en el monumento del que se sentía más orgulloso, la decisión del Rey Juan Carlos hizo posible, tal vez sin pretenderlo, que se concentraran allí los símbolos más emblemáticos de la dictadura, Franco incluido.
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