Fuera de juego. Podemos, que hasta hace unos meses se decía llamado a cambiar el curso de los tiempos, ha abandonado sigilosamente de la competición política. Entre el silencio de sus caras más visibles y los intentos frustrados por marcar la agenda, la organización se ha descolgado de los tres principales partidos, según todas las encuestas. La salida de escena de su secretario general, Pablo Iglesias, y de su número dos, Irene Montero, tras el nacimiento prematuro de sus mellizos, ha dejado abandonado a su suerte a un aparato que se ha demostrado incapaz de funcionar sin la voz de sus dos líderes.
La moción de censura de Pedro Sánchez abría una oportunidad histórica para Podemos, por primera vez necesario para la acción de Gobierno. Iglesias y Montero estaban ya fuertemente desgastados por la compra del chalet de 600.000 euros y la consulta sobre su continuidad en la que uno de cada tres militantes pidieron su dimisión. Pero el nuevo Ejecutivo socialista abría una ventana para mostrarse como una fuerza útil capaz de cambiar la realidad implementando sus políticas. El plan de Iglesias consistía en resurgir con Sánchez y atribuirse sus éxitos parlamentarios, en una estrategia que tuvo éxito en sus primeros pasos, con la admisión a trámite de algunas iniciativas que habían sido abanderadas por la formación morada.
Pero la ausencia sobrevenida de Iglesias y Montero ha revelado a un partido sin voz propia más allá del impacto de sus líderes. Las circunstancias personales de la pareja les obligarán a ausentarse durante varios meses, ante el estado extremadamente prematuro de sus hijos. El secretario general de Podemos mantiene contacto permanente con su núcleo duro a través de los canales de mensajería para dirigir algunas acciones, pero su falta se ha hecho evidente, tanto en el fondo -el discurso inconsistente- como en la forma -su escaso impacto mediático-.
No hay más voces en la organización que la de Iglesias y Montero. El exilio político al que se vieron obligados dirigentes fundadores mediáticos y de primer nivel como Carolina Bescansa o Íñigo Errejón ha llevado a la organización a quedar sin perfiles autorizados más allá de sus dos principales dirigentes. El protagonismo ahora ha recaído sobre el núcleo duro de Podemos, definidos porque son aquellos que apoyaron a Iglesias en la Asamblea de Vistalegre 2: Rafael Mayoral, Ione Belarra o Noelia Vera han quedado como los principales valedores del partido en el Congreso, mientras el secretario de Organización, Pablo Echenique, lo hace en el ámbito mediático, aunque la repercusión de sus mensajes no es ni mucho menos comparable a la de las dos primeras espadas.
Sin los directores de orquesta, la canción de Podemos queda desafinada. El hiperliderazgo del partido y su fuerte dependencia de Pablo Iglesias e Irene Montero ha hecho que, en su ausencia, el discurso quede deshilachado, sin contundencia en sus mensajes. Este vacío ha dejado suficiente espacio al PSOE para conquistar materias hasta ahora abanderadas por la organización del 15M. La inmigración, el feminismo o el diálogo con Cataluña han sido cuestiones que han estado en primera línea para los morados. Si los socialistas hubieran apostado hace meses por estas cartas, los de Iglesias no hubieran dudado en atribuirse el mérito de haber llevado a primer plano estos asuntos, pero la falta de coordinación les impide capitalizar estos cambios. En las últimas horas, la formación ha tratado de recuperar el pulso a través de hemeroteca, lanzando viejos vídeos de sus líderes para reafirmar sus posiciones y suplir el vacío generado en las seis semanas de baja por paternidad.
Podemos se ha revelado como un partido que no es de Gobierno ni de oposición
Desde la desaparición de Iglesias y Montero Podemos se ha convertido en un partido que se revela incapaz de elevar propuestas que le devuelvan al foco de actualidad. El de Iglesias no es un partido de Gobierno, pero tampoco de oposición. No consigue influir en la acción de Gobierno y tampoco muestra posiciones contundentes ante las últimas polémicas de Sánchez. Silencio sepulcral después de que el presidente utilizara el avión oficial para ir al concierto de The Killers en el FIB, alegando que se trataba de una cuestión de seguridad, el mismo argumento que poco después usaría Sánchez.
Tampoco ha pronunciado una palabra sobre la política de nombramientos, por la que el Gobierno repartió las direcciones del CIS, de Correos y de Paradores a dirigentes socialistas. En el caso del fichaje de Begoña Gómez, la esposa de Sánchez, para un puesto de nueva creación en el IE Business, Podemos dio una tibia reacción en la que cargaba contra la institución, de financiación público-privada, y en la que ni siquiera mencionaba al presidente de Gobierno.
