Una mujer poderosa en el partido, con el apoyo del mayor bastión, Andalucía, y el bagaje del Gobierno a sus espaldas. Una figura fuerte, consolidada y ambiciosa que se desmorona en su primera batalla de primarias. Hace 10 meses esta reseña podría ajustarse a la perfección a la presidenta de la Junta de Andalucía y candidata a las primarias del PSOE, Susana Díaz. Y sin embargo, a 21 de julio de 2018 la descripción lleva al PP, a las antípodas políticas del socialismo, donde una todopoderosa Soraya Sáenz de Santamaría también cayó derrotada por la promesa de renovación. Líderes, en definitiva, que no consiguieron llegar a su meta.
La victoria de Pablo Casado en el XIX Congreso Nacional del PP no sólo acaba con la era Mariana; también deja grandes damnificados: No tanto en el partido -Casado promete integración-, sino en la esfera moral, donde algunos pesos pesados del PP afines a Santamaría ya habían dibujado su victoria. El giro de los acontecimientos moldea ahora las aspiraciones de quienes apoyaron a la ex vice y muestra a un partido que quiere pasar página, como ya hizo el PSOE en el Congreso que dio el liderazgo a Pedro Sánchez.
Un triunfo por sorpresa. La candidatura de Casado fue inesperada: se alejaba de los dos bandos tradicionales en el Partido Popular que hasta ahora habían manejado la formación. Hace un mes, a comienzos de campaña, su victoria se hacía impensable. También lo era la de Sánchez. En abril de 2017, volver al trono del PSOE era sólo una posibilidad remota para el ahora líder socialista.
Susana Díaz y Sáenz de Santamaría tuvieron grandes apoyos y contaban también, de una u otra forma, con el respaldo del aparato del partido. La baronesa andaluza contó con el favor indisimulado de la comisión gestora, mientras Sáenz de Santamaría ha tenido de su parte a los principales dirigentes del PP como Fernando Martínez Maíllo y el discreto sostén de la Comisión Organizadora del Congreso, que rechazó la celebración de un debate entre los dos candidatos, una de las peticiones de Casado.
Uno de los argumentos utilizados por Santamaría en campaña fue la inexperiencia de su rival en asuntos de Gobierno frente a su nutrida experiencia en el Ejecutivo. Una baza que también fue utilizada por la baronesa socialista, que sacó pecho de su gestión andaluza y reprochó a Sánchez sus derrotas electorales. En ambos casos el efecto boomerang hizo lo propio y la mochila gubernamental se convirtió en un lastre. En el caso de la andaluza, por presidir la comunidad con la mayor tasa de paro y la economía más debilitada, y en el caso de Santamaría por haber liderado la fracasada Operación Cataluña.
La apuesta por el centro político frente al esencialismo
Tanto Santamaría como Díaz tenían una estrategia clara en el tablero político: conquistar los votos del centro y a los votantes que huyeron a Ciudadanos. Si el susanismo quería conquistar el centro para ganar ocho millones de votos, Soraya Sáenz de Santamaría ya anunció su intención de "abrir el PP al centro derecha" para "recuperar los tres millones de votos perdidos en 2015" mediante este viraje. Ninguna de estas promesas surtieron los efectos deseados y las bases eligieron ideología ante pragmatismo.
Porque Casado ha apostado estas semanas por "los principios, ideas y referentes" del PP. Una vuelta a las esencias de la derecha que son el reflejo de la estrategia de Sánchez en el Congreso Federal del PSOE, donde reivindicó "la izquierda sin complejos". El flamante líder del PSOE también enarboló la bandera del partido este sábado y llamó a "dar la cara" para encabezar la derecha "sin complejos".
Y es que Sáenz de Santamaría se presentó como la candidata más querida entre los votantes, pero no entre los afines al PP, según una encuesta de El Independiente. De igual manera, Susana Díaz se reveló hace unos meses como una buena candidata electoral que cosechaba éxitos electorales y sin embargo no fue capaz de recabar el afecto de su militancia.
En esto también influye la trayectoria política de la candidata. Las derrotadas, tanto Díaz como Santamaría, habían abierto sendas guerras en la organización. La ex vicepresidenta tenía una pugna abierta con María Dolores de Cospedal que se hizo evidente en mitad de la crisis por el máster de Cristina Cifuentes. Pero la lucha de poder en el PP llevaba fraguándose años y los bandos en el PP estaban declarados. No fue así en el caso de Díaz, que siempre fue una persona de peso en la Ejecutiva y que llegó incluso a apoyar a Sánchez en las primarias 2014. La ruptura llegó en el comité que provocó la dimisión de Sánchez, cuando la presidenta andaluza utilizó todas sus influencias para desestabilizar al secretario general. Las malas artes fueron castigadas en las urnas.
La sombra de una fractura en el partido pudo ser el peso que decantó la balanza. La condescendencia, rayana la soberbia, que mostraron ambas candidatas en sendas campañas fue castigada por la militancia de PP y PSOE, Ambas se veían vencedoras sin fisuras. Contaban a su favor al feudo más importante del país, tanto en población como en representación: Andalucía. En el caso de Díaz, su baronía le brindaba el apoyo cerrado de toda la comunidad, a excepción de un puñado de socialistas como Alfonso Gómez de Celis.
En el caso de Santamaría, obtuvo una victoria rotunda en Andalucía en la primera fase y todo el aparato del PP andaluz se volcó en su campaña: Javier Arenas, Juan Manuel Moreno, Antonio Sanz... un respaldo fundamental, porque suponía más de 500 compromisarios de los 3.082 totales. Una sexta parte de la organización estaba, a priori, con la candidata popular. Pero el sector crítico con el sorayismo, encabezado por Juan Ignacio Zoido, abanderó a Casado en tierra hostil. En ninguno de los dos casos la baza andaluza garantizó la victoria.
El gran abismo entre Santamaría y Díaz reside en su círculo de poder. Mientras la presidenta andaluza mantiene la Presidencia de Andalucía y permanece atrincherada en el Palacio de San Telmo, la ex vicepresidenta de Gobierno tiene sólo el retrato de lo que fue. El futuro de esta promesa queda ahora en manos de Casado.
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