En este ínterin, Podemos ha atravesado distintas crisis que no ha conseguido solventar. La primera de ellas fue el órdago de la dirección andaluza de Teresa Rodríguez, que se resistió a utilizar el nombre del partido para la marca electoral. Después de una batalla con el secretario de Organización, y sin los toques de atención de Iglesias -que en otras ocasiones ya ha lanzado advertencias a la corriente anticapitalista-, Rodríguez desoyó a la dirección estatal y optó por un nombre propio, en un fracaso en toda regla para el núcleo duro del pablismo, decidido a imponer la marca Podemos pese al fuerte desgaste sufrido.
Podemos se queda huérfano en un año clave, con tres citas electorales y sus primeras municipales
El desgaste de Ada Colau en Barcelona tampoco ha tenido respuesta por parte de la organización. La alcaldesa, una de las voces más reconocibles de la organización, se ha enfrentado a su tercera reprobación en el ayuntamiento de la Ciudad Condal por la crisis de los manteros sin que Podemos defienda su gestión o mantenga una posición clara sobre este asunto. En lugar de eso, recriminan a Ciudadanos su oposición al top manta masivo.
El distanciamiento de Colau se une a la situación de Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid. La primera edil, otra de las alcaldesas del cambio de las que Podemos ha hecho bandera, busca alejarse de los tentáculos de Podemos y quiere elegir a su propio equipo como condición de presentarse a la reelección en 2019. En caso de que se produzca, Iglesias perdería el control de uno de sus principales bastiones.
Podemos está paralizado y la baja de Iglesias y Montero aspira a prolongarse varios meses en un curso de especial relevancia, con tres citas electorales en las que los morados se presentan por primera vez a nivel municipal. La complejidad del proceso ha llevado a verticalizar la organización, pero la actual inoperancia de la cúpula, actualmente descabezada, podría dificultar la campaña electoral.
Sin embargo, los episodios más difíciles se viven en el Congreso. Uno de ellos fue la desastrosa gestión de la renovación de RTVE. Los movimientos de Podemos, antes de que Iglesias y Montero salieran de la palestra pública, sembraron la desconfianza con el Gobierno. La negociación con los periodistas seleccionados para dirigir el ente público sin negociar con Pedro Sánchez levantó ampollas y distanció a morados y socialistas. En la última de las votaciones de la lista pactada, ya sin sus líderes, un “error” impidió la elección. La reacción del partido fue auspiciar sospechas y sugerir que el error había sido intencionado. Sus posibilidades de tomar parte en la nueva RTVE se esfumaban, y tuvieron que tragar con una administradora única elegida por el Gobierno.
En cuanto a la acción de Gobierno, el PSOE se quedó solo en el Congreso defendiendo su techo de gasto. Podemos no apoyó las cuentas, y exigió un “pacto anti austeridad” para aprobarlas. En septiembre este proyecto volverá a la Cámara Baja para volver a votarse. La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, adelantó que presentarían las mismas cuentas, pero el partido de Pablo Iglesias busca negociar las cifras y dar más liquidez a las autonomías. En este sentido se han pronunciado algunos de sus dirigentes, como el responsable de Economía del partido, Nacho Álvarez, que este viernes en El País fijaba las condiciones que tenía que aceptar el Gobierno para apoyar su techo de gasto.
Pero Podemos grita en el desierto. Sus intentos por condicionar la acción del Ejecutivo tienen una repercusión limitada y no consiguen el impacto deseado: los socialistas hacen oídos sordos a estas peticiones, conscientes de que tienen el viento a favor y una buena perspectiva electoral, en vista de las últimas encuestas. El PSOE sería el ganador rotundo si se celebraran elecciones hoy, según el último barómetro del CIS, y el partido de Pablo Iglesias quedaría en último lugar con 28 diputados menos, consiguiendo uno de sus peores resultados históricos. La tendencia viene confirmada en otras encuestas publicadas en los últimos meses, como la de Metroscopia o la de Sigma Dos para El Mundo de mediados de julio, donde Podemos consiguió un 16,1%.
El desgaste de Iglesias y Montero por el chalet y el rechazo entre los suyos anticipó la histórica caída
El movimiento bajista lleva produciéndose desde hace un año, a raíz de la reacción del partido al desafío soberanista y al referéndum del 1-O, al no saber distanciarse lo suficiente de las posturas independentistas. En abril registró un ligero repunte, con seis décimas más que en abril, pero la polémica por el chalet, la utilización de los referéndums internos del partido para reforzar a sus dirigentes, y el desgaste de Pablo Iglesias llevaron a una caída en intención de voto que se ha ido confirmando en distintos sondeos.
La espada de Damocles se cierne sobre Podemos. Pedro Sánchez tiene la potestad de pulsar el botón rojo del adelanto electoral y de concurrir a unas elecciones con sus adversarios fuera de juego: con un PP recuperándose de su batalla interna y haciendo frente a la crisis del máster, Ciudadanos bloqueado ante su falta de influencia gubernamental y Podemos ausente y hundido en las encuestas. Si los de Iglesias se oponen a las políticas socialistas, empezando por el techo de gasto, se exponen a dar a Sánchez una buena razón que justifique este adelanto para consolidarse en Moncloa.
